viernes, 29 de enero de 2016

Aproxima H.U. el Tratado de las sensaciones de Arturo Carrera.




LOS AFECTOS,LA SENSACIÓN, EL SENTIDO.
Helena Usandizaga

Este libro se define en el prólogo del propio autor como una navegación que intenta “ocupar o estriar todo el espacio del mar a partir de un punto cualquiera”, es decir, “sin salidas ni llegadas, sólo en un viaje circular absoluto” . No se trata, claro, del deseo de decirlo todo, sino más bien de una exploración que no  privilegia puntos de partida ni de llegada, si bien ocupa determinados espacios: “Y ese barco –añade Carrera- (la poesía, el sueño de la poesía) es quizás el “vector” borroso que inventa en lo doméstico la atención de lo único”. Lo doméstico aquí es la línea masculina de la familia, en la que se encuentran abuelos, tíos, padres,  primos, hijos,- así como en el libro anterior, El vespertillo de las parcas, lo era la femenina- y en esa línea se busca “la sensación como sentido de los afectos”. La exploración en ese espacio se hará, según sugiere el poema, construyendo un espejo muy peculiar; un espejo que oscurece y al oscurecer no ensucia, sino que profundiza, como en la cita de Wittgenstein que encabeza la primera parte. Esta búsqueda del sentido es problemática; la cita mencionada habría que leerla junto con otras, en especial la de Passolini, que hace referencia a la pérdida del sentido, y la de Deleuze, que sugiere la percepción del sentido como ritmo. No es, pues, el reflejo de la realidad lo que nos ofrecen las palabras (“las palabras ya no son espejo”, sino una misteriosa iluminación de su reverso, que lleva a esta poesía por caminos iniciáticos, y ello a pesar, y a veces en contra, del empeño intelectual que guía el trabajo poético, al lado del de hallar el sentido a través de las sensaciones previas a la representación conceptual.
De este modo, cada poema se plantea como “un problema afectivo”, lo cual quiere decir de alguna manera cortar, acotar el fluir continuo de las pasiones: “¿Es posible leer, amar, vivir en la desmesura de la sensación, sin acotarla con el murmullo de un poema secreto?”.  Por ello, no es que el poema busque las situaciones en las que el sentir desborda al percibir y éste a su vez al sentido, porque eso correspondería a otro tipo de proyecto poético; la razón, decíamos, no es ajena a la búsqueda del sentido: “Y que variaran/ como en sus reflejos las formas de comprender/ el arte de la realidad, / que aumentara el grado de su reflexión/ sosegando el sentido” . Sin embargo, a través del diálogo que se construye entre las diferentes voces del poema, no se rehuye el deslumbramiento de las sensaciones, ni los mitos, ni siquiera la mentira (“Quiero engañar, quiero engañarme hasta el final...”. La tentación de lo intelectual, que por otras vías a veces amenaza con limitar al poema, se evita así casi siempre. El espejo, entonces, razona también “por la dicha de atisbar/ vagos destellos insidiosos/ como sueños que nos cambian”. No se busque pues en esta poesía el puro centellear de las anécdotas experienciales y de las situaciones familiares con su consiguiente carga de sentido común, si bien algunos poemas de la última sección (169-170) se declaran explícitamente como anécdotas, sino su colocación en un punto de fuga vertiginoso donde las palabras concebidas como materia viva metamorfosean lo narrado y nos acercan al sentido: ““Que no fuera despertar/ en lo que creíamos‘hecho’,/ que las palabras oídas se aferraran/ y buscaran en mí, todavía,/ las formas inciertas que producen/ la alegría”. En este sentido, y sin pretender explicar a Carrera sólo con esta referencia, se comprende que fuera incluido en una antología de poesía “neobarroca”, pues en sus poemas la forma no pretende reflejar el sentido sino interrogarlo y hasta exasperarlo; algo que también está en la búsqueda de Lezama Lima y de  Girondo, aducidos como padres de esta línea.
Hemos avanzado ya la manera como se busca el sentido en el poema: al igual que el espejo, el poema construye también un juego de voces que aparecen a veces, como en la cita anterior, entre comillas o en cursivas: voces interiores, voces entreoídas o “entreleídas”, pero sobre todo voces de narradores a menudo familiares. Pero, como la historia de la construcción del espejo se salda con un fracaso (“Y era un fracaso, y lo/ peor: ¡no reflejaba! Salvo una comisura de tiempo.“, 22), se hace evidente que algo más se necesita para buscar el sentido: tal vez el espejo es precisamente ese “imperfecto anhelo/ del contorno de uno mismo” (23), que es también justamente el anhelo de crear, a través del tiempo, una figura con las sensaciones dispersas: “la ansiedad de unas maneras de reflejar líneas de puntos/ que forman constelaciones o dibujos muy simples/ a veces imperfectos o contrastantes/ en un cielo de verano sin luna”. El deseo y el tiempo: no existe una solución única u ortodoxa para intentar la búsqueda, pero cada poema rehace este trayecto de construcción a través de la “comisura de tiempo” (156-157) y del anhelo que deja pasar las imágenes suscitadas por el rumor de las palabras familiares que pueblan todo el libro. De este modo llama el silencio y brotan las  quejas, las negaciones (“se acabó/ No hay espejo”), y las preguntas anunciadas: “¿... que se verá del otro lado ahora que el espejo nos/ ignora? ¿Cuál mano sombría/ apartará la pena inconsolable/ que retiene el aliento de la luna llena?”, que llevan a otras preguntas terribles: “¿Así pataleó mamá/ cuando entró en agonía?”. Es entonces la sensación interiorizada y vivida y, por lo tanto, temporalizada, la que pregunta por el sentido; y para eso es necesaria la mediación del cuerpo, el ritmo verbal y respiratorio, que es el que hace emerger la experiencia estética: el sentido, así, se conjuga en las voces como materialidad, el recuerdo como sabiduría y  el ritmo como unidad; el sentido es tal vez algo que “dura,/ en las palabras”, algo como la búsqueda o la nostalgia del ritmo en las voces oídas por la comisura del tiempo.
El espejo, pues, como las palabras, no se recrea en el puro reflejo, en “el habla y la escritura de un sueño”, sino que reconduce los afectos, “su esperanza concreta, porosa pero tangible”. El espejo y las voces son así una manera de acotar, de hacer un corte en la fluencia de lo real, de  dar unidad a las sensaciones mediante el ritmo; una manera, pues, de comprender, pero otra manera de comprender: de acotar, por ejemplo, el universo del dolor con su continua insistencia; de llegar allá donde “la realidad con dedos de rapiña/ roza la sensación desconocida/ donde el dolor mueve palabras” ; de construir el sentido con imágenes como “el rumor de las almendras de Giarre en los carros,/ como cascabeles húmedos...”; de construir con ellas “este sueño parecido a un espejo”. Esta búsqueda del sentido es así la búsqueda de “otro” sentido a través de una “desobediencia al sentido”; la búsqueda de “la violencia con que se mezclan/ las unidades del ritmo:/ las diferencias secretas/ de la unidad de lo nombrado”.
Arturo Carrera, Tratado de las sensaciones, Valencia, Pre-Textos, 2001.