lunes, 7 de noviembre de 2016

Adieu l’ami, a Rodolfo Hinostroza.

Adieu l’ami, a Rodolfo Hinostroza.

No quiero hacer una nota sentida acerca del final de Rodolfo Hinostroza. Tampoco quiero hacer un poema, un de profundis liberador de  pena cualquiera. Nada de eso. Pero es muy difícil quedarte callado con tan inmensa pérdida. En poesía, tan grande como la del mismo Vallejo. Llenar el vacío que deja Rodolfo equivale a llenar el que deja un mamut en una cueva ártica. Porque Hinostroza es la verdadera voz tronante de la poesía hispanoamericana. No hay, no habrá en lo próximo cotidiano ninguna igual. Y corre el tiempo. Las nuevas generaciones envejecen. Pronto los atisbos y estudios sobre su obra irán llenando mesas y estanterías. 
Destino de poeta, hijo de poetas. Su padre y su madre lo fueron. No dejó en ningún momento de serlo. Su apuesta por el porvenir, sus ganas de vivir cien años- me lo dijo mientras yo conducía- su voz de cazalla con la que cantaba maravillosamente mientras uno pensaba que él era el augusto soberano de la melancolía, el vals que cantábamos en París y repetíamos a la primera de cambio.
La rebeldía cotidiana de Hinostroza y su alto sentido de la amistad corrían por el mismo camino. Me resultaba difícil con él emplazar temas políticos. Con método sutil terminábamos hablando de poesía como dos provincianos que  éramos. Un día me dijo que me tenía aprecio por ser el único de sus amigos que no le tenía envidia. Me dejó pensando que en Lima las amistades tenían sus riesgos. Su rebeldía ante las ideologías era palpable, pero nunca vi en él la mínima impronta reaccionaria. No  podía ser reaccionario porque era un artista cabal. Todo esto es muy difícil explicarlo al auditorio izquierdista contemporáneo necesitado de héroes. 
De su obra hay muchísimo que decir. Lo harán otros mejor equipados que yo.  Sólo me detendré en el Premio Maldoror de poesía por Contranatura. El jurado estuvo formado por Carlos Barral, Gil de Biedma y Octavio Paz. Aquella vez Paz le dijo a Rodolfo que ese libro cambiaría su vida. Y así fue. Le abrió las puertas de Barcelona, Paris y México. Fue una época rutilante. Hinostroza se movía a sus anchas y para eso era bueno. Tenía sentido de la gloria literaria y sabía cómo gastarla cosa que no ocurría con los otros. Ribeyro era discreto y desconocido y Brice recién aprendía a venderse. 
Una noche en Montparnase, más precisamente en la Coupole, con el poeta venezolano Pepe Barroeta decidimos visitar a la hija del dueño del Nacional de Caracas. Mariana descendió la escalera de película con un perro grande que fue a la mano de Hinostroza. El poeta preguntó si mordía. Y la hija de Otero Silva dijo muerde. Sin embargo el poeta sonrió con la bella sonrisa que tenía. Y con la mano sangrante. La noche fue larga por culpa de una botella de cinco litros que, como Paris, no se acababa nunca. París era una fiesta. 

PITTSBURGH O CHURATA Y EL CHURATISMO.

CHURATA Y EL CHURATISMO.
                                              Vladimir Herrera.
Sorprende que en la foto más difundida del Symposium de Pittsburgh se encuentren puros machos sin bandera muy ufanos cuando se sabe que por lo menos la organizadora en sede ha sido la doctora  Elizabeth Monasterios y que también estuvo la autora de la mejor edición del Pez de Oro publicada en ámbito hispanoamericano por Cátedra, la canónica editorial española. Hablo de la doctora Helena Usandizaga de la UAB. Fueron invitadas también la profesora de la Universidade Federal Santa Catarina, la catalana Meritxell Hernando Marsal, y Maya Aguiluz Ibargüen de la UNAM de México.
Es posible que en la organización del evento haya habido poca preocupación iconográfica ya que se sabe que a los académicos les importa poco, por ejemplo que el cartel sea diminuto. Lo que importa es que la grandeza de Churata y el sentido de su obra hayan sido preservados en tiempo y lugar. Salvo algunas inconveniencias. En los agradecimientos que hizo el heredero de Churata, luego de largo anecdotario circuló cierto estupor en sala cuando en tono de queja se refirió  al trabajo de la doctora Usandizaga. La impresión que dieron las palabras de Amaratt Peralta es que hablaba por boca de ganso. Es decir que, al no ser especialista, había sido aleccionado por otros churatólogos allí presentes, los puneños para ser más preciso: uno levemente apristón y ya de cierta edad y el otro de labios delgados pero con fuerte vocación arribista. Lo que estaba en el discurso eran las ediciones de El Pez de Oro que hasta ahora se han hecho. Al respecto debe quedar claro que la edición canónica de Cátedra es en mucho la mejor y más importante (las ediciones de Cátedra llegan a un público  lector muy amplio, pero apuntan en primera instancia a un público académico que no admitiría que se editara sin criterios científicos o que el editor se tomara libertades, como cambiar el texto según su capricho. Son ediciones de consulta y referencia que pretenden establecer y fijar el texto e introducirlo y anotarlo de manera clarificadora), dejando por la pata de los caballos a las demás, por más cariñosas y bienintencionadas que hayan sido. Y es que la actuación de los herederos  por lo general suele adolecer de maracas y mambo: el caso por ejemplo de los herederos de Valle Inclán  que casi nos privan de su albedrío o de García Lorca que nos dejan tartamudeando en andaluz precoz. Y el más reciente de la viuda de Bolaño persiguiendo a la última compañera y amante del genio chileno. Digamos que todo eso tiene sus bemoles. Y más vale pasarlo por alto.
Volviendo a mis paisanos tercamente presentes en el simposium de Pittsburg de ellos debo decir que imagino sus tarjetas de presentación con el sello de agua de tan magno evento recordándonos a todos  que por allí pasaron.