viernes, 21 de octubre de 2011

RETORNO A LAS TINIEBLAS: EL BUSCADOR DE TUSITALAS

Luego de las últimas escenas del Coronel Gadaffi en su propio fin del mundo televisado me encuentro con este artículo del Buscador de Tusitalas: Literatura y Colonialismo. Europa y la razón cartesiana. Conrad y Las tinieblas. Y me pregunto si el Kurtz de Conrad no es el mismísimo Marlon Brando de Apocalypse Now.

 Retorno a las tinieblas
 La Europa del desarrollo y el progreso de finales del siglo XIX sostuvo su fuerza económica gracias al avance del modelo colonialista, claro que este sistema de imperialismo colonial supuso para el extenso territorio africano un retroceso incuestionable que todavía se perpetúa, al sustituir el sistema esclavista por una civilizada explotación de recursos humanos y materiales. Pero si hemos de contabilizar el drama soportado por los habitantes indígenas de dicho continente, ninguno parece comparable al trágico destino padecido por la maltrecha población del Congo Belga, ya que, bajo el mandato del supuesto filántropo y benefactor Leopoldo II de Bélgica, se perpetró uno de los genocidios más execrables y desconocidos de la humanidad. 
Ahora, gracias a la encomiable labor de Ediciones del Viento, se han recuperado por primera vez en español cuatro documentos básicos que atestiguan esta sobrecogedora historia. Recogidos bajo el título de La tragedia del Congo, encontramos la carta dirigida al rey belga redactada por el pastor norteamericano de raza negra George Washington Williams, uno de los primeros en denunciar el drama que se estaba gestando en esa colonia de propiedad particular. También descubrimos el documento completo que elaboró el cónsul británico Roger Casement en 1903 durante su viaje por la zona, un testimonio estremecedor que al mantener un tono oficial y descriptivo refuerza su dureza. Este informe se convirtió en un verdadero acicate contra la política  de explotación  infrahumana que había tejido el soberbio rey belga y consiguió despertar al resto de naciones  que se mantenían inoperantes. El tercer escrito, narrado por Arthur Conan Doyle en 1909, se nutre de los anteriores y de algunos relatos verdaderamente escabrosos para convertirse en la narración histórica de todo lo acontecido en el Congo y en una denuncia firme y contundente de la situación. Por último, tenemos el panfleto de Mark Twain titulado El soliloquio del rey Leopoldo, un escrito donde el genial autor muestra con toda su carga irónica la arrogancia y egolatría del monarca.
La historia de explotación indiscriminada y brutal exterminio de la población congoleña ha sido silenciada  largamente. Los numerosos testimonios  de misioneros, la encomiable labor de la Asociación para la Reforma del Congo que encabezó Casement y los numerosos documentos gráficos consiguieron que las naciones que habían otorgado un poder casi ilimitado al rey belga y su maraña de empresas tomaran cartas en el asunto, aunque el mal ya estaba hecho y la repercusión futura era innegable. El sistema organizativo perpetrado a conciencia por Leopoldo II para explotar un territorio tan amplio con la intención de recoger caucho y otras materias estaba basado en la más indiscriminada violencia: población obligada a trabajar para el Estado en penosas condiciones, destrucción de poblados enteros, miles de amputaciones, asesinatos y raptos, consentimiento del canibalismo entre las tropas de salvajes asesinos indígenas. Quedaba claro que la civilización había traído su porción de barbarie.
Pero además, todo este mundo fue el origen de una de las narraciones maestras del siglo XX: El corazón de las tinieblasde Joseph Conrad. El autor vivió su propio descenso a las tinieblas del alma humana cuando en 1890 se embarcó como marino a sueldo de la Sociedad para el Comercio del Alto Congo. Las experiencias de Conrad en aquel país durante unos meses se convertirían en el material que daría origen a su celebérrima obra, ya que muchos de sus episodios son una traslación directa de sus vivencias en el Congo y el capitán Marlow un alter ego del escritor. Lo más curioso es que durante su estancia, Conrad conoció y trabajó con Roger Casement que por entonces estaba a sueldo de la Compagnie du Chemin de Fer du Congo y que se convertiría en la única experiencia positiva que el autor extrajo de su aventura africana.
De su breve paso por el Congo dejó constancia literaria en dos obras. Un breve cuento titulado Una avanzadilla del progreso, donde se relata el proceso de desquiciamiento mental  al que llegan dos agentes comerciales enviados a un remoto rincón del Congo; un tema que enlaza directo con aquellas palabras que el doctor encargado de la revisión médica de Marlow le dirige a éste, para recordarle que lo más importante de su tarea es estudiar los cambios que se producen en el interior de las personas enviadas a aquellas latitudes. Pero sin lugar a dudas, el texto fundamental que recoge esta experiencia es El corazón de las tinieblas, que pudiera pasar por un alegato anticolonialista, pero que se erige fundamentalmente en una exploración de la vulnerabilidad del alma humana. El horror que Conrad entrevió se transmuta en la novela que “trasciende la circunstancia histórica y social para convertirse en una exploración de las raíces de lo humano, esas catacumbas del ser donde anida una vocación de irracionalidad destructiva que el progreso y la civilización consiguen atenuar pero nunca erradican del todo. Pocas historias han logrado expresar de manera tan sintética y subyugante como ésta, el mal entendido en sus connotaciones metafísicas individuales y en sus proyecciones sociales” en palabras de Vargas Llosa, quien precisamente dedica su última obra, El sueño del celta, a glosar la figura de Roger Casement.
El supuesto proceso civilizador europeo en África se convierte en una historia de barbarie y mentira en esta obra. La búsqueda de Kurtz es un viaje directo al horror y una introspección del alma a través de las vivencias y sensaciones que transmite el capitán Marlow. Una obra narrada en formato de aventuras que por su hondura se escapa de las interpretaciones herméticas.

jueves, 20 de octubre de 2011

LA MENTIRA EXTREMA DE MASTROIANI- MIJALKOV.


El you tube va reemplazando a la memoria. Momentos de hace veinte años que uno recuerda en el patio sereno de la conciencia con el abrigo necesario los ves por demás expuestos como éste en la película de Mijalkov- Ojos Negros en que estuvo a punto  Mastroiani  de reconocer su infidelidad a una Silvana Mangano bella y buena como todas las mujeres que creen lo que uno dice.

lunes, 17 de octubre de 2011

CLARICE LISPECTOR CERCA DEL CORAZÓN SALVAJE

Si como ella decía que era un misterio para sí misma para el lector contemporáneo ella sigue siendo un misterio. Porque no todo está dicho sobre ella. Alguien dijo equivocándose que es una especie de Kafka para la literatura brasileña. Nos equivocamos nosotros también cerca del corazón salvaje.

Felicidad clandestina
(Cuento)
Clarice Lispector
Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio amarillento. Tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras todavía eramos chatas. Como si no fuese suficiente, por encima del pecho se llenaba de caramelos los dos bolsillos de la blusa. Pero poseía lo que a cualquier niña devoradora de historietas le habría gustado tener: un padre dueño de una librería.
No lo aprovechaba mucho. Y nosotras todavía menos: incluso para los cumpleaños, en vez de un librito barato por lo menos, nos entregaba una postal de la tienda del padre. Encima siempre era un paisaje de Recife, la ciudad donde vivíamos, con sus puentes más que vistos.
Detrás escribía con letra elaboradísima palabras como "fecha natalicio" y "recuerdos".
Pero qué talento tenía para la crueldad. Mientras haciendo barullo chupaba caramelos, toda ella era pura venganza. Cómo nos debía odiar esa niña a nosotras, que éramos imperdonablemente monas, altas, de cabello libre. Conmigo ejerció su sadismo con una serena ferocidad. En mi ansiedad por leer, yo no me daba cuenta de las humillaciones que me imponía: seguía pidiéndole prestados los libros que a ella no le interesaban.
Hasta que le llegó el día magno de empezar a infligirme una tortura china. Como al pasar, me informó que tenía El reinado de Naricita, de Monteiro Lobato.
Era un libro gordo, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me dijo que si al día siguiente pasaba por la casa de ella me lo prestaría.
Hasta el día siguiente, de alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía, flotaba lentamente en un mar suave, las olas me transportaban de un lado a otro.
Literalmente corriendo, al día siguiente fui a su casa. No vivía en un apartamento, como yo, sino en una casa. No me hizo pasar. Con la mirada fija en la mía, me dijo que le había prestado el libro a otra niña y que volviera a buscarlo al día siguiente. Boquiabierta, yo me fui despacio, pero al poco rato la esperanza había vuelto a apoderarse de mí por completo y ya caminaba por la calle a saltos, que era mi manera extraña de caminar por las calles de Recife. Esa vez no me caí: me guiaba la promesa del libro, llegaría el día siguiente, los siguientes serían después mi vida entera, me esperaba el amor por el mundo, y no me caí una sola vez.
Pero las cosas no fueron tan sencillas. El plan secreto de la hija del dueño de la librería era sereno y diabólico. Al día siguiente allí estaba yo en la puerta de su casa, con una sonrisa y el corazón palpitante. Todo para oír la tranquila respuesta: que el libro no se hallaba aún en su poder, que volviese al día siguiente. Poco me imaginaba yo que más tarde, en el curso de la vida, el drama del "día siguiente" iba a repetirse para mi corazón palpitante otras veces como aquélla.
Y así seguimos. ¿Cuánto tiempo? Yo iba a su casa todos los días, sin faltar ni uno. A veces ella decía: Pues el libro estuvo conmigo ayer por la tarde, pero como tú no has venido hasta esta mañana se lo presté a otra niña. Y yo, que era propensa a las ojeras, sentía cómo las ojeras se ahondaban bajo mis ojos sorprendidos.
Hasta que un día, cuando yo estaba en la puerta de la casa de ella oyendo silenciosa, humildemente, su negativa, apareció la madre. Debía de extrañarle la presencia muda y cotidiana de esa niña en la puerta de su casa. Nos pidió explicaciones a las dos. Hubo una confusión silenciosa, entrecortado de palabras poco aclaratorias. A la señora le resultaba cada vez más extraño el hecho de no entender. Hasta que, madre buena, entendió al fin. Se volvió hacia la hija y con enorme sorpresa exclamó: ¡Pero si ese libro no ha salido nunca de casa y tú ni siquiera querías leerlo!
Y lo peor para la mujer no era el descubrimiento de lo que pasaba. Debía de ser el horrorizado descubrimiento de la hija que tenía. Nos espiaba en silencio: la potencia de perversidad de su hija desconocida, la niña rubia de pie ante la puerta, exhausta, al viento de las calles de Recife. Fue entonces cuando, recobrándose al fin, firme y serena, le ordenó a su hija:
-Vas a prestar ahora mismo ese libro.
Y a mí:
-Y tú te quedas con el libro todo el tiempo que quieras. ¿Entendido?
Eso era más valioso que si me hubiesen regalado el libro: "el tiempo que quieras" es todo lo que una persona, grande o pequeña, puede tener la osadía de querer.
¿Cómo contar lo que siguió? Yo estaba atontada y fue así como recibí el libro en la mano. Creo que no dije nada. Cogí el libro. No, no partí saltando como siempre. Me fui caminando muy despacio. Sé que sostenía el grueso libro con las dos manos, apretándolo contra el pecho. Poco importa también cuánto tardé en llegar a casa. Tenía el pecho caliente, el corazón pensativo.
Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí la felicidad siempre habría de ser clandestina. Era como si yo lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el aire... había en mí orgullo y pudor. Yo era una reina delicada.
A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo. No era más una niña con un libro: era una mujer con su amante.
FIN