viernes, 28 de octubre de 2011

Aira, Fogwill, Piglia, Jobs y Leo Tarifeño



No me vale esperar unos días para publicar este artículo de Leo Tarifeño quien como ya nos tiene acostumbrados vuela sobre el futuro más reciente con la astucia que hasta el mismo Mozart, acuario como Tarifeño, desearía para sí.




Think different: la biografía de Steve Jobs, en el Faena


Anoche fui a la presentación de la biografía de Steve Jobs, que hoy sale a la venta en todo el mundo de habla española. Fue un evento extraño: nos convocaron a las 20.30 en el Faena Arts Center, pero cuando llegamos al lugar resultó que no había luz (versiones no confirmadas hablaban de alguien a quien le había saltado una chispa en el ojo). Como la luz nunca llegó, peregrinamos amablemente hacia el Hotel Faena, emblema porteño de la riqueza sin abolengo, ubicado a un par de cuadras de nuestra cita orginal. Una vez allí los fotógrafos devoraron a Nacha Guevara (?) y después, a voz en cuello y con idénticas dosis de gracia y lucidez, intervinieron Marcelo Panozzo, Ariel Torres y el inesperado apple master Charly Alberti. Mientras escuchaba las apologías al gran Jobs vi entrar a Ricardo Darín (?) y a los conductores de Bendita TV (???), y en algún momento me pregunté por qué no había ningún periodista cultural en el acto. La respuesta, la de siempre: porque por alguna extraña y apolillada razón parece que el territorio de la prensa cultural son los encuentros literarios donde una y otra vez se habla de los mismos nombres (Aira, Fogwill, Piglia), los debates huecos en los que sólo se lucha por santificar al prócer de turno (Aira, Fogwill, Piglia) o las reuniones de gente convencida de que la verdadera inteligencia es la que sirve para criticar a los demás (a Aira, a Fogwill o a Piglia). Una lástima, pensé entonces, que la difusión del legado de un tipo como Jobs quede en manos de Bendita TV o de Nacha Guevara, pero al final sentí que el lamento era ingenuo. Y es que, ¿hay algo más estéril y falto de entusiasmo que la letra muerta del snobismo? Hoy, a la curiosidad y el atrevimiento hay que buscarlos en la tecnología, el amor por la dimensión no explícita del arte late en la música y las artes visuales y las ganas de cambiar las cosas la tienen los activistas culturales. El lugar que merece la herencia de Jobs está entre la gente inquieta, no en aquellos que creen ensuciarse las manos con el libro de alguien que habla con igual pasión de comunicaciones, arte y marketing. Jobs representa lo mejor de la creatividad contemporánea; el snobismo, como siempre, el disfraz elegante del prejuicio y la mediocridad. Me fui del Faena con una contradicción en la cabeza: por un lado, el deseo de que las cosas sean distintas; y por el otro, la certeza de que todo estaba bien así, en el emblema de la riqueza sin abolengo, rodeado de gente que prefirió escuchar a Charly Alberti que criticar el infortunio de la falta de luz. Ya en la calle, abrí la biografía de Jobs y leí el texto del aviso de Think different, de 1997: “las personas lo suficientemente locas como para pensar que pueden cambiar el mundo son las que lo cambian”. Lo que daría uno por tener la posibilidad de conocer a alguien así.

miércoles, 26 de octubre de 2011

LA CULPA ES DE BALZAC, CLARO, CLARÍSIMO.


La culpa es de Balzac
por Mauricio Electorat


Muy a menudo se dice que la novela es un género moderno. Pero la novela tiene sus años ¿Qué significa esto, entonces? Las novelas de caballerías, las de Chrétien de Troyes sobre las leyendas artúricas, que era como el J.K. Rowling del siglo XII, son un hito (si no directamente un "hit") de la literatura medieval. Lo mismo ocurre con la vasta tradición de la novela pastoril y sentimental que atraviesa lo siglos, a partir de la declinante Edad Media, hasta fines del siglo XVIII. Para cualquier estudiante de literatura, la Diana de Montemayor, o el Amadís de Gaula, son tan tópicos que parecen ya palabras de la lengua, algo así como las Meninas de Velázquez, ¿quién no ha escuchado hablar de ellas? Tanto que podrían escribirse: laDianadeMontemayor, elAmadísdeGaula, lasMeninasdeVelázquez y nadie se daría cuenta. ¿Dónde está, pues, la modernidad, cuándo comienza? Con el Quijote, claro, porque con el Quijote comienza casi todo, digamos que básicamente lo que hace Cervantes es introducir un recurso —un modo de escritura— que es una característica fundamental de la lengua literaria hasta el día de hoy: la parodia. Por parodia se entienden muchas cosas, pero yendo a lo esencial diríamos que la parodia consiste en la introducción —por alusión más o menos explícita o por cita directa— de otro u otros textos dentro de un texto. ¿Qué es el Quijote sino una vasta alusión a un sinnúmero de novelas, un tejido más o menos explícito de citas? La parodia, la cervantina muy especialmente, permite, entre otras cosas, subvertir el texto parodiado mediante el humor. Y, de pasada, conseguir algo esencial para todo narrador: arrancarle una sonrisa, cuando no una carcajada, al lector ("Funny is money", dice Woody Allen). Así, el Quijote lucha contra los molinos de viento, viendo en ellos "desaforados gigantes", confunde una posada del camino con un castillo, hace de una tosca labradora una princesa y, sobre todo, es capaz de tomarse a sí mismo por un alter ego de Amadís de Gaula o Belianís de Grecia, con lo cual un personaje de novela se toma por otros personajes de novelas. No vamos a volver aquí sobre la dimensión subversiva del humor o, lo que es lo mismo, sobre su carga profundamente humanista, aspectos que, en especial en el caso de Cervantes, han sido ampliamente estudiados. Retengamos la fórmula: toda gran literatura es paródica (la de Cervantes, pero también la de Borges).

Vamos a otra cosa. Leo en el excelente blog del poeta peruano Vladimir Herrera el siguiente comentario de Héctor Libertella: "La literatura siempre ha sido un lugar excesivamente reaccionario, ritual, reglamentado. Siempre pretendió ser la dueña del sentido. La palabra siempre se entronizó como la que dice, la que interpreta, la que produce el mundo. Siempre se arrogó ese derecho frente a disciplinas más light, como la música o la pintura. Al lado de las variaciones de un dibujante o un saxofonista, el escritor siempre pasará como el sabelotodo, el culto. Es todo un gran chiste, por no decir un malentendido. Y la literatura, sabia, vieja zorra, siempre se alimenta de ese malentendido." Tiene razón el escritor argentino, si no, pregúntenle a los pobres artistas visuales necesitados de recurrir a filósofos y escritores para hacerse "ver". Pero también es cierto que si la novela hubiese seguido el camino abierto por Cervantes, o sea el de la parodia, del comentario subversivo y, finalmente, el de la risa, quizá la literatura no podría arrogarse ese lugar que llamaríamos (parodiando a Lacan) de supuesto saber. ¿Qué pasó? Como no nos queda mucho espacio, diremos, para abreviar, que la culpa es de Balzac. Y no es que no tenga humor —pues lo tiene, y mucho—, pero es él quien, en un momento en que la burguesía, nueva clase ascendente, consolida su poder y necesita un correlato en el imaginario europeo, inventa la parodia de las parodias: la de lo real. La novela, a partir de Balzac, se "siente obligada" a dar cuenta de lo real, a ser un correlato de la Historia, a ocupar ese sitio de supuesto saber (que en realidad, es también parte de la ficción) que le reprocha Libertella. ¿Qué hubiese pasado si en vez de Balzac, las grandes figuras del siglo XIX hubiesen sido los verdaderos herederos de Cervantes, o sea los ingleses? ¿si ese Cervantes francés que es Rabelais no hubiese sido descartado de la tradición francesa por el racionalismo? Eso ya es literatura-ficción...
M.E.