martes, 20 de septiembre de 2011

ÁLVARO MUTIS O LA FAMA QUE ES UN TIGRE DE PAPEL.

Nuevamente coincido con mi remoto y desconocido Harold Alvarado Tenorio. Antes reproduje su artículo sobre el Chino Valera Mora, el venezolano que publiqué en mi editorial Auqui en Barcelona, creo que el año 97. Ahora me hago eco de su descripción del Auge y caída de  editorial Norma de la que siempre sospeché que traía chamusquina y chamico. Se hizo la luz para mí: que en la época de mi frecuentación a mi recordado Oscar Collazos y su nombrado Belisario Betancourt, era la comidilla  y el sarcasmo: el advenimiento de la Oveja Negra desde el balcón del Astoria en Barcelona. Los acomodos de los escritores colombianos siempre me dejaban sin fe y como ligeramente borracho. Salvo la absoluta marginalidad de mi gran Miguel de Francisco y el absoluto empeño de R.H. Moreno Duran, los demás, como decía Jiménez Emán, siempre estaban preocupados por comprarle un refrigerador más moderno a su mamá.
Sucede que el tiempo también ha venido haciendo sus acomodos: la ingenuidad y la retórica han dado paso a la contemplación y al estilo. Y es agradable saber que uno no estaba tan desencaminado ni tan perdido. Para muestra un botón: yo había invitado a Álvaro Mutis a cenar a mi departamento de la calle Madrazo en Barcelona, un poco urgido por la aseveracíon de Alberto Blanco, amigo común, quien antes de partir a París me dijo que Mutis estaba sólo y achacoso y que lo atendiera. No era tan cierto que Mutis estuviera sólo porque se presentó a la cena acompañado de su mujer que, si bien entendimos, como la mía tenía ascendencia catalana. En la cena Álvaro se declaró monárquico: hacía frío y la chimenea funcionaba mal. Luego hablamos del norte del Perú: del Cabo Blanco de Hemingway y de Talara donde en una época de su vida había trabajado para la International Petróleum Company. Pronto se dio cuenta  Mutis de que mis inclinaciones políticas no eran las suyas. Pero lo que le colmó el vaso fue que pusiera un disco de Frank Sinatra en el asador: esa música  le traía malos recuerdos de su época en la Internátional mucho antes de lo de Lecumberri; fue entonces que agarró su patín, su mujer y se marchó. Hasta no verte rey mío. Yo me quedé con los crespos deshechos pensando que ese arquetipo de poeta cocinaba algo entre la Ciudad Condal y Madrid. Y no me equivoqué. Más tarde ganó el premio Príncipe de Asturias.
Lo demás lo dice Alvarado Tenorio bajo estas líneas. Cuando está claro que mucha pésima novela y mala poesía se fueron estos años por el buzón del papel bendito de editoriales como Norma nadie sabe adónde. Aunque todos sepamos por qué.
Norma llegó a tener un catálogo de 80 pretendidos escritores nacidos en Colombia, unos 280 de diversos orígenes y edades y un premio anual de 100 mil dólares. Ninguno de ellos dijo nunca que Álvaro Mutis es un pésimo novelista y un mediocre poeta. Y todos, hasta los difuntos, han bebido escocés en su casa de Ciudad de México y han pasado por la Feria de Guadalajara.

A los contribuyentes colombianos está debiendo Álvaro Mutis, desde aquel año en que enviara la mujer de Julio César Turbay Ayala  una avioneta de la Esso para que un médico le curara el asma, en Estados Unidos, su gloria y su fama.
Sólo conste que esto no es lo que queríamos contar.
Vladimir Herrera.

domingo, 18 de septiembre de 2011

ÚLTIMAS TARDES CON TERESA. CON HERRALDE Y CON MARSÉ.

Mi causa Juan Marsé igual que Osvaldo Soriano a quien no tuve el gusto de conocer son para mi los mejores tituleros de la novela reciente. Últimas tardes con Teresa y Triste Solitario y Final junto con algún título de Chandler   se llevan el premio de Los grandes sentimentales que aún quedan. Juro en la bruma del recuerdo que estuve con Marsé en Pedralbes mirando desde la oscuridad el rodaje de Últimas tardes con Teresa: era una fiesta de pijos: dirigía nuestro causa Gonzalo Herralde. Acabada la película me gustó. Creo que no mucho a Marsé. A Jordi Cadena y a Vila-Matas les daba un ataque de sed acrítica.
V.H.