sábado, 7 de marzo de 2015

MANIFIESTO PELIGROSO A FAVOR DE JUAN RAMÍREZ RUÍZ.

Manifiesto peligroso a favor de Juan Ramírez Ruíz.
                              
                          Cada uno cuide de su entierro que imposibles no hay.
                               Jorge Amado.
 1.-

 Belleza del Barrió de la Soledad que descubrí desde el numero 444 de la calle Ancash. Calle muy frecuentada por los que tomaban desayunito en Bellas Artes  a unas dos cuadras de allí. En ese número, entrando a la izquierda vivía JRR. Su mejor vecino era un tipo al que Juan había bautizado como “La Víbora”. Recuerdo que para terminar mis artículos de Vistazo, me  refugiaba en el cuarto de Juan Ramírez Ruiz al que en ese tiempo le decíamos “el Chome”. La chapa se la había puesto el gordo Manuel Morales  en la época en que todo el manchón vivía entre Rufino Torrico y Huancavelica. Esa prehistoria trataba de muchos provincianos que vivían a salto de mata,  amigos todos donde el único que dormía en sábanas era Jorge Pimentel que se trajo un barco de madera y una cómoda situándolo todo al fondo de sucesivas habitaciones en las que dormían los demás. Coco acababa de dejar el garaje que para mayor comodidad su familia le dejaba en la casa detrás del Ministerio de Trabajo, en Jesús María.

2.-

Ahora, cuando veo que comienza la construcción de la posteridad de algunos buenos poetas de mi generación, me acerco con prosa rancia como arrimando ideas deshilvanadas  a lo que después será la confusión general :
 Noto un afán de desprestigio de la obra de JRR en lo que por ejemplo escribe José Carlos Yrigoyen. Pendejín al que no le gusta polemizar cuando se le dice que su idea de la república de las letras es más bien la de la República de Salo, ello, en el remiendo de ensalada literaria que suponen sus reseñas.
Téngase en cuenta que es toda una operación reductora de la  imagen de JRR. A favor del otro comensal de HZ. Pimentel y del comisario paracaidista  T.M. Con la ayuda de algunos imparciales, JCY se va consolidando en cierta sustancia gelatinosa y protofascista junto a su socio Pimentel Prieto, sobrino predilecto de Federico Prieto Celi, capo del Opus Dei en el Perú. Esa derecha literaria cuida su sombra postrera con menos inocencia de la que parece. Y más eficacia de la que ostenta. En esto, la prosa de Yrigoyen  huele a la mujer bigotuda que Luis Alberto Sánchez guardaba al fondo de su casa. Digo, comienza a oler.

No hay que olvidar que gran parte de la poesía de JRR se vale por los postulados que el mismo Chome inventó y proclamó. HZ fue un artificio que salió de sus manos y que ahora en la distancia ilumina el sentido de su obra. Sin HZ tendríamos a un JRR descafeinado. Y los muchachos de entonces estaríamos hoy uniformemente calvos. Algo que todavía no es cierto.

 3.-

No hay nadie en La generación del 70 que no tenga que ver con el Palermo, El Chino-Chino y el Wony. Caíamos en el inmenso Palermo desde más o menos las tres de la tarde hasta el cierre. Hacíamos estación en el Versalles, El Tíboli y el Queirolo. Y un sitio elegante en el Jirón Ocoña cuyo nombre alguno de esa época me hará recordar, ¿el Viena? Habían noches eternas en las que por ejemplo el gordo Manuel Morales buscaba a Aramayo para ajustar cuentas mientras nosotros lo ocultábamos alrededor de una mesa grande en la entrada, la preferida por Miguel Gutiérrez, Reynoso, Gálvez Ronceros y Gregorio Martínez. Yo los recuerdo voluminosos probablemente por ser entonces muy delgado y argentino el mundillo aquel. A esa mesa, la de los grandes conversadores, también acudían Juan Morillo, Chacho Martínez y Juan Cristóbal. Todos tenían algo que ver con la Cantuta. Y todos eran rojos, rojos. Como la noche de Lima que siempre era más roja cuando aparecían cada uno por su lado El Gordo Portal y Pocho Ríos. Se armaba la grande porque su sola presencia era la locomotora que todos esperábamos. En el fondo del Palermo sucumbíamos, en mesas pequeñas,  los que íbamos al taller de poesía de San Marcos y la manchita de la Villarreal que poco a poco se fue volviendo HZ. En realidad nosotros navegábamos entre un anarquismo de cartón y un trotskismo de concha y perla. De ese momento puedo decir que indudablemente Pimentel llevaba la batuta dados su entusiasmo e  inocencia  que en partes iguales detentaba. Se había conseguido  un chibolo del puesto de periódicos a la izquierda saliendo del Palermo que apenas sacaba una cabeza de catorce años de edad, era Eloy Jáuregui.  También me presentó a otro chibolo del otro puesto de periódicos el que estaba al lado derecho cerca de la Plaza San Martín, era Isaac Rupay. Ellos colaborarían con la venta de la primera revista de HZ. Pimentel el entusiasta y Juan Ramírez Ruiz la materia pensante me hicieron conocer a Arteaga, a Lázaro, a Colan,-hicimos una película con Colan- a José Cerna, a Nelson Castañeda, a Gamarra, a Elías Duran y al inefable chino Yulino que llegó al centro de Lima traído por Paco Guzmán y Andres Soto, a estos los conocía de antes, de haber terminado en noches como esta en casa de Chabuca Granda llevados por el flaco Calvo. Chabuca gustaba mucho de la música que hacían Paco Guzmán y Andrés Soto quien ya se sabía un gran compositor. Aquel año vivíamos en un cuarto pequeño bajo una soga de ahorcado tres amigos que se leían los poemas hasta altas horas de la madrugada: éramos el zambo Verástegui, Oscar Málaga y yo. Allí acudían Pimentel con el desayuno, Susi Baca, Aramayo, Juan Ramirez Ruiz, Feliciano Mejía El Avispero, y Pedro Benavides con un paquete de algo. Comenzábamos el día en medio del humo y terminábamos cantando en la Plaza Francia. Hasta que un día Málaga se casó con la Tejerina y el zambo publicó su primer libro con Milla Batres. Al poco tiempo Marina Castro publicó mi  Mate de Cedrón. Así fue cómo todos nos fuimos acostumbrando a un  futuro de ideales sin esperanza.

4.-

La escena empieza en el Queirolo yendo hacia Colmena. Por allí vivía Patrick con su abuela inglesa. Cerca al Tíboli la discusión se iba tornando ácida y peligrosa. Los dos hermanos o algo parecido se peleaban con su padre. En esa época Patrick vuelto de Europa vendía sin zapatos la revista de Rosina. Y José ya había hecho su yunta en la mesa de Lorenzo Ozores, Coca y Carancho, siempre cachacientos ellos con la dimensión de la mosca. Y sobre todo con el entusiasmo nuestro.  El Chome no los tragaba ni con pintura de aceite. José Rosas miraba con curiosidad y temor desbordante las mesas del Palermo. Temía que Málaga, quien según nosotros lo había superado poéticamente, además le quitara la hembrita.  Por lo que desaparecía siempre. Así y todo terminábamos en los Yonja Parties de Leoncio Bueno en los talleres de baterías Túnjar en Breña, apretadísimos, porque las dimensiones del local eran fantásticamente pequeñas, aquello sólo con Leoncio y su familia estaba lleno.

5.-

A falta de mayor consuelo y con los bolsillos repletos de nada y poesía, cuando nos tocaba las tres de mañana nos poníamos en camino con el Chome, Verástegui y un muchacho extraño y silencioso llamado José Carlos Illescas. Nos íbamos a esperar la salida de los talleres de la Prensa en el Jirón de la Unión. A esa hora salía Julio Polar, gran amigo de Juan que nos metía un rollo político hasta el amanecer.
Hablábamos casi conspirando de Mario Luna que estaría por llegar de Chimbote y de los pucallpinos José Carlos Rodriguez y el chino Najar. La idea de poesía militante y organizada con bases en todo el Perú se fue gestando entonces. La idea de poesía para Todos también. Era Julio Polar que se imaginaba un inmenso sindicato de poetas, al ser él ya sindicalista en La Prensa. Eran los años del Gobierno de Velasco. Estoy convencido que Julio influenció en Juan  los temas que después  redactó en Palabras Urgentes, el Manifiesto que Pimentón incluyó en su Libro Kenacort y Valium diez. No creo que Pimentel lo hubiera hecho de mala fe sino más bien llevado por su entusiasmo desbordante. Pero creo que a Juan le pilló de sorpresa y no le gustó nadita  porque en esencia el texto le pertenecía a él. Y me lo dijo.
A Juan Ramirez Ruiz le pasaron cosas como estas antes y después de lo que cuento. Creo que ese tipo de situaciones le importunaban de sobre manera. Eran la guinda en un país donde todo estaba y seguiría estando  repartido. Sufría de una rabia lúcida por tanto. Y encontraba en la conversación y la amistad una isla de consuelo.

6.- La que yo llamo segunda impostura de HZ es cuando nuestro querido Chome que nunca había viajado, mira descender un gran paracaídas desde el cielo de México. En él descendía sobre las papas de Lima el incontrastable Tulio Mora. Quién regresaba al Perú luego de una estancia guerrillera de tequila y mezcal en algún momento compartida con el suscrito. Durante casi un año de Trago en  México el incontrastable jamás me habló de HZ. Sabía que  yo sabía que él no tenía nada que ver con el tema. Por lo que me sorprendió su nueva militancia limeña. No creo que a Juan Ramírez Ruíz le gustara mucho esta presencia sobrevenida y liderando lo poco que quedaba del movimiento, porque HZ era un movimiento. Y al Incontrastable jamás antes lo habíamos tenido en esas filas. O sea que, nuevamente alguien se le coló por delante a nuestro querido Chome.

7

La tercera vez en que alguien (casi siempre alguno sin talento) se le puso por delante a JRR. Fue con un premio en Lima que consistía en un viaje a España  y que en último momento se lo dieron a un pituco fantasmón de apellido Sánchez Aizcorbe. Me lo contó Chacho Martínez al llegar a mi casa de Barcelona.  En voz baja, porque atrás estaba el fantasmón. Chacho me dijo que era un huevón que se había traído porque el no sabía de aeropuertos y menos ingles. Y me pidió que lo alojara. Aquel fantasma -que más tarde escribió algo contra mi- me cayó gorrino desde el principio porque, por culpa suya, mi amigo el Chome había quemado lo único que tenía en la vida que era su colchón. Y yo no había podido verlo en Barcelona.

8

Ramírez Ruiz tenía una novia  de gran presencia por quién Pimentel decía “dónde está tu chinón cuñao”. Era una bibliotecaria ponja creo que del grupo exquisito de bibliotecarias que emparentó con poetas por aquellos años. No diré nombres. Con ella y sus amigas, más Rubén Urbizagástegui también bibliotecario y gran amigo de Juan, hicimos excursión por los lados de Canta durante un día y una noche y un día más. Se notaba que aquel “chinón” amaba a Juan y que Juan era feliz. Nunca lo había visto tan sereno y contento.

9

El Chome, casi abandonando la adolescencia ya había sido lo que se llama patrón de chongo o capitán de buque en el norte. Había cumplido con el sueño de García Márquez. Por ello en las largas conversaciones parecía mucho más maduro que los demás. Y esa experiencia la trajo a Lima. Me aconsejaba que no me metiera en ese negocio. Que lo mejor era tener tu hembrita verdadera etc. Yo le hice caso.

10


Hace poco, en la última conversación secreta con Julio Polar, propiciada por Domingo de Ramos, hablamos de todo esto. Julio había ya renunciado a cualquier opinión pública y más aún, a cualquier reclamo. Pero convinimos en que todo había sido una gran impostura, incluso el cielo de papel japonés a dónde dicen que van los poetas perdidos. El y Juan lo estarán sabiendo.

VLADIMIR HERRERA. Hacienda Ranhuaylla, 21 de mayo del 2014.

jueves, 5 de marzo de 2015

CARTA BREVE ACERCA DE UNA GRAN IMPOSTURA. Para José Rosas Ribeyro en el día de su cumpleaños. De un feminista inauténtico.


Carta breve acerca de una gran impostura. Para José Rosas Ribeyro en el día de su cumpleaños. De un feminista inauténtico.
Hay dos clases de impostura: la que inventa y la que suplanta, la que construye y la que destruye identidades. En la primera sobresalen los heterónimos de Pessoa (también algunos femeninos) y los apócrifos de Machado; un ejemplo de la segunda podría ser el caso del sindicalista catalán Enric Marco, quien recientemente se hizo pasar por sobreviviente de los campos de concentración nazis y llegó a hacer de esto un modo de vida.

La impostura que inventa autores y sus biografías la refiere José Rosas Ribeyro a Jusep Torres Campalans, de Max Aub, novela en la que Aub inventó no solamente a este escritor y pintor sino también algunas de sus obras pictóricas, y a otros textos sobre autores y autoras imaginarios creadas por Aub en su Antología traducida (1963). Pero la tradición es antigua: tan antigua que la escritora anónima peruana conocida como Amarilis aludió a Lope de Vega en su famosa “Epístola de Amarilis para Belardo” con el nombre de este heterónimo que Lope de Vega incluye en sus comedias y en sus romances pastoriles, siguiendo la tradición virgiliana. Y antes y después de Pessoa y Machado, que son, anteriores a Aub, podríamos seguir sin fin con el juego de inventar escritores y textos. Un juego que se ha detectado hace años en un poema atribuido a
una tal Márgara Sáenz, ecuatoriana que habría vivido entre 1937 y 1964.
En efecto, sabemos que el famoso poema “Otra vez Amarilis” (¿es casualidad la alusión a una escritora que jugaba con las identidades?) ha sido escrito por tres señores bastante inteligentes y dueños del lenguaje literario, que compusieron un texto interesante que se deja leer con cierta fruición, con las dosis justas de erotismo, despecho y desesperación.  Me refiero a Cisneros, Lauer y Oquendo. Pero que es aventurado definir como “excelente poema” o como “el primer poema femenino erótico, osado y sin inhibiciones” (Rosas, 2010). El poema funciona, aunque a partir de fórmulas ya ensayadas: se encuentran patrones de la situación erótica (“Una vez dije allí no ¿recuerdas?, dije después donde quieras”) por ejemplo en el texto de Julio Cortázar "Tu más profunda piel"1, especialmente en el último párrafo (“...sollozabas una súplica de oscura aquiescencia, de derramado pelo...); del despecho y la furia tras la separación (“¿Qué otro vientre recibe tu miel mía, peruano? Di/ qué frívola puta, qué sórdida hipócrita limeña”) en “Las furias y las penas” de Pablo Neruda (“En dónde te desvistes?/ En un ferrocarril, junto a un peruano rojo
...”); del juego con los pronombres (“Uno y uno, dos solos: yo y esa mierda que tú soy y yo añoras, desgraciado”) en “Las babas del diablo” de Cortázar3 (“Si se pudiera decir:
yo vieron subir la luna, o: nos me duele el fondo de los ojos”).
No es casual que estemos hablando de patrones acuñados por escritores hombres: ¿hay alguien que no haya sentido, al leer este poema, el vago eco de una voz masculina afirmando y cantando, a través de la voz femenina, un triunfo erótico y pasional? Este claro imaginario masculino podría ser, legítimamente, el juego de una conciencia femenina, si Márgara Sáenz hubiera escrito este poema, pero ya sabemos que no es así. En todo caso, el juego de construir una identidad y un poema tiene gracia, pero no la tiene que José Rosas, tal vez por la admiración –que no diré la envidia- hacia lo que considera una gesta logradísima, se lance, 35 años después de la escritura de unos poemas, a emular la hazaña “desvelando” su paternidad compartida (con Elqui Burgos) de la versión final de esos poemas de María Emilia Cornejo. Con un ansia salvadora que parece invadirle intermitentemente para rescatar a las mujeres del feminismo “mojigato y manipulador” o “cucufato y mentiroso, y que proviene también de la “rabia” (Izquierdo, mayo 2008) -otro sentimiento que le invade al ver el perverso uso que las feministas hacen de los textos, en este caso de los de María Emilia Cornejo- Rosas desvela que ellos construyeron en realidad los tres poemas mejores de Cornejo, pero que hasta ahora, sorprendentemente, cada vez que él lo revelaba se instalaba un pesado silencio. Se sabe (lo dice Armando Arteaga) que María Emilia entregó
los poemas a Isaac Rupay, director de la revista donde aparecieron, pero pongamos que después Rosas y Burgos los “arreglaron” para convertirlos en excelentes poemas construidos por dos poetas varones. Si fuera cierto - pongamos que estructuraron, de la manera que sea, versos ya existentes-, lo evidente es que los autores se encontraron con un material más potente y resistente que el anterior, y que no pudieron escribir un poema como “Otra vez Amarilis”, en el que la presencia/ ausencia del hombre crea sentimientos de absoluta entrega y de absoluta carencia.

Pero la cosa va más allá, y el caso es que la hipótesis se nos derrumba porque los testigos del hecho son mudos: que yo sepa, Elqui calla y tampoco el otro supuesto testigo que esgrime Rosas al principio de su alegato confirma esa escritura varonil y salvadora: en él, Rosas (Rosas Ribeyro, enero 2008) parece sentirse como el que salva del caos y de la mala escritura a la pobre María Emilia Cornejo, y aparenta realizar así una operación de impostura creativa que lo convierte en autor de la versión final de los poemas que, según él, “son el resultado de un trabajo de montaje y construcción que en 1973 hicimos al alimón Elqui Burgos y yo en base a los textos que nos alcanzó Hildebrando Pérez un año después de la muerte de María Emilia Cornejo” (Rosas Ribeyro, enero 2008). Podría entonces con esto, al parecer, acercarse al envidiado “juego que Elqui y yo asumimos con el espíritu irreverente con que un
anónimo poeta peruano había creado poco antes a una supuesta poetisa ecuatoriana” (Rosas Ribeyro, enero 2008). (Aquí está el origen del bicho).
Si eso no fuera cierto, si la suposición que hacemos fuera falsa, la declaración de autoría sería una impostura del segundo tipo, la que consiste en suplantar una identidad o una obra ya existente. Pues bien: al principio del artículo que citamos, Rosas solicita el apoyo de Hildebrando Pérez, al que presenta como depositario del secreto de la autoría de los poemas de Cornejo. Pero, para su mala suerte, el profesor Hildebrando rehúsa hablar de las correcciones a posteriori y, más aún, post mortem de que habla Rosas en su alegato. Apenas se compromete a hablar del taller de poesía de San Marcos en el que los poetas se criticaban y corregían unos a otros, y concluye que “los poemas de María Emilia han crecido desde entonces ante los lectores y seguirán creciendo más sin duda alguna: es más, creo que alcanzarán alturas insospechadas al margen de las acertadas propuestas o enmiendas que en ese entonces José y Elqui le alcanzaron a la muchacha mala de la historia” (el énfasis es mío). Para insistir: en ese entonces, durante el taller; y le alcanzaron, es decir, según la tercera acepción de la palabra en el DRAE, “coger algo alargando la mano para tomarlo”, usado en sentido factitivo, es decir hacer que María Emilia coja, alargando la mano, las correcciones y comentarios. Y nada más: no hay mención a esos poemas que, supuestamente, Hildebrando Pérez

Grande les alcanzó a Rosas y Burgos para que los convirtieran en poemas logrados.
Venciendo el temor a meterme en un avispero debo reconocer que JRR tiene argumentos para todo: dice que los testigos no hablan porque no quieren reconocer que cae el mito; dice que la Carmencita Ollé le dijo que lo sabía todo... Pero evidentemente es un paranoico que encuentra razones para su locura. De lo que nadie parece darse cuenta, porque todos andamos absorbidos en otra discusión, es de que Hildebrando Pérez NIEGA lo de la reconstrucción de los poemas a partir de un cuaderno u hojas que él habría dado a ellos, y Elqui calla en el olvido parisino.

Con lo cual sus principales testigos se van al garete.
V.H.

domingo, 1 de marzo de 2015

PEQUEÑA GRAN CRÓNICA DE AMÉRICO FERRARI SOBRE E.A.W.



Emilio Adolfo Westphalen
por Américo Ferrari.

El nombre y la obra de Emilio Adolfo Westphalen, uno de los mayores poetas del siglo XX, no se puede decir que tenga hoy, a escala internacional, ni siquiera una vaga resonancia aunque se haya muerto el año pasado a los 90 años. Es verdad que los poetas por lo general no suenan ni resuenan mucho; pero es verdad también que después de haber escrito y publicado sus dos primeros libros de poemas (Las ínsulas extrañas a los 22 años en 1931 y Abolición de la muerte en 1933 a los 24 años) Westphalen dejó de escribir y publicar poesía, salvo algunos textos esporádicos. Por mucho tiempo lo único que se supo del poeta fue su silencio. Yo pude leer en 1950 los dos poemarios de los años 30 porque César Moro me los prestó; después no los pude leer más hasta finales de los años 70 cuando Ricardo Silva Santisteban me mandó fotocopias de los dos poemarios pidiéndome un comentario para la revista Creación y Crítica. En 1980 salió por fin en México Otra imagen deleznable con un puñado de poemas escritos y desconocidos hasta entonces y finalmente Alianza Editorial de Madrid se decidió a publicarlo en 1991 aunque con muchas reservas por el riesgo de no venta, y eso, gracias a la rabiosa insistencia de José Ángel Valente que acabó por tratar a los editores de analfabetos porque les estaba presentando a uno de los más grandes poetas de lengua castellana y se resistían a
editarlo. Así me lo contó el propio Valente. Y en el fondo, comercialmente, los editores tenían razón: el libro aparentemente no se vendió o muy poco y después de 11 años no creo que lo hayan reeditado. Entre la poesía publicada de Emilio, mencionaré un poemario aparte constituido por nueve textos eróticos que André Coyné encontró en una vieja carpeta que probablemente provenía de César Moro, y que André hizo publicar en la editorial Auqui de Barcelona a cargo del poeta peruano Vladimir Herrera, con el título Cuál es la risa.

Inútil insistir sobre la excelencia de la poesía de Westphalen de la que nos va a hablar Claude Couffon; hay que leerlo u oirlo leer que es también lo que vamos a hacer esta noche. Quiero simplemente hacer hincapié en que, además de gran poeta Westphalen es un excelente poetista, crítico y comentador de poesía. Sus ensayos sobre poesía y arte han sido reunidos en 1997 por la editorial Fondo de Cultura Económica en un volumen de 430 páginas donde hay trabajos memorables sobre poesía y literatura peruana, norteamericana y europea; sobre poesía hispanoamericana curiosamente no hay nada, salvo cuatro líneas elogiosas dedicadas a Macedonio Fernández y a Borges: parece como si las fronteras entre nuestros países estuvieran sobre todo ahí para cortarle el paso a la cultura de un país a otro: estos chiles, perúes y ecuadores / que miro y aborrezco, ha escrito Carlos Germán Belli. Aborrece naturalmente las fronteras, no los países y sus poetas. Una vez le hablaba a
Emilio del gran poeta venezolano José Antonio Ramos Sucre, contemporáneo de Vallejo y Girondo: Westphalen no conocía ni su obra ni su nombre.
Los principales trabajos de Emilio sobre poetas y poesía fuera del Perú versan sobre Walt Whitman, William Carlos Williams, Marianne Moore, Ezra Pound, Eliot, Herman Melville, Gerardo de Nerval (así lo escribe él), Lautréamont, Kafka, y el movimiento Dadá; pero prácticamente nada sobre poetas españoles, italianos o alemanes, salvo en un trabajo sobre Dadá, un comentario sobre Hugo Ball, director y poeta expresionista alemán refugiado en Suiza en la guerra del 14 que fundó en Zurich precisamente el movimento Dadá del que después se apoderó Tristan Tzara, y es curioso que no haya escrito, ni dicho en las conversaciones que ha tenido conmigo sobre poesía, una palabra sobre los grandes poetas expresionistas alemanes y austríacos, cuando el expresionismo alemán es uno de los movimientos artísticos y poéticos más importantes del siglo XX, y Emilio conocía perfectamente el alemán.

En cuanto a los poetas peruanos sobre los que ha escrito y que él admiraba más hay que mencionar a Eguren, César Moro, Martín Adán y José María Arguedas; escribió también un excelente ensayo sobre la obra poética de Sebastián Salazar Bondy, uno de los grandes poetas peruanos menos divulgados en el Perú, en América y en el resto del mundo, y quiero recalcar que también redactó una nota sobre un
gran poeta casi totalmente olvidado o relegado en el Perú: Luis Valle Goicochea, nacido en 1911, el mismo año que Westphalen, y muerto en 1953: su “translúcido y desolado lirismo no ha obtenido aún (...)3⁄4ni el reconocimiento debido ni la asignación del lugar que bien merece en las letras peruanas”, dice Emilio Adolfo en esa nota que data de 1978: el desconocimiento de Valle Goicochea no se ha movido, pero se puede abrigar la esperanza de que quizá lo descubran en el Perú hacia el 2050... Vuelvo a los cuatro que más quería y admiraba Westphalen: Eguren, Moro, Martín Adán y Arguedas, pero hay que decir que su en relación con Martín Adán había un rasgo particular y es la complicidad entre los dos en el culto y la devoción a la obra de Eguren y que Martín Adán ha expresado en su libro De lo barroco en el Perú. En 1985 en Lima fui a visitar un día a a Emilio: lo encontré demudado y consternado: Martín Adán estaba entonces entre la vida y la muerte y murió pocas semanas después. Westphalen me dijo: -Acabo de ir a visitar a Martín Adán: no me reconoció; al cabo de un rato me reconoció; hablamos de poesía y de pronto me dijo: -Sabes, yo no creo que Eguren haya sido un gran poeta. Este vuelco en los sentimientos de Martín Adán por Eguren visiblemente lo impresionó tanto que años después en una conferencia sobre poesía peruana que Westphalen dio en el Congreso de la República en Lima, repitió prácticamente con las mismas palabras lo que me contó a mí aquel día de 1985. Está en un volumen que reúne las conferencias dictadas en el Congreso.

He dejado para el fin la relación de Westphalen con Vallejo. Profesaba una admiración sin límites por Trilce, admiración que expresa sin reservas en su importante trabajo Poetas en la Lima de los años treinta. Para el resto de la obra tenía muchas reservas que proceden probablemente de la incompatibilidad entre la tendencia surrealizante de Westphalen donde dominan los raudales de imágenes e innegables coincidencias con la visión que tenían de la vida y la poesía los mejores poetas surrealistas, César Moro entre ellos, el ultraamigo de Emilio. Vallejo en cambio abonimaba de Breton y su grupo surrealista, a juzgar por una nota demoledora sobre los surrealistas y su jefe que publicó en 1930 en la revista Amauta y que se titula, si mal no me acuerdo, “Un cadáver”, o sea Breton. Visiblemente lo que menos tragaba Westphalen en Vallejo era su patetismo humanitario y el aspecto religioso, podemos decir incluso católico, de su poesía. Discutimos sobre eso más de una vez, hasta que me mandó una carta en la que hablando de Vallejo, me decía: “No me podrás negar que no se puede ser impunemente nieto de dos curas españoles”. Impunemente, desde luego, no. Y Vallejo efectivamente era nieto de dos curas españoles y de dos indias chimú, aparentemente “sobrinas” de esos curas: su punición por parte de abuelos...

Termino con unas palabras sobre la mudez o silencio empecinado que se solía achacar al poeta presentado como
una persona que no despegara los labios ni para conversar, lo que es totalmente falso. Recuerdo haber leído un comentario tonto de Unamuno sobre las Hurdes, ese pueblo español conocido por su pobreza sobre el que Buñuel hizo una película. Dice Unamuno: “Dicen que los habitantes de las Hurdes no comen. No es verdad: yo los he visto comer”; sobre Westphalen yo podría decir lo mismo: Dicen que no hablaba: es falso, yo lo he oído hablar... Era simplente una persona lacónica y reservada que evitaba abrir la boca para decir cualquier tontería, especialmente, pienso, en reuniones de amigos tontos o donde hubiera un tonto hablador: -¡Y cuánta reunión de amigos tontos / Y qué nido de tigres el tabaco! – dice Vallejo en uno de sus poemas de París. Ernesto More en su libro César Vallejo en la encrucijada del drama peruano cuenta que una vez Víctor Raúl Haya de la Torre visitó París y sus amigos peruanos le ofrecieron una cena. Haya de la Torre se levantó para un brindis y se lanzó en un discurso inacabable; en una pausa Vallejo le dio una palmada en el hombro y le dijo – Hermano, toma tu vino y cállate. Vallejo y Westphalen: dos lacónicos.

Para terminar, y sobre el mismo tema, dos anécdotas de Emilio: una vez lo invité a cenar en Ginebra con un argentino que quería conocerlo y que era un hablador impenitente y no paró de hablar durante toda la comida. Westphalen no despegó los labios y cuando el argentino se fue, los despegó y dijo: -Américo, este hombre es peligroso.

Y la segunda que me contó, creo, Lucho Loayza u otro amigo peruano: cuando Emilio trabajaba en la ONU en Nueva York compartía la oficina con un español fornido y desenfadado que cada mañana, cuando entraba en la oficina, saludaba a Westphalen dándole una enérgica palmada en el hombro: -Hola Emilio. Hasta que un día al acercarse el español levantando la mano, Emilio se levantó, pálido y rígido, y le dijo: -Si usted me toca, lo mato.

Y ahora me callo yo.