domingo, 20 de marzo de 2011

PEQUEÑA HISTORIA DE UNA FOTOGRAFÍA.


Evocando el nombre de un pequeño libro de Walter Benjamín, de los más formativos y antiburgueses que haya escrito el proverbial polígrafo judío alemán. Nous sommes tous des juifs allemands. Me pongo, en esta laguna, a contar la pequeña historia de una fotografía  tomada el año setentaicinco en el parque Chapultepec de la ciudad de México. Está editada en blanco y negro y ha sido infinitamente repetida en la red por lo que a ella pertenece, aunque los negativos no estén en manos de la autora y sí en las de alguien que en ella se siente retratado.       La autora de esta foto es la escultora  Margarita Caballero que en aquel tiempo era novia de José Rosas Ribeyro y verdadera musa de Mario Santiago y Roberto Bolaño. Ella misma sale en la fotografía sentada al lado izquierdo luego de haber corrido después de disparar el automático. Ha sido la misma Margarita quien me lo ha contado esta semana en Cusco, junto a las aventuras y desventuras de los infrarrealistas o “infrarealitas”, como prefiero llamarlos en un México que en el año 75-76 ya hervía en las novelas de Bolaño.  Lo que sigue a la fotografía en la petite histoire es la llegada de Margarita y José a Georges Mandel 33, el lujoso batiment por el que debíamos pasar  todos los peruanos en Paris. En la puerta estaba el sorprendido José Tang con un abrazo para el nuevamente exilado JRR. Era el mes de octubre del 76. Año en el que también yo me encontraba en París “que no se acababa nunca”. A los pocos meses estaba el suscrito  con Bolaño en Barcelona en una mancha que incluía a los chilenos Bruno Muntaner y Juan Harrington, al cusqueño Américo Yabar, y a los mexicanos Mario Santiago, Orlando Guillén, y  Daniel Golding entre el café Zurich y la calle Tallers. Todos ellos se habían venido a Europa siguiendo a Margarita como en los cuentos. El corto verano de la anarquía en las playas de España  prometía linduras:  regresaban Federica Montseny y la Pasionaria y Franco freía tortillas en el purgatorio. De aquella época es el recuerdo de Bolaño con chilaba marroquina en una fiesta en mi casa de Valle Hebrón, por la que tiempo después pasaron Jorge Najar, un innombrable y Oscar Málaga, que llevaba a una hermosa piurana.  Habían desembarcado de  un avión militar peruano cargado de repuestos en Barcelona, donde preparaban su entrada a Francia y  los taxistas les huían. El innombrable se pegó un susto con Europa y presto volvió a Lima para no regresar jamás. Esas cosas pasaban antes.
 Ahora sucede, me doy cuenta,  que la foto que trae a colación todos estos recuerdos ha sido también incluida con algunos broches de sonido, aledaños, en un libraco pesado como un ladrillo, con la intención de que parezca  haber sido directamente vivida por los habitantes de ese extraño planeta llamado Hora Zero. Porque si se incluyen en el libraco al socio fundador y posterior dinamitero de Estación Reunida y a su novia de entonces, Margarita Caballero, todos somos Hora Zero. O sea, todos somos judíos alemanes.

Margarita Caballero con Vladimir Herrera y su prole 35 años después en Urcos.  Nous  sommes tous des juifs allemands.

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