domingo, 9 de diciembre de 2012

LA BATALLA EN TORNO A BROZOVICH, EL CUSQUEÑO. Por Helena Usandizaga.


DE INOCENCIA PURA YO MUERO: LA POESÍA DE RAÚL BROZOVICH


En un territorio solar, de deslumbrante belleza, tras el que está la  sombra  como contrapartida de abismo y muerte, hay una encrucijada de caminos de la que sale aquel único camino escondido que nos lleva al  lugar recóndito, al lugar donde suena una nota  nunca oída, pero diáfana, cristalina, como si uno la soñara cuando baja “los infinitos desfiladeros-/ a tocar el cálido solsticio de la selva”.

Pues la poesía de Brozovich viene de muchos sitios  o, más bien,  todos los sitios están en ella: “el otoño acarreado de París”,  “el hocico de Manhattan/ Chicago y sus carnicerías”, “la sala de oro del emperador/ reflejándose en el agua/ verde del lejano país de TOKIO”; en ella se bebe “café amargo en el maxin”, tanto como se traga “deglutiendo estilo Kafka-saboreando-el colesterol de gigantescos animales prehistóricos”.

Todas las artes confluyen en la sensorialidad que las elabora en el poema: “la música” que “mueve sus alas”,  “la música diáfana como la sonrisa”, “el arpegio celeste de la dulce cigarra”, “el ramo de cerezos/ donde pintó UTAMARU un sueño”, “el rostro de simoneta” que “arroja a la cabeza de sandro botticelli/ almanaques viejos teñidos de cerveza”, “los keros –sus óxidos primordiales”; pero sobre todo la poesía. También en los modos poéticos está el tiempo, los varios tiempos del poeta –vanguardismos, surrealismo, antipoesía, poesía social...- pero sólo para cuajar en la voz personalísima que los recibe, demasiado desgarrada, demasiado lírica, demasiado de poeta en suma, para dar  una poesía de fórmula. Porque Brozovich es artista en todo el sentido de la palabra, algo que no puede decirse de todos los poetas de su ámbito: no sólo es el inspirado, sino además el que experimenta y se forma en contacto con todas las artes de varios lugares y tiempos; este poeta es el que ha leído tanta poesía y ha contemplado tanta pintura que es imposible que escriba sin darse cuenta “a la manera de”: no cabe esta ingenuidad en alguien que vive en la encrucijada, probando, buscando, ensayando para encontrar su propio y único camino secreto; la pureza, sí, pero no la ignorancia.

Parece haber seguido el consejo que le da a Walt Whitman: “caracol silencioso haz de tus oídos una antena/ para auscultar el corazón del mundo/ sé tú mismo”. Pero el corazón del mundo tiene tiempos buenos, “cuando/ el sol toca las playas de la vida”, y tiempos malos, como “la fecha que estrenaron la bomba atómica”. Por eso la voz del poema, la que trasluce ese “tú mismo”, se manifiesta en el tono; tono que se atreve a ser elevado sin caer en la solemnidad, pero que también es irónico o grotesco a veces, porque la belleza del mundo está manchada por el hombre, por su codicia, por su orgullo, por su ferocidad de “bebedor de sangre”, de “falso profeta”, por su capacidad de ser un opresor para su hermano. Por eso esa voz se manifiesta a veces en el poema “masticando su lengua rota”, “dando voces oscuramente penosas”; en ella tanto “el monstruo lanza un estornudo azul” como aparece la “poesía de la garza asustada – brocado de peces –red/ abismal belleza”.

Por eso el poeta sueña; porque “sencillamente nos da asco la pobreza”; y también porque el tiempo, porque el olvido, porque la sombra; “poblada de imágenes muertas/ el sueño”; porque “las aguas densas del olvido/ borran tu rostro”, porque eres “apenas un rostro devorado por el rostro del tiempo”; pero también se asoma al abismo porque “existen números en el abismo/ huesos delicados/ aves solitarias”; belleza abismal para la que el poema no tiene palabras, y así se puede leer este consejo: “mejor”, le dice a Melpómene, “vuelve a la sombra”. Pero esa sombra y ese abismo se han entrevisto en el poema, en esa nota extraña, otra, desconocida, que ha oído el lector; ahora la belleza es la belleza medusea, la del arco iris que hace enloquecer cuando se lo mira.

Por eso vitupera, para comprender y definir: “se llamaba el tuerto almagro caído testículo de la tierra/ código polvoriento y amarillo   papeles y más papeles/ cuero en vez de tinta rostro de odio de portafolio e infolio”...”; por eso recrea y relee el escenario de la historia y sus contradicciones; el Pacto en que el Inca Toparpa y el español Almagro, cuando “el orgullo y la codicia   ojo por ojo   se midieron”,  y provocaron  sólo degradación y muerte, pero dejando la enigmática sonrisa de la historia en el rostro de Toparpa el cusqueño. Por eso promete “no lo dudes/ caerá decapitado el verdugo/ (bestia de cuartel)”.

Y por eso el poeta que todo lo ha visitado y conocido no pretende ser un cosmopolita; por eso en este camino hay lugares y hechos que indican pertenencia, que buscan la raíz donde su raíz para hacerlo  extensible a otros hombres y otras raíces. Poesía que viene de todas partes pero va a una sola, múltiple, que es su centro poético. Y una imagen de ese centro es el lugar que conjuga las alturas y la selva, donde están las “semillas como perlas de sudor –enterradas- los rasgos finos de la/ vicuña de pensativa belleza” y hay también “un viejo amauta –auscultando/ el cielo- niños espantando loros- osos cargando arco/ iris en la espalda- mujeres ornamentales llevando en la cabeza alimentos terrestres”; y hay “una/ extraña mezcla de/ crótalos y sirenas”. Pero también ahí, claro, llega la Historia y sus “patíbulos con respiración de muerte”; también ahora está en este lugar “el código de/ oro convertido/ en la bolsa del pirata”.

Por eso en esa poesía de habitante de la cumbre y la selva solares, de tanteador de la sombra y del abismo, de indignado por todo lo que degrada la belleza del mundo, nos podemos reconocer los más diferentes y diversos.

Raúl Brozovich: tu poesía me hace obedecer tu mandato: “recuerda/ quién eres tú”; sólo en tu poesía “de inocencia pura yo muero”. 
Helena Usandizaga