viernes, 6 de marzo de 2020

PEQUEÑA HISTORIA DE UN ALMANAQUE.

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Con el maestro japonés Hiroshi Kitamura, gran oficiante del bambú y de las técnicas inventadas por Picasso , la de la plancha perdida por ejemplo, hicimos el año tal en mi taller de la calle Madrazo de Barcelona  un libro de poemas y grabados de dimensiones imposibles donde existiera en perfecto equilibrio el poema y la xilografía. La composición manual y en metal de los poemas debía hacerse mientras Kitamura iba robando en la plancha de madera  los sucesivos colores que luego de terminado el tiraje de la página dejaban la plancha matriz sin forma alguna. De esta guisa nunca más podría repetirse la hazaña. Fueron 45 días  en los que no nos alejábamos del taller para nada. Yo bajaba a conseguir vino para el japonés que bebía con mucha gana.Y muchas veces dormía sobre la máquina, una minerva planocilíndrica muy antigua con forma de cama, algo que definitivamente ya no existe.
El día 45 del Almanaque, así se llamó el libro, dimos por terminado el trabajo. Las finas manos de Montse Badell  culminaron la encuadernación y la caja. La edición la dividimos en partes iguales. El, Kitamura destinó su parte a galerías de arte y yo la mía a librerías que no podían exhibirlo dado el tamaño del libro. El japonés y yo mas bien andábamos con la aguja en el cuello como se dice en el Perú.
Lo que me inquietaba de aquel maestro era ver que prácticamente no comía si se tiene en cuenta que con el cilindro de la máquina el trabajo sobre la madera y el bambú era extremo. El idioma que usábamos era una mezcla de catalán y castellano para referirnos a los árboles a los lagos a las mareas y al bambú. Me impresionó su historia de que en invierno cuando tu padre te expulsa de su casa te está condenando para siempre.
Hace poco, en el diario El País salieron fotos suyas y la noticia de  que el hombre  se había instalado en el Ampurdán, en Camallera, la mayor naturaleza que tiene Cataluña. Se levanta temprano y permanece callado dos o tres horas. Por la tarde escribe el Haiku de su vida, siempre el mismo y luego se pone a tocar en el shakuyashi música de los monjes budistas. La paradoja es que yo aquí a 3500 metros de altura casi hago lo mismo. Y ni él que yo sepa ni yo somos budistas.

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