jueves, 22 de noviembre de 2012

LOS VEINTE AÑOS DE POESÍA DE RAFAEL ESPEJO.


Francisco Brines y Rafael Espejo.

Veinte años de poesía. Nuevos textos sagrados (1989-2009)

Por Rafael Espejo

En las décadas de transición entre dos siglos, que coincide en nuestro país con el período de maduración de la democracia, la editorial Tusquets abre sus puertas para ofrecer un hogar a la poesía española que ha venido marcando nuestra identidad literaria durante el siglo que se acaba y a esa otra que insinúa nuevas maneras para el siglo recién estrenado. Veinte años han pasado desde que se inaugurara la colección Nuevos textos sagrados, y para celebrar el aniversario la editorial saca al mercado una antología para brindar con sus lectores.
Pero no deberíamos decir antología, sino más bien catálogo, escaparate, carta de degustación. Porque los poetas que aquí se incluyen sólo tienen en común que son poetas. Ya se encarga Andrés Soria Olmedo de anunciarlo en el breve pero atinado prólogo a la edición. No busquemos, por tanto, teorías premonitorias ni tesis ilustradas en este volumen, el objetivo es otro: sentarse a paladear cuantos plurales admite la palabra poesía. De otro modo no se sostendría la convivencia en un edificio con vecindario tan variopinto, de costumbres y caracteres tan encontrados: “Si  dejamos aparte las recuperaciones de clásicos (Jiménez, Guillén, Chacel, Piñera, Costafreda) es notable que aunque los autores procedan de todos los estratos generacionales del siglo XX, los libros nuevos que la colección ha acogido pueden considerarse como libros del siglo XXI, si pensamos el siglo XX como “siglo corto” (1914-1989); en no pocos casos, además, los textos entregados a la colección suponen puntos de inflexión en las respectivas carreras de sus autores” (p. 19).
Digamos que el criterio es la calidad y la diversidad de voces. Encontraremos, pues, muestras de poesía vitalista junto a otras de poesía hermética, la irracional junto a la simbolista, la culturalista, la figurativa, la vanguardista, la surrealista, la popular incluso. A este respecto se pronuncia Soria Olmedo parafraseando a T. S Eliot: “En 1953 proponía “tres voces de la poesía”: la del poeta que habla consigo mismo o con nadie, la del poeta que se dirige a un auditorio y la del poeta que crea un personaje dramático en diálogo con otros personajes imaginarios” (p. 21). Pues bien, estas y otras están sobradamente representadas en el interior de Veinte años de poesía.
Agrupados los autores por fecha de nacimiento (y precedido cada cual en el prólogo por una breve nota de análisis biobibliográfico), cuatro son los bloques que encontramos: el primero con Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén, Rosa Chacel, Enrique Molina y Virgilio Piñera; el segundo con Carlos Bousoño, Ida Vitale, Ángel González, José Manuel Caballero Bonald, Alfonso Costafreda, Arnaldo Calveyra, José Corredor-Matheos, Dionisia García, José Ángel Valente, María Victoria Atencia, Antonio Gamoneda, Francisco Brines, Rafael Guillén, Manuel Padormo y Claudio Rodríguez; el tercero por Antonio Martínez Sarrión, Clara Janés, Francisco Ferrer Lerín, Juan Luis Panero, Marcos Ricardo Barnatán, Antonio Colinas, Guillermo Carnero, Juan Gustavo Cobo Borda, Eloy Sánchez Rosillo, Daniel Samoilovich, Olvido García Valdés, Vladimir Herrera, Chantal Maillard, Jaime Siles, Luis Antonio de Villena, Ángel Rupérez y Andrés Trapiello; y el cuarto con Concha García, Luis García Montero, Álvaro Valverde, Felipe Benítez Reyes, Carlos Marzal, José María Micó, Jorge Riechmann, Vicente Gallego, Juan Carlos Marset, Vicente Valero, Diego Doncel, Luisa Castro y Luis Muñoz. En total, 50 poetas de distintos signos que, repito, no están aquí reunidos para dar un testimonio incontestable de la poesía española del último siglo, sino para celebrar un aniversario privado donde, eso sí, sus invitados coinciden sospechosamente con lo mejor de poesía española del último siglo. No puedo, llegados a este punto, reprimirme la cita de un aforismo de Alberti que Martinez Sarrión recordó en una poética y que Andrés Soria recupera aquí como aviso para navegantes: “Poeta, por ser claro, no se es mejor poeta./ Por oscuro, poeta, no lo olvides, tampoco” (p. 23). Así, si la democracia corre el peligro de convertirse en un todo a cien, en esta ocasión no hay cuidado: contamos con la garantía de los nombres antologados y con las voluntades filológicamente desinteresadas –es decir: no más que el gusto por el gusto- de Tusquets y Andrés Soria Olmedo.