sábado, 10 de marzo de 2012

EIELSON: "MI ÚNICA CORONA ES MI POBREZA".




“MI ÚNICA CORONA ES MI POBREZA”:  A JORGE EDUARDO EIELSON

Por Helena Usandizaga


 El caso de Eielson ha sido peculiar: vivió en Europa desde joven, aunque sin perder el contacto con el Perú, en una paradójica extraterritorialidad arraigada. En tanto que artista plástico, es conocido en Europa y en especial en Italia, donde él declaró que vive como pintor entre pintores, pero no se ha convertido en cambio en una referencia poética acorde con la calidad de su producción, excepto en algunos círculos de Perú, aunque en los últimos tiempos comenzaba a extenderse el ámbito de sus lectores, y su inclusión en la antología Las ínsulas extrañas lo dio a conocer un poco más a este lado del Atlántico.  Eielson decía también que el intercambio musical con sus amigos músicos le producía un placer especial: dotado también para este arte no se dedicó nunca a él profesionalmente, pero sus textos nacen de una “matriz musical”, como si una partitura secreta generara el ritmo del texto. La labor en varios espacios manifiesta la actitud artística y vital de este singular creador, quien no sólo hizo posible el tránsito entre lo musical, lo visual y lo poético, y lo materializó en obras originales del tipo happenning o instalación, sino que postuló la relación con todos los aspectos de la vida como algo creativo y rítmico, y trasladó estas conexiones a su obra plástica y poética. Hacer de la vida una obra de arte, comunicar los saberes y las artes, hacer de la búsqueda algo unitario y transmisible, era para Eielson un objetivo soñado y buscado, pero esto no implica la vulgarización de una obra que no cedió nunca a la tentación de la facilidad.
La búsqueda de esa difícil globalidad, de esa armonía que persiguió en lo personal a través de la sabiduría budista, se manifiesta en su obra no como una falsa anulación de las tensiones, sino por la plasmación en el poema de un trayecto que dijera su música secreta, ese ritmo o ese pasaje a veces recóndito y doloroso que según Eielson todos poseemos y que el arte hace resonar. La sabiduría asociada a estas operaciones la postula entonces Eielson no como un producto acabado, sino como una red anudada que se moviera estableciendo nuevas conexiones, o como una “escalera infinita” que ascendiera por lo más inmediato y cotidiano, tal como explica en un texto que alude a esta figura desde el mismo título.
Por esta exigencia de autenticidad y conexión entre los diferentes campos, su poesía calló por largos momentos, cuando la relación entre escritura y vida o entre poesía y ritmo entraron en crisis, pero su actividad artística no cesó jamás. Hablamos aquí más, por cercanía ya manifestada en otros trabajos que inspiran éste, de su “poesía escrita”, tal como él la llamó indicando irónicamente que no toda poesía se escribe, sino que también se pinta, se produce a través de los sonidos, se representa, se instala o se vive. Hasta sus últimos libros en la década del 2000, época por cierto de revitalización poética, su poesía ha sido un camino de búsqueda, desde que en Reinos (1945), un libro deslumbrante del joven poeta abrumado por el horror de la segunda guerra europea, era anhelo y contemplación, búsqueda de una respuesta poética y hasta metafísica. En estos poemas, un incendio grandioso y melancólico parece alimentado por lo oculto y aun lo enterrado: la esposa sepultada, la reina enterrada reaparecen  para suscitar el canto elegíaco por un mundo en destrucción, poblado de astros lejanos, cuya materia se convierte solemnemente en ceniza. "Nocturno terrenal", por ejemplo, refiere esta visión que el yo separado contempla muy rilkeanamente con los ojos interiores: "Amo cierta sombra y cierta luz que muy juntas, creo yo, azulan/ Las casas de los muertos, amo la llama/ Y el cabo de la sangre, porque juntas son el mundo...".  Pero, en vista de que la respuesta a las preguntas no se encuentra en la poesía como sublimación o como revelación maravillosa, ni el lenguaje lujoso y brillante repara la carencia, la búsqueda va a seguir entonces por tres vías alternativas: por un lado, la de una poesía crítica de sí misma, iniciada claramente en Tema y variaciones (1950) y que se expresa en última instancia por la visualidad, el juego con los sonidos y las grafías; por otro lado, la de una poesía muy humilde, poesía del cuerpo y de los objetos,  iniciada en Habitación en Roma (1952), y continuada en Noche oscura del cuerpo (escrito en 1955, versión definitiva de 1989) y Ceremonia solitaria (1964); o, finalmente, la de las artes plásticas, que habría que extender a su obra teatral y a los happenings o instalaciones: todo ello materializa el proceso de despojamiento que marca el tono de sus últimos poemas.
En este proceso no desaparecerán esos puntos de referencia que son los astros y la ceniza, lo encendido y lo consumido, pero sí que varían su situación y su función. Muy especialmente a partir de Habitación en Roma, el mundo poético se hace cotidiano, y Eielson canta la reversibilidad de las cosas, la paradoja de que el poema contenga la vida pero pueda ser al mismo tiempo un papel muerto: "¿sabes tal vez que entre mis manos/ las letras de tu nombre que contienen/ el secreto de los astros/ son la misma/ miserable pelota de papel que ahora arrojo en el canasto?", dice en un poema de este libro. Estos poemas  de búsqueda en lo humilde, en lo cotidiano, en el cuerpo individual y social, llevará a situar en lo más cercano, en el propio cuerpo, los astros antes lejanos y la ceniza antes enterrada. Esto no implica abandonar la preocupación metafísica y aun mística que se acompaña para Eielson con las exploraciones en el budismo zen. Donde más claramente reaparecen estos símbolos es en Noche oscura del cuerpo, que  inicia esta búsqueda más prosaica, ni gloriosa ni glorificante, en que el sujeto no busca con el alma sino con el cuerpo: porque la percepción del dolor y la alegría ocurren a través del cuerpo, y el cuerpo guía la exploración emocional, estética y de conocimiento. Y precisamente en este libro se da una continuidad con los símbolos de Reinos, en especial en los ya comentados símbolos de lo luminoso e incandescente (luna, estrellas, astros, luz, fuego habitan el cuerpo) y por otro lado de lo muerto (ceniza, polvo, humo, son figuraciones frecuentes del sujeto): la diferencia está en que estas instancias se sitúan en una percepción más cercana, y por lo tanto son más susceptibles ahora de ser exploradas. El cuerpo, depositario de estas sensaciones, es una puerta, pero no es sólo un lugar de paso a otra cosa. La posibilidad de conocimiento a través del cuerpo, de ir más allá del "círculo de huesos y latidos" en que acaba “Cuerpo mutilado”, se insinúa en "Cuerpo secreto", donde "...el hilo ciego que me lleva/ Hacia mí mismo" propicia un viaje por los órganos y los humores semejante al trayecto místico, un viaje en el que "Caigo me levanto vuelvo a caer/ Me levanto y caigo nuevamente/ Ante un muro de latidos", para acceder por fin a la cruel y enigmática belleza.
En De materia verbalis (1957-58), donde encontramos la continuación de los juegos de Tema y variaciones, hay también una crítica de la razón esterilizadora, otro motivo común con la línea del cuerpo y lo cotidiano que ahora comentábamos: el corazón no canta ni solloza porque piensa demasiado; entonces el poema es una "jaula de palabras". Se declara también la imposible unión de los contrarios, pero se trazan unos caminos: la renuncia a la soberbia del yo pensante, las emociones, la disolución del yo ("Pero todo lo que escribo/ Aunque sólo sea de mis huesos/ O del cielo estrellado/ No soy yo que lo escribo/ Sino mi lapicero").
 Aún así, como cauce y como objeto del poema, está el arte: el arte que para Eielson es casi lo mismo que la vida verdaderamente vivida, pero que necesita encarnar en un ritmo (“El ritmo el ritmo/ Es siempre atroz y soberano/ Como el océano”, dice en Sin título, un libro de 2000). El arte no dice entonces solamente la distancia entre lo banal y lo maravilloso, entre lo permanente y lo caduco, sino también su fugaz entrelazamiento, como en los nudos del quipu, en una operación que sólo la decantada sabiduría que está tras los poemas puede propiciar. La alusión a los nudos como sistema escritural prehispánico en el Perú es una clave para entender a Eielson: él mismo declara que su sistema artístico es una suerte de red anudada por los quipus, y esta presencia del antiguo Perú no aparece sólo de este modo. En efecto, la vuelta insistente de su tierra natal, Perú (“uno de los países más antiguos y desventurados del planeta”, ha dicho Eielson en el texto antes mencionado), y el dolor que le produce la realidad peruana, es paralelo con la persistencia de lo enterrado como símbolo de la fuerza de su mundo de origen y el dolor por la pobreza y el abandono, como cuando el poeta se despide de su patria salada y luminosa, pero también de esa “Cruel arena sin embargo/ Que no alimenta niños ni animales/ Que viven sólo de huesos/ Y limosnas”, con un “Adiós extraña patria/ Purgatorio de plateadas olas. Adiós/ Pescado azul adiós/ Arena atroz”, dice en un poema de Sin título. Pero esa despedida es momentánea, porque el Perú permanece , como un terrible tesoro enterrado: “Excavo en mi dorado Perú/ [...] Excavo y excavo todavía/ Y es mi osamenta que hallo ahora/ Y el trono ensangrentado/ Que allí me espera”. En su obra plástica, aparece a menudo, en especial en las series Nudos y Paisaje infinito de la costa del Perú.
 En sus últimos libros, la mirada serena permite asumir la oposición entre la muerte y la vida: la sombra, la ceniza, la oscuridad, están como en toda la poesía de Eielson opuestas a la luz de los astros y al fluir de la vida, a veces dramáticamente: “Nacemos desnudos completamente solos/ Y ensangrentados”, y la vida transcurre “En un miserable minuto antes/ De cerrar los ojos nuevamente/ Como si nada hubiera pasado/ Y regresar a la tiniebla/ Y al gusano”, dice en Sin título. Sólo la visión poética clausura las mortales contradicciones y hace posible que todo el firmamento resplandezca en la cuchara al tomar la sopa, que la basura se convierta en una rosa, y, en definitiva, que se pueda afirmar “Que el mundo entero es sólo/ Esta misteriosa mariposa amarilla/ Posada en una silla”. Hay pues, en su última etapa poética, continuidad y transformación de sus temas de siempre. Y no faltan en sus últimos poemas la invitación a romper el libro de papel, en favor del libro sagrado de la vida, o, como núcleo profundo, el erotismo cósmico, quizás el único capaz de conciliar los contrarios en un acto de amor: “Somos un animal que se enamora/ Mitad ceniza mitad latido”, había dicho en Ceremonia solitaria.
Una primera recolección de la poesía escrita de Eielson se hace en Lima por Silva-Santisteban en  1976, si bien la antología que   Lauer y  Oquendo publicaron en 1970 generó ya cultores.  Martha Canfield se ocupó de recoger de forma completa la obra poética de Eielson, especialmente en  Poesía escrita (entre otras ediciones, Bogotá, Norma 1998), y una versión de Poesía escrita se ha hecho en España con Vivir es una obra maestra (Madrid, Ave del Paraíso, 2003), donde también se han publicado dos de sus últimos libros (Sin título, Valencia, Pre-Textos, 2000; Del absoluto amor y otros poemas sin título, Valencia, Pre-Textos, 2005). La última y completa recolección de las diversas vertientes de la obra de Eielson, con el título de Arte poética, la ha realizado y prologado Luis Rebaza-Soraluz. Para empezar a entrar en contacto con el universo visual y poético de Eielson, el lector puede dirigirse a la página web mencionada en las referencias, realizada por un un grupo de jóvenes poetas y estudiosos, quienes además recogieron textos de y sobre Eielson en nu/do.
Helena Usandizaga

lunes, 5 de marzo de 2012

POESÍA TRIDIMENSIONAL en la avenida Arequipa 1155. Miércoles 7 a las 7.


                                                            Seis tigres tristes por que no llegarán al Microfestival que ha propiciado Coletti
en el que estaremos el miércoles siete de marzo a las siete en punto. Vladimir Herrera presentará en estreno el documental sobre los Cuatro Días Entre Pájaros y Árboles. Casi toda la Poesía peruana reunida.