lunes, 30 de enero de 2012

Y CUARTA APROXIMACIÓN A LA POESÍA DE OLGA OROZCO.

CUARTA APROXIMACÓN A LA POESÍA DE OLGA OROZCO.
Helena Usandizaga.
 "Al pájaro se le interroga con su canto"  propone una indagación metafísica radical, pero exenta de un idealismo que opusiera maniqueamente los términos, que obligara a negar lo inmediato a favor de una idea abstracta: "Pero yo sé que cada tiniebla se indaga solamente con la noche que llevo". Entonces, al yo de siempre le sale al encuentro "ese otro, inabarcable, centelleante";  en este caso, modelo y original son complementarios y no opuestos: "Ambos están tejidos con la sustancia misma del silencio./ Se parecen a Dios en su versión de huespéd reversible:/ el alma que te habita es también la mirada del cielo que te incluye". Todo parece indicar que, aunque sólo tocamos reflejos, hay maneras de indagar más allá, o en el reverso de la pérdida. "Esa es tu pena" presenta a la desdicha como vía de conocimiento y revelación: "Sepúltala en tu pecho hasta el final,/ hasta la empuñadura".

Esta travesía lúcida le lleva a la constatación del desierto en Con esta boca, en este mundo (1994), cuya vitalidad reside en que no se renuncia a la búsqueda por la poesía. El poema que da título al libro habla de la insuficiencia de la palabra para nombrar al ser, o de nuestra incapacidad para atraparlo; es "la palabra que huye" de Rubén Darío. "No te pronunciaré jamás, verbo sagrado", dice Orozco, pero en ella es más agudo el sentimiento fragmentario que remite a la unidad perdida, que tal vez haya "huido hacia el costado de la noche del alma". No se trata de buscar el silencio, ni tampoco de la canción o el sollozo, sino de un combate en el que "trabé con cada sílaba los bienes y los males que más temí perder./ A lo largo del corredor suena, resuena la tenaz melodía,/ retumban, se propagan como el trueno unas pocas monedas caídas de visiones o arrebatadas a la oscuridad./ Nuestro largo combate fue también un combate a muerte con la muerte, poesía./ Hemos ganado. Hemos perdido,/ porque ¿cómo nombrar con esta boca,/ cómo nombrar en este mundo con esta sola boca en este mundo con esta sola boca?". "Tú, la más imposible" es una elegía a la muerte de la hermana, a la muerte de la infancia y la felicidad, a la muerte de las promesas y la progresiva conversión de la vida en desierto, como el anterior. Es una estremecedora elegía que respeta las reglas del género. Esta imagen del desierto se afianza cada vez más en la poesía de Orozco, y  en "¿La prueba es el silencio?", otro poema de este libro, la experiencia desértica se convierte tal vez en señal divina: "Ah, Señor, tu silencio me aturde, igual que la cometa del cazador perdido entre las nubes./ ¿O estará en el castigo, en el Jordán amargo que pasa por mi boca,/ tu respuesta,/ la voz con que me nombras?" . Ya no son tanto las copias o las imágenes, sino más bien ese breve resplandor que remite al secreto, pero de modo más fugaz que en poemas anteriores, como en "Ahora brilla otra vez", que presenta la percepción de que a veces algo brilla por un instante en ese desierto: "-nada más que un instante, un centelleo, un delirio del sol sobre la tierra- incrustado allá lejos en el oleaje del final". "Les jeux sont faits" insiste en la pérdida del paraíso que es a la vez nostalgia e intuición de una unidad que no es sólo la del recuerdo: ya no regresan los "Días que dicen sí, como luces que zumban, como lluvias sagradas". En este poema se enuncia la pérdida: "Todo lo que recuerda mi boca fue borrado de la memoria de otra boca", y el balance es dudoso, pues el destino puede haber actuado por su cuenta, sin cumplir las promesas: no se sabe si el destino es "El que quise y no fue?, ¿el que no quise y fue?". Pero el final es un recomienzo: "Madre, madre,/ vuelve a erigir la casa y bordemos la historia./ Vuelve a contar mi vida".

¿Es el cuerpo, como en la lectura más espiritualista de Platón, un mero obstáculo para entrar en el mundo de las Ideas, rechazado porque impide el acceso a la verdad o a lo ideal? La relación alma/ cuerpo, espíritu/ materia, es bastante más compleja en la poesía de Orozco, porque ocurre, que a pesar del conflicto que suscita, el cuerpo es tal vez el único lugar donde asienta la huella de lo otro. A veces esto lleva a un obstinado fracaso, a esa continua sensación de barrera que el cuerpo produce.  En “Los reflejos infieles”, de Mutaciones de la realidad (1979), habla de las múltiples caras con que se ve el personaje, como reflejos vanos de lo ausente, que reflejan todos la misma condena: “mi vana tentativa por reflejar la cara que se sustrae y que me excede. El obstinado error frente al modelo”. “El obstáculo”, de En el revés del cielo, habla también de este paso al otro lado, obstaculizado por los límites del sujeto, y menciona esa apertura, esa brecha, cuyo paso el cuerpo impide o entorpece: “son superfluas la manos y excesivos los pies para esta brecha esquiva”.

En Punto de referencia , que pertenece a En el revés del cielo, la búsqueda de la forma corporal se salda con el fracaso de no acceder a esas “zonas inalcanzables donde se imprimen las pisadas de Dios,/ subsuelos transparentes que se internan a veces en los jardines de otro mundo”. Y aunque el cuerpo inacabado, único eco, es sólo “una marca del exilio”, el poema concluye con una esperanza de conexión entre el cuerpo y el alma, la materia y el espíritu: “Pero, dime, Señor: ¿mi cara te dibuja?”.

A veces, como en Museo salvaje (1974), la indagación en la interioridad que busca la trascendencia se expresa en imágenes de lo oscuro y lo amenazante; en "Tierras en erosión", el cuerpo es el lugar del "remolino hacia adentro", de las "negras gargantas que me devoran sin cesar"; para Yurkievich, este poema presenta al cuerpo como el lugar del pavor. En otros poemas del libro el cuerpo revela lo oscuro del sujeto: la indagación en el propio yo con la poesía o con el poder visionario, como "En la rueda solar", no recoge a veces más que vacío de caverna, tembladeral, rampas, división: "es cada vez el mismo centinela que dice que no estoy".  Pero otras veces se producen la revelación, el nacimiento. "Génesis" es un poema exultante que anticipa algunos aspectos más tardíos. Este poema narra el nacimiento desde el vacío, desde la nada: “No había ningún signo sobre la piel del tiempo”, comienza el poema, y luego se estructura en torno a la figura de la caverna platónica, que el ser naciente tiene en cada mano “para mirar a Dios”, como si fuera un instrumento doble. Si bien Dios nunca deja de ser una sombra, en este poema el alma y el cuerpo parecen complementarse en este nacimiento que implica romper los recuerdos, las leyes, los fragmentos para acceder a la expiación, a un lugar más allá que sería ese “algún lado muy lúcido de Dios”, donde el ser nace “con los ojos cerrados”. El nacimiento tiene así características de liberación y plenitud –“Hubo un clamor de verde paraíso que asciende desgarrando la raíz de la piedra”, pero implica también la caída y el reverso, la sombra, la lejanía y la pérdida, e inscribe en el alma el misterio imposible. El nacimiento, sin embargo, no deja de ser una revelación, y permite la unión de la Idea con la carne y la sangre: "Infundieron un soplo en las entrañas de toda la extensión./ Fue un roce contra el último fondo de la sangre;/ fue un estremecimiento de estambres en el vértigo del aire;/ y el alma descendió al barro luminoso para colmar la forma semejante a su imagen,/ y la carne se alzó como una cifra exacta,/ como la diferencia prometida entre el principio y el final". Y este nacimiento es a la vez cumplimiento y final “en el último día de los siglos”, unión “con los ojos abiertos debajo de tus ojos”.

"Catecismo animal", de En el revés del cielo (1987, da una nueva vuelta de tuerca a la visión platónica, que reclama ahora la existencia y la persistencia del cuerpo: "No, este cuerpo no puede ser tan sólo para entrar y salir".  Este poema también incide en la imagen de la caverna, de modo que los humanos, como fragmentos arrancados del cielo, están “vueltos hacia ese muro/ donde se inscribe el vuelo de la realidad,/ la mordedura blanca del destierro hasta el escalofrío”. Sólo la sed, el deseo “hablan de alguna parte donde las mutiladas visiones se completan,/ donde se cumple Dios”. Y el ansia de descubrir la imagen oculta del reflejo, “la palabra secreta, el bien perdido, la otra mitad…”  son imágenes claramente platónicas. Pero ese lugar del modelo, de la verdad original, no es fácil de alcanzar; no se divisa la fisura, y el cuerpo se ve como un obstáculo, “donde siempre tropieza el universo”. Sin embargo, el cuerpo pudiera tener una supervivencia, no ser un simple resto: "No, este cuerpo no puede ser tan sólo para entrar y salir” . El poema finaliza con una defensa del cuerpo como lugar de la ausencia, pero también de la pregunta y la búsqueda, y de la breve unidad: “esta humilde morada donde el alma insondable se repliega,/ donde inmola sus sombras/ y se va”.

               Tal vez como símbolo de esa posibilidad de florecer en el desierto gracias a la búsqueda que nunca ha cesado acaba la antología que comentamos con un "Himno de alabanza". Aunque "casi todos los que amé sean ahora igual que la hojarasca", con una celebración del cuerpo, con un desafío y con un grito de triunfo acaba el libro: "¿O no puedo cantar, amor, la noche de tu ausencia y el filo de tu espada?/ ¿Quien no lleva en la punta de su arpón una ballena blanca?". De hecho, en este poema se vuelve a la idea del cuerpo como el único lugar donde pueden inscribirse “la misma señal” o “tu escritura secreta en cada piedra” (153). “Desde lo más profundo… Yo te celebro, / cuerpo”. En este poema se agradece humildemente a la materia, y hasta se bendice a la otras veces denostada sombra.
Helena Usandizaga.