sábado, 5 de marzo de 2016

El SUEÑO DEL INSOMNE: ADIÓS A AMÉRICO FERRARI.

EL SUEÑO DEL INSOMNE: ADIÓS A AMÉRICO FERRARI
Por Helena Usandizaga

Como se extiende el viento sobre las aguas como
se levanta de la tierra la figura del fuego como
golpea la sangre sobre el metal amante del imán
-como todo de repente se yergue hacia el dios
que nos ha echado sobre el limo
como el dios mismo que eterno y cansado
renace de este limo
como nosotros que nos hundimos en la muerte
sólo para palpar a Dios
como todo eso
para siempre
para jamás
desde este instante nuestro de arena deleznada
de nada.

Américo Ferrari, “Como había de ser”, en Noticias del deslugar (2002)
Américo Ferrari nos ha dejado algunos de los mejores estudios sobre poetas latinoamericanos y peruanos, en especial sobre César Vallejo, pero sospecho que lo más querido de su escritura, para él, eran sus excelentes poemas. Tras su partida, queda su obra, y también la huella de su persona y de su personaje, irrepetibles.
Recuerdo muy bien lo que tan bien han contado de Américo Emilio Manzano y Vladimir Herrera, y añado algunas historias que lo completan. Lo que quizás no he pensado Emilio es que, ese día en que lo entrevistó, Américo hubiera debido tener la misma resaca que él, porque -aunque era más moderado que nosotros- se tomó esa noche unos cuantos wiskhies él también. Pero su cerebro, insomne y prodigioso, no acusaba los impactos del alcohol ni de casi nada. No creo que fuera por haber dormido mejor: realmente, Américo casi no dormía; era insomne en el sentido literal de la palabra. Seguía siempre pensando, a una velocidad de vértigo y con una lucidez prodigiosa, y no perdía sus modales aunque cayera la bullabesa sobre su impoluta camisa y sus níveos cabellos. Al tiempo que esa inteligencia sin desmayo, Américo tenía una vitalidad y un deseo de divertirse que le hicieron volver a Barcelona –se enamoró de la ciudad-, en los años sucesivos, a encontrarse con amigos y a salir a la noche barcelonesa. En realidad, venía como invitado de la Universitat Pompeu Fabra, a dar unos cursos de teoría de la traducción, pero aprovechaba para pasarlo lo mejor posible.
La conversación de Américo era única: sacaba algo de su memoria alucinante, luego un pedazo de su saber enciclopédico y al mismo tiempo ignoto, hacía un análisis agudo, y luego lo remataba todo con una frase entre mordaz y divertidísima. Podría pensarse que dejaba así fuera de juego a sus interlocutores, si no fuera porque lo que más le gustaba era el juego: que le provocaran y le contestaran, y la frase cumplía esa función; le replicábamos y él nos replicaba hasta el enfado amistoso o las carcajadas.

Esa mezcla de inteligencia y vitalidad tenía una extraña y paradójica consecuencia: un deseo de contemplación y de fusión y hasta podría decirse de trascendencia, como de movimiento hacia una añorada o perdida morada. Puede ser que la electricidad constante de su mente y de su cuerpo, agotadora, se relacione con el apagón de los últimos años, ese “abandonarse al mar” (Noticias del deslugar) que es el sueño del insomne. Que ahora el sueño definitivo sea para Américo lo que dice su poema de Tierra desterrada: el "fresco sueño/ vértice de aurora oro/ de mi arena de mar".

miércoles, 2 de marzo de 2016

AMÉRICO FERRARI Y LA NAVE DE LOS LOCOS.


No quiero entrar en detalles acerca de los últimos tiempos de Américo Ferrari. Por Martine, su mujer, sabíamos que un día de esos se había quedado como un ángel alelado, out, fuera de todo. Él, que era un conversador animoso capaz de hacer una bullavesa que nos dejaba de lamparones hasta la coronilla, lamparones en los manteles, en las camisas y hasta en sus propios cabellos que siempre fueron blancos. Y todo porque no paraba de hablar emocionado por ejemplo de Mariátegui o de Raul Deustua de quien sabía todos sus secretos- Ambos cruzaban la frontera franco suiza religiosamente todos los sábados. Y, sus invitados no podíamos interrumpir la narración aunque Ferrari estuviera cubierto ya de salsa bullavesa que en el Perú le llamamos parihuela.
Le conocí en la puerta de mi casa-taller en Barcelona, cuando yo esperaba a un criollo de la Victoria y no a aquel señor de cabellos blancos y modales sustanciosos de profesor contumaz. Su castellano victoriano, se lo dije, era de los años cincuenta. Su ropa en cambio hacía notar su buen gusto. Su nerviosismo era parte de su coquetería. Rápidamente emplazamos el tema de la tipografía en metal y el de la Generación del 50, que era la suya. Con distracción sublime me hizo notar que en su generación se odiaban todos. Yo pensé que lo mismo pasaba en la mía. Es posible que fuera André Coyné de quien Ferrari decía que era uno de los viudos de Vallejo, el que propiciara nuestra amistad junto con Helena, ella por ser colega de Américo.
Lo cierto es que tiempo después me puse a trabajar en mi taller en un libro suyo La nave de los locos, destinado a coleccionistas en razón de la exquisita encuadernación de Montse Badell. Ferrari compró casi toda la edición. Ese libro aparece en Para esto hay que desnudar a la doncella, El Bardo, (1949-1997), su obra completa. dedicado a Helena Usandizaga y a este servidor. Lo que siempre es un buen motivo para recordar. Era chismoso como uno, como todo escritor. Se hacía querer rápidamente por su delicadeza. Murió a los 87 años que ya es decir.