EL
SUEÑO DEL INSOMNE: ADIÓS A AMÉRICO FERRARI
Por
Helena Usandizaga
Como se
extiende el viento sobre las aguas como
se
levanta de la tierra la figura del fuego como
golpea
la sangre sobre el metal amante del imán
-como
todo de repente se yergue hacia el dios
que nos
ha echado sobre el limo
como el
dios mismo que eterno y cansado
renace
de este limo
como
nosotros que nos hundimos en la muerte
sólo
para palpar a Dios
como
todo eso
para
siempre
para
jamás
desde
este instante nuestro de arena deleznada
de nada.
Américo Ferrari, “Como había de ser”, en Noticias del deslugar (2002)
Américo Ferrari nos ha dejado algunos de los mejores estudios sobre poetas
latinoamericanos y peruanos, en especial sobre César Vallejo, pero sospecho que
lo más querido de su escritura, para él, eran sus excelentes poemas. Tras su partida,
queda su obra, y también la huella de su persona y de su personaje, irrepetibles.
Recuerdo muy bien lo que tan bien han contado de Américo Emilio
Manzano y Vladimir Herrera, y añado algunas historias que lo completan. Lo que
quizás no he pensado Emilio es que, ese día en que lo entrevistó, Américo
hubiera debido tener la misma resaca que él, porque -aunque era más moderado
que nosotros- se tomó esa noche unos cuantos wiskhies él también. Pero su
cerebro, insomne y prodigioso, no acusaba los impactos del alcohol ni de casi
nada. No creo que fuera por haber dormido mejor: realmente, Américo casi no
dormía; era insomne en el sentido literal de la palabra. Seguía siempre
pensando, a una velocidad de vértigo y con una lucidez prodigiosa, y no perdía
sus modales aunque cayera la bullabesa sobre su impoluta camisa y sus níveos
cabellos. Al tiempo que esa inteligencia sin desmayo, Américo tenía una
vitalidad y un deseo de divertirse que le hicieron volver a Barcelona –se enamoró
de la ciudad-, en los años sucesivos, a encontrarse con amigos y a salir a la
noche barcelonesa. En realidad, venía como invitado de la Universitat Pompeu
Fabra, a dar unos cursos de teoría de la traducción, pero aprovechaba para
pasarlo lo mejor posible.
La conversación de Américo era única: sacaba algo de su memoria
alucinante, luego un pedazo de su saber enciclopédico y al mismo tiempo ignoto,
hacía un análisis agudo, y luego lo remataba todo con una frase entre
mordaz y divertidísima. Podría pensarse que dejaba así fuera de juego a sus
interlocutores, si no fuera porque lo que más le gustaba era el juego: que le provocaran
y le contestaran, y la frase cumplía esa función; le replicábamos y él nos
replicaba hasta el enfado amistoso o las carcajadas.
Esa mezcla de inteligencia y vitalidad tenía una extraña y paradójica
consecuencia: un deseo de contemplación y de fusión y hasta podría decirse de
trascendencia, como de movimiento hacia una añorada o perdida morada. Puede ser
que la electricidad constante de su mente y de su cuerpo, agotadora, se
relacione con el apagón de los últimos años, ese “abandonarse al mar” (Noticias del deslugar) que es el sueño
del insomne. Que ahora el sueño definitivo sea para Américo lo que dice su
poema de Tierra desterrada: el
"fresco sueño/ vértice de aurora oro/ de mi arena de mar".
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