jueves, 12 de junio de 2014

GENTE PULENTA QUE AHORA AMAMOS MENOS.

GENTE  PULENTA  QUE  AHORA AMAMOS  MENOS.

Viajando a México a conocer a mi primer hijo y olvidando el Perú al que ni por asomo pensaba volver, me topé aquella noche de navidad del 81, en un piso de San Ángel con una mesa y su mantel. Sobre ella un inmenso pavo separaba a dos contrincantes: ella, muy mexicana, vestida de noche y rotunda y él con un gran cuchillo intentando romper el pavo. El peso de mis maletas me hizo olvidar la inconveniencia de mi presencia en esa noche y a esa hora.  Por lo que pregunté por mi hijo y su madre que no estaban allí. Yo venía de Barcelona con mis regalos de navidad para el niño al que un año antes no pude conocer.
Me contó T que se habían ido el niño y su madre a Acapulco. Supongo que para cambiar de cara y de perplejidad me puse a beber con ellos y aquel pavo que inexplicablemente el galán no podía cortar. Le hice los honores al tequila para caer rendido. La chica invisibilizada por el pavo tenía la gracia suficiente para emborrachar a los hombres y a las botellas. Era una infrarrealista. Se llamaba Mara Larrosa. Tulio confiaba en pegarse el lote esa noche a expensas de la dueña de casa y yo llegaba de Barcelona a malograrlo todo. Posteriormente aquella “infra” me hizo conocer, en una cadena interminable de cantinas, a otros borrachines, todos belicosos y mal encarados. Y a los que había que poner en orden. Aquella época me la pasé a los golpes en un D.F. hecho a la medida. Y es que Efraín Huerta había saludado mi libro Del Verano Inculto y unas semanas después David Huerta hacía lo mismo. A algunos no les gustaba eso. Y mucho menos a T. que hacía ya un año venía pasando inadvertido.
En Barcelona unos dos  años antes yo había estado vagabundeando por el Zurich con algunos mexicanos y chilenos que hablaban del ser y la nata. En esa plática el otro peruano era el poeta Américo Yabar. Quien cargaba en estrechas escaleras la borrachera coja de Guillén Orlando y la de Mario Santiago. A ellos los recuerdo como si fuera ayer sobre todo por una pátina de amargura sobre sus rasgos mexicanos más bien alevosos. Los dos eran insoportables y yo tenía otras cosas que hacer. Bolaño en cambio no adolecía de amarguras ni bebía mucho y la presencia furtiva de Montané Bruno, era más bien agradable. Luego recuerdo a dos, casi adolescentes, casi nalgones: David Goldin, mexicano y Juanito Harrington, chileno. Nunca, hasta hace poco, supe a qué se dedicaban estos muchachos. Al chileno tengo que agradecerle haberme presentado a M.P. mi gran amada mexicana, en el museo de Chapultepec. Pero yo ni por el forro que fuera poeta y además “infra”. Sorpresas te da la vida. Y el Facebook. 

La amistad con Bolaño transcurrió como el agua mansa desde el camping de Castelldefels hasta las recepciones de Herralde en el Café de Colombia y el traspatio de alguna editorial. Justamente saliendo del Café de Colombia fue la última vez que lo vi. Lo que no recuerdo- como sí lo hace Vila-Matas- es quién se subió al taxi. Si yo, o él.