La culpa es de Balzac
por Mauricio Electorat
Muy a menudo se dice que la novela es un género moderno. Pero la novela tiene sus años ¿Qué significa esto, entonces? Las novelas de caballerías, las de Chrétien de Troyes sobre las leyendas artúricas, que era como el J.K. Rowling del siglo XII, son un hito (si no directamente un "hit") de la literatura medieval. Lo mismo ocurre con la vasta tradición de la novela pastoril y sentimental que atraviesa lo siglos, a partir de la declinante Edad Media, hasta fines del siglo XVIII. Para cualquier estudiante de literatura, la Diana de Montemayor, o el Amadís de Gaula, son tan tópicos que parecen ya palabras de la lengua, algo así como las Meninas de Velázquez, ¿quién no ha escuchado hablar de ellas? Tanto que podrían escribirse: laDianadeMontemayor, elAmadísdeGaula, lasMeninasdeVelázquez y nadie se daría cuenta. ¿Dónde está, pues, la modernidad, cuándo comienza? Con el Quijote, claro, porque con el Quijote comienza casi todo, digamos que básicamente lo que hace Cervantes es introducir un recurso —un modo de escritura— que es una característica fundamental de la lengua literaria hasta el día de hoy: la parodia. Por parodia se entienden muchas cosas, pero yendo a lo esencial diríamos que la parodia consiste en la introducción —por alusión más o menos explícita o por cita directa— de otro u otros textos dentro de un texto. ¿Qué es el Quijote sino una vasta alusión a un sinnúmero de novelas, un tejido más o menos explícito de citas? La parodia, la cervantina muy especialmente, permite, entre otras cosas, subvertir el texto parodiado mediante el humor. Y, de pasada, conseguir algo esencial para todo narrador: arrancarle una sonrisa, cuando no una carcajada, al lector ("Funny is money", dice Woody Allen). Así, el Quijote lucha contra los molinos de viento, viendo en ellos "desaforados gigantes", confunde una posada del camino con un castillo, hace de una tosca labradora una princesa y, sobre todo, es capaz de tomarse a sí mismo por un alter ego de Amadís de Gaula o Belianís de Grecia, con lo cual un personaje de novela se toma por otros personajes de novelas. No vamos a volver aquí sobre la dimensión subversiva del humor o, lo que es lo mismo, sobre su carga profundamente humanista, aspectos que, en especial en el caso de Cervantes, han sido ampliamente estudiados. Retengamos la fórmula: toda gran literatura es paródica (la de Cervantes, pero también la de Borges).
Vamos a otra cosa. Leo en el excelente blog del poeta peruano Vladimir Herrera el siguiente comentario de Héctor Libertella: "La literatura siempre ha sido un lugar excesivamente reaccionario, ritual, reglamentado. Siempre pretendió ser la dueña del sentido. La palabra siempre se entronizó como la que dice, la que interpreta, la que produce el mundo. Siempre se arrogó ese derecho frente a disciplinas más light, como la música o la pintura. Al lado de las variaciones de un dibujante o un saxofonista, el escritor siempre pasará como el sabelotodo, el culto. Es todo un gran chiste, por no decir un malentendido. Y la literatura, sabia, vieja zorra, siempre se alimenta de ese malentendido." Tiene razón el escritor argentino, si no, pregúntenle a los pobres artistas visuales necesitados de recurrir a filósofos y escritores para hacerse "ver". Pero también es cierto que si la novela hubiese seguido el camino abierto por Cervantes, o sea el de la parodia, del comentario subversivo y, finalmente, el de la risa, quizá la literatura no podría arrogarse ese lugar que llamaríamos (parodiando a Lacan) de supuesto saber. ¿Qué pasó? Como no nos queda mucho espacio, diremos, para abreviar, que la culpa es de Balzac. Y no es que no tenga humor —pues lo tiene, y mucho—, pero es él quien, en un momento en que la burguesía, nueva clase ascendente, consolida su poder y necesita un correlato en el imaginario europeo, inventa la parodia de las parodias: la de lo real. La novela, a partir de Balzac, se "siente obligada" a dar cuenta de lo real, a ser un correlato de la Historia, a ocupar ese sitio de supuesto saber (que en realidad, es también parte de la ficción) que le reprocha Libertella. ¿Qué hubiese pasado si en vez de Balzac, las grandes figuras del siglo XIX hubiesen sido los verdaderos herederos de Cervantes, o sea los ingleses? ¿si ese Cervantes francés que es Rabelais no hubiese sido descartado de la tradición francesa por el racionalismo? Eso ya es literatura-ficción...
M.E.
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