martes, 4 de diciembre de 2012

HELENA Y LA BARBARIE. ANTOLOGÍA FUTURA.

NOTAS PARA UNA FUTURA ANTOLOGÍA DE POESÍA HISPANOAMERICANA.  

Helena Usandizaga.

1.-
A una temporada de su publicación, no creo que sea innecesario volver sobre una antología (la elaborada por Milán, Sánchez Robayna, Valente y Varela) que suscitó celebraciones, diatribas airadas y unas pocas reflexiones: nunca es innecesario reflexionar sobre la poesía. Entre los comentarios reflexivos, interesa especialmente el  de Jiménez Heffernan (2002): me referiré a él, porque plantea una serie de cuestiones, como el desajuste entre el proyecto y su realización, y de discusiones pendientes, como la validez de ciertas líneas poéticas. La antología se presenta como una obra especial, en buena parte porque el criterio de sus antologadores marca desde el prólogo unas pautas que excluyen cierta cantidad de material al cual consideran, según se deduce (37), carente de innovación o de posibilidad de influir fecundamente.  Blanca Varela, excelente poeta y  lectora, ha explicado además (puede leerse en la crónica de Rojo) que el método de inclusiones y exclusiones se basó en la lectura en voz alta y la aprobación o desaprobación democrática de los poemas, lo cual implica que se puso en práctica el gusto lector de los presentes. La única duda que suscita este sistema es cómo se articularon estas democráticas voluntades, pero no entraremos en ello; tampoco en las rencillas y los posibles intereses e inquinas que según cierta crítica subyacían a la selección de la poesía española. Es lógico y verosímil que haya interferencias “extrapoéticas” en un proceso como éste; pero, en cuanto a las dicotomías a las que se remitía desde España la crítica airada de esta selección, sospecho que no puede aplicarse el mismo criterio a lo hispanoamericano: esto no quiere decir que esa selección la hayan hecho seres arcangélicos sin amistades, deseos ni intereses, pero no elucubraremos sobre ello.




Mi intuición, que veré de confirmar, es que esta antología no representa en el ámbito hispanoamericano algo muy nuevo, pero sí un entramado de lecturas que conforman una unidad (dejamos aparte la posible dosis de injusticia poética); esta unidad que encontramos a lo largo de los poemas, sin embargo, no corresponde a un programa claro, a pesar de lo expuesto en el prólogo, ¿justamente porque pretende teorizar operaciones de diferente índole? En primer lugar, hay que constatar -siempre en el ámbito hispanoamericano- que la selección de poetas nacidos entre 1910 y 1950 no parece especialmente revolucionaria si la comparamos con otras antologías con una cierta pretensión canónica (pienso ahora en las de Cobo Borda, Ortega y Sucre). Como prueba, detectamos la siempre imperturbable ausencia de Mario Benedetti y la presencia no menos imperturbable de José Emilio Pacheco; bromas aparte, también es una tradición que las zonas de los antologadores estén especialmente cuidadas, en este caso Uruguay -y aun toda la zona rioplatense- y Perú. Se percibe, también, un cierto deseo de ecuanimidad que podríamos suponer propio de las antologías canónicas: Sabines y Paz en México; Lihn y Teillier  en Chile; Cisneros e Hinostroza  en Perú, representantes de líneas amistosamente rivales, que coexisten aquí como suelen hacerlo en la escena poética americana. Al lado de las escasas sorpresas en este sentido, debemos a esta selección obras excelentes y poco antologadas, como por ejemplo, entre los argentinos, Hospital Británico de Héctor Viel Temperley (una especial experiencia de lectura: “para leer Hospital Británico hay que perder la cabeza”, dice Tamara Kamenszain: 155) y la peculiar cadencia de Hugo Gola, o la presencia de los peruanos José Watanabe (preciso y sutil) y Américo Ferrari (irónico y paradójico),  cuya poesía parece más adecuada a la sensibilidad de la selección que otras posibles opciones contemporáneas;  la presencia de Sarduy, a quien solemos ver entre los narradores,  deja la pregunta de si realmente otros poetas “neobarrocos” o “neobarrosos” (33) no merecerían estar aquí (Tamara Kamenszain, Mirko Lauer...).  Cierto es que los seleccionadores han afirmado que las ausencias no significan descalificación (menos mal, porque están ausentes países enteros). Sin embargo, si bien  no extraña que no estén, pongamos, Heberto Padilla o Roberto Fernández Retamar, y nos podemos explicar otras muchas ausencias, algunas producen extrañeza, en particular la de Alejandra Pizarnik; quizás ha caído víctima de su leyenda, que en otras ocasiones la encumbra con pareja injusticia, aunque sería interesante saber quién la propuso y cuáles poemas se leyeron de esta poeta sin duda irregular en su indudable excelencia: menos mal, pensamos, que se puede acudir para completar el panorama a otras antologías. Pero en este ejercicio nos damos cuenta con sorpresa de que las exclusiones de poetas reconocidos afectan a cualquier selección: logrando todo un record, la de Sucre suprime a Sabines y a Westphalen, representantes de dos líneas tan opuestas y fundamentales, que, la verdad, la explicación del gusto no resulta verosímil: ¿por qué suprimir a uno y a otro? Pero prometíamos no demorarnos en estas reclamaciones: buscando ausentes, en todas partes nos servirían las palabras de Macedonio Fernández que propone Américo Ferrari (9): “faltan tantos, que si falta uno más, no cabe”. Además, si uno se pone a buscar razones extrapoéticas para unas y otras operaciones tiene muchas posibilidades de acabar confundido. Decir que “en todas partes cuecen habas” sería una conclusión no muy profunda ni explicativa, y ponerse a averiguar por qué se cuecen se llevaría nuestras energías. Sería interesante, en cambio, poder hablar de la crítica americana de poesía: mucho más apasionada, a veces hasta la injusticia; pero a la vez apasionante porque se basa en el gusto lector y no sólo en la información y el conocimiento. Supongo que es lógico que no haya, desde  los suplementos literarios españoles, una crítica poética de los textos hispanoamericanos (¿la hay para la poesía española?) que busque formular algo así como un gusto lector, así fuera éste el más subjetivo; y no creo que pueda calificarse como tal el consternante canon de lo “poéticamente correcto” que van conformando las críticas de Edgardo Dobry en Babelia y antes en ABC.