lunes, 26 de agosto de 2013

El Yachayhuasi cuzqueño o Casa del Viejo.


Por Helena Usandizaga.



“Entramos al Cuzco de noche”: con estas palabras comienza, en la novela de José María Arguedas Los ríos profundos, un viaje iniciático a lo más profundo del Cusco, allá donde el protagonista de la historia, el casi adolescente Ernesto, comprenderá la fuerza soterrada de la cultura andina dentro de la que ha transcurrido su infancia, absorberá las fuerzas que vibran en los muros y las calles del Cusco, y tomará partido por ese mundo oprimido que también es el suyo. “Habíamos llegado a la casa del Viejo. Estaba en la calle del muro inca”, dice más adelante el narrador, que es el propio Ernesto.
La casa del Viejo: esa casona colonial del pariente avaro y amargo es la casa Orihuela, en la calle Palacio, 110. Los protagonistas de la novela llegan a ella tras caminar por el Cusco, y el niño, tras el rechazo del pariente, que los aloja en el patio más pobre, sale a la calle Hatun Rumiyoq a ver el muro inca que ha soñado durante todo el viaje con su padre. No sólo por ese trayecto infalible de los protagonistas que, como lo hiciera Umberto Eco para la distancia entre el hospital y la abadía en sus Apostillas a El nombre de la rosa, puede seguirse paso por paso, contando los metros que separan una calle de otra, se puede localizar la casa.
Ocurre también que en la propia casa Orihuela, hará unos veinte años, encontramos sus habitantes -entre los papeles que guardaba doña Hilda Delgado Orihuela- unos documentos insólitos en los que el propietario de la casa, Juan de Mata Orihuela, discutía el mantenimiento de la capilla y apelaba al testimonio del abogado José María Arguedas. La coincidencia del nombre es demasiado sorprendente, si bien el abogado no podía ser el escritor, que se llamaba así pero no era abogado; ni el padre del escritor, que sí era abogado pero se llamaba Víctor Manuel Arguedas Arellano. Pero eso sí: algo más que lo puramente ficcional tuvieron que ver los Arguedas con la casa Orihuela de Cusco.
Cuando Ernesto contempla el muro, éste no es estático: hierve poderosamente como los ríos en verano, esos ríos turbios a los que, según recuerda Arguedas, los indios llaman yawar mayu, río de sangre. Esos ríos están todavía en el muro; son los “"yawar rumi", piedra de sangre, o "puk'tik yawar rumi", piedra de sangre hirviente”: son las lágrimas de sangre ("yawar wek'e"), que aún llora el muro. Son los ríos de sangre que también son la fuerza de la casa Orihuela, mucho más fuertes que la prepotencia, que el dinero o que el mal mismo que últimamente la amenazan.
Helena Usandizaga.