viernes, 2 de marzo de 2012

CARRILLO DE ALBORNOZ ENTREVISTA A HAROLD BLOOM.




Harold Bloom (Nueva York, 1930), el sublime pope de la literatura y majestad de la critica literaria, es incansable: prepara una obra de teatro sobre Whitman y el Cervantes de Nueva York va a dedicarle una exposición en abril de este año. Es, en persona, tan apasionado, encantador, brillante e ingenioso como los personajes de las obras de su adorado Shakespeare. Y como el teatro del Globo de Shakespeare, que atraía a todas las clases sociales, ha convertido a los grandes maestros de la literatura de todos los tiempos en accesibles, llevando a los lectores por caminos jamás soñados. No es extraño que mientras conversamos en su casa de New Haven, al lado de la Universidad de Yale, (donde desde hace 55 años es profesor), cierre los ojos y recite poemas, como poseído por ellos. El Cultural habla con él ahora que coinciden en España Anatomía de la influencia (Taurus), La escuela de Wallace Stevens (Pre-Textos) y Novela y novelistas (Páginas de Espuma).


Hace mucho tiempo que Bloom ha interiorizado esos poemas que le han acompañado desde la infancia y que ahora recita, como invitándonos a un mundo mucho más bello del que sus ojos ven. Y entonces uno se da cuenta que las palabras son más que suficientes. En su compañía amable y espontánea -llama a sus cercanos siempre dear, my son, my child-, lo banal no tiene espacio; incluso uno se olvida del bastón que necesita para dar un paseo cada 15 minutos y mejorar la circulación de sus 81 "ya inocentes años". No es ahora Bloom ese hombre enorme que todos conocemos: el escritor ha adelgazado más de 40 kilos.

Bloom nos hace trascender. Su talento es innegable pero debe mucho a su excepcional memoria. Una memoria portentosa, similar a la de un prodigio matemático o musical, capaz de captar las escondidas estructuras, en su caso de los textos.

El porqué de su obsesión
Desde que a los siete años descubriera la poesía de Hart Crane como “una experiencia abrumadora”, su forma de vida ha sido la literatura. Y ese es el subtítulo de su penúltimo libro, Anatomía de la influencia donde vuelve al tema literario obsesivo de su carrera de crítico: la influencia. Lleva más de 50 años analizando la influencia, trazando secretas genealogías literarias, descubriendo los verdaderos ancestros de los mejores poetas, “algo difícil -señala- porque los grandes siempre enmascaran sus influencias”. En este libro ha querido “contar todo lo que he aprendido sobre cómo la influencia determina la literatura”. De hecho, lo describe como retrato autocrítico en el que “trazo mi propio mapa mental de escritores y críticos que me han inspirado”. Comienza volviendo a su idolatrado Shakespeare, “el universal e insoslayable padre fundador de todos”, para pasar a Blake, Whitman y demostrar cómo el Satanás de El Paraíso Perdido de Milton es el retoño de Hamlet. Mientras tanto, escribe una obra de teatro sobre Whitman y el Cervantes en Nueva York prepara una gran exposición sobre su obra el próximo mes de abril.

-Han sido siete años, desde 2004, los que ha tardado en escribir Anatomía de la influencia.
- He tardado tanto por mis enfermedades sucesivas. Había escrito un borrador tres veces más largo y finalmente la magnífica editora Allison McKeen me ayudó a cortarlo.

- Dice que en sus largas noches de recuperación de esas enfermedades se despierta y se pregunta el porqué de su obsesión con el tema de la influencia. ¿Cómo nació esa obsesión?
- De niño estaba abrumado por la inmediatez de los poetas a los que amaba. Mi subjetividad se formó leyendo poesía desde los diez años. Con esa edad, parecía que los poemas se memorizan solos en mí. Muchos fueron hospedándose en mi mente y el placer de poseerlos en la memoria me ha mantenido muchas décadas.Y al interiorizarlos, y llevarlos conmigo tantos años, reverberaban en mi cerebro, enfrentándose unos con otros, y creando relaciones complejas entre ellos en forma de modelos enigmáticos. Recuerdo la conexión que hacía entre Blake y Crane, de Milton en Shelley, de Whitman en T.S. Eliot o en Wallace Stevens. Gradualmente los ecos, alusiones y búsquedas de fuentes fueron transcendiendo hasta convertirse en un tema crucial. Y mientras escribía mi disertación sobre Shelley para mi doctorado, comprendí de que el gran problema por resolver era el de las influencias.

- Ese mapa de genealogías...
- Sí. Wallace Stevens estaba obsesionado por la genealogía de su familia en Pensilvania. En una de sus cartas a un experto en genealogía le escribe una línea que Nietzschte habría admirado: “Genealogía es el arte de corregir los errores de los otros expertos en genealogía ...”. Una de mis amigas era su hija Holly, mi nexo con su padre, al que sólo vi una vez.

- En su libro Genios incluye a muchos escritores en español además de Cervantes, como Paz, Borges, Cernuda o Lorca.
-Con Borges, cuando nos veíamos en Nueva York, discutía mucho sobre la influencia literaria, aunque él siempre la idealizaba pues excluía cualquier rivalidad. Mi favorito es Cernuda. No sé por qué hay críticos españoles que no le aprecian. Para mí es uno de los dos mejores en lengua española del XX; es el poeta de poetas, increíblemente refinado. Lorca es un gran poeta pero más popular. Yo prefiero leer a Cernuda.

El gran poeta español es Góngora
-¿Cuáles son los puntos esenciales en el mapa de los genios españoles?
- Todos tiene una relación muy compleja con la grandeza de la literatura del Renacimiento y barroco español. El gran poeta español es Góngora. Con él, los otros grandes exponentes del barroco, Lope de Vega, Calderón, Quevedo, crean un grupo de literatura tan poderosa y rica que combinado con el mayor genio de todos, Cervantes, producen un efecto abrumador en todos estos escritores de lengua española del XX.

-¿Cómo ha cambiado su forma de pensar durante la escritura del libro?
-Es simplemente un cambio de perspectiva. Shakespeare, y luego Shelley, usan la palabra influencia para referirse a lo que llamamos inspiración y me parece que es la forma básica de entenderlo. Originalmente escribí The Anxiety of Influence en el verano de 1967, aunque no lo publiqué hasta enero de 1973. Me llevó mucho tiempo hasta que maduré dónde quería ir. Luego escribí una secuencia de libros, el más importante El Mapa de Misreading sobre las afinidades y nexos entre escritores, que también desarrollé en libros como La escuela de Wallace Stevens (Pre-Textos). Pero tenía que volver a combatir la visión que se defiende en Occidente respecto a que la influencia es un proceso benigno, distante, que evolucionó como un beneficioso impulso hacia un escritor posterior de uno anterior. Yo creo en la forma antigua de influencia, muy importante en los griegos, que es la de agon, es decir, la lucha por el lugar más prominente. Es una competición que los griegos extendían a la política, al derecho, al deporte, al arte y a todo tipo de organización social. Con mi combate, seguramente una visión idealista, quise forzar a los lectores y poetas a reconsiderar la influencia. En realidad lo que yo llamo influencia es amor literario. Amor entre escritores pasados y futuros. La presencia del amor es vital para entender lo maravillosamente que funciona la literatura. Creo que mi primer libro se debía haber llamado Las ambivalencias de la influencia; la palabra ansiedad fue desorientadora.

-Dice usted que no diferencia entre amor humano y literatura: “la vida imita al arte”.
- Es dictum con el que Wilde brillantemente vulgariza a mi gran héroe Walter Pater. Y es la visión de Henry James. Y la mía. Cualquier diferenciación entre literatura y vida es equívoca.

Los equívocos de la realidad
-La literatura es su forma de vida. Vivir transcendiendo, en ese mundo de genios, ¿le ayuda a afrontar la realidad?
-Como bien sabe, la realidad es un término muy equívoco. ¡La palabra realidad quiere decir tantas cosas para cada ser humano! Y en el siglo XXI, la realidad es virtual. Para mí la literatura no es sólo lo mejor de la vida sino una forma de vida que no tiene otra forma. Cuanto mayor me hago, más intensifico mi búsqueda de la vitalidad en la literatura. Siempre fue una gran liberación sentir la libertad a través de mi amor hacia los grandes poetas. Recuerdo como si fuera ayer la extraordinaria fuerza y el deleite que me causaba leer a Crane o Blake de preadolescente (diez u once años), y ello a pesar de que no tenía noción de lo que contaban. ¿Por qué esa extraordinaria experiencia de enamorarte violentamente de la gran poesía y de su poder antes de entenderla? Porque a veces, la poesía esta encarnada en uno, y otras, como en mi caso, hay una voz que te dice que es la de un crítico.

- ¿Sigue ejerciendo la crítica literaria “en primer lugar de forma personal y apasionada?”
- Sí, no es filosofía ni política ni una religión. Es una forma de sabiduría literaria y una meditación sobre la vida.

- Cuénteme esa bonita historia de un tío suyo, el que le habló por primera vez de Yale...
-Sam Kaplan, un hombre maravilloso que tenía una tienda de golosinas en Coney Island. Era mi tío favorito, siempre me encontraba leyendo poesía. Un día me preguntó: “¿Qué vas a hacer con toda esa poesía cuando crezcas?”. “No tengo ni idea” le contesté. Y me explicó: “bueno, hay unos sitios llamados Harvard y Yale, en los que puedes ser profesor de poesía aunque no sé cómo”. Y le contesté : “seguro que lo seré”. Y pensé mucho en su explicación en 1987-88, cuando era simultáneamente profesor de poesía en Harvard y sterling profesor de humanidades aquí en Yale.

- Creo que aprendió a leer en hebreo antes que en inglés...
-Me enseñé yo mismo a leer. Aprendí a hablar en yídish y yo solo aprendí a leer, primero en yídish, luego hebreo y luego inglés. Me he autoenseñado leyendo lenguas. Puedo leer español como leo el inglés pero mi pronunciación es desastrosa porque aprendí todas las lenguas a través del ojo y no del oído.

-¿Lee el Quijote en español?
- Sí, a pesar de que escribí la introducción de una traducción al inglés escrita por Edith Grossman. Shakespeare leyó la primera traducción por Thomas Shelton y le afectó mucho. De hecho, escribió una obra de teatro sobre ello llamada Cardenio basada en algunos episodios del Quijote; lamentablemente no ha llegado a nosotros.

-Todo el mundo tiene un Quijote y un Sancho dentro…
-... Lo mejor escrito sobre el Quijote, obviamente tras Cervantes, es una gran parábola de Franz Kafka que se llama The truth about Sancho Panza, en el que dice que Don Quijote no existe sino que es una fantasía o ficción creada deliberadamente por Sancho Panza para entretenerle todos los días de su vida

Falstaff y Sancho Panza
- ¿Está usted más cerca de Don Quijote o de Sancho?
-Si yo fuera un personaje no sería Don Quijote, ni Hamlet, sino Falstaff y Sancho porque son como las grandes figuras del Pantagruel en Rabelais. Los tres son espíritus juveniles y energéticos, bendecidos. En el sentido arcaico de la bendición, del judío brakhot; la frase para brindar en hebreo es L'Chaim (literalmente) por la vida. Su bendición es sinónimo de “más vida”.

- ¿Cómo va la obra de teatro que escribe sobre Whitman?
- He tomado el siguiente semestre de clases de descanso porque estoy escribiendo una obra de teatro llamada, To you, whoever you are y subtitulada A pageant celebrating Walt Whitman. Se representará en Broadway y mi amigo Murray Abraham (Salieri en la película Amadeus) será Walt. Todo empezó en febrero de 2011. Estaba enfermo en la cama, por la noche, y no podía dormir; oí una voz que decía “quien seas (whoever you are. I fear you are walking in the walks of dreams..../whoever you are I place my hand upon you that you maybe my poem)… Me temo que estás andando por los caminos de los sueños/ quien seas pongo la mano ya que quizás seas mi poema- Y cuando me desperté unas horas más tarde, ¡cielos!, me di cuenta de que era Whitman. Y así comencé.

- También comenzó leyendo a los románticos y escribió sobre Shelley. Su defensa de la corriente romántica fue su batalla en Yale. ¿Por qué se lanzó a tal disputa? ¿fue una forma de encontrar “su lugar” allí?
- Sin duda. Además era en la edad de la corriente crítica de Eliot; había desterrado a Whitman y toda la tradición romántica -Keats, Byron, Shelley, Coleridge, incluso Blake-. Libré una batalla terrible en Yale contra un estudio de los ricos, esencialmente en la tradición anglo católica, muy corta de miras, estrecha mentalmente, unida a prejuicios sociales de toda clase. Siempre he sido un gran outsider en Yale, desde que llegué hace 60 años como estudiante graduado. Ahora estoy en el año 56 consecutivo de enseñanza pero nunca me he sentido en casa. Volviendo a 1976, hace 35 años, fui al equipo rector de Yale y les dije que no volvería al departamento de inglés y así no tendría colegas. No sé cómo pero aceptaron y creé mi departamento de uno solo. Llevo 35 años con “anti colegas”. Hace 15 años dejé de dar clases a graduados y me limité a los más brillantes estudiantes.

- ¿Cuántos alumnos tiene?
- Desde hace dos años sólo tengo dos grupos de doce alumnos. Uno de Shakespeare siempre (ahora analizamos El cuento de invierno) , y otro de poesía; ahora estamos con Emily Dickinson y vamos a comenzar con Wallace Stevens.

Shakespeare siempre, efectivamente. Bloom empezó a leerlo a los 8 años y lleva más de 50 dando clases sobre Shakespeare. Dice que vuelve una y otra vez a él no sólo para analizarlo sino porque “es insoslayable para todos los que estamos detrás. Es un escritor global, aclamado, leído y representado en todo el mundo; todo lo que creó esta vivo y es universalmente relevante. Sin Shakespeare no nos veríamos tal como somos. Desde los 80 doy siempre una clase sobre Shakespeare.

-Califica usted el estado de la cultura de "willy.nilly" (de cualquier manera) , no sólo la lectura es un arte moribundo sino que el lenguaje se ha empobrecido terriblemente.
- El estado de la cultura en el Occidente, particularmente en Estados Unidos, es crítico. Uno de nuestros dos partidos nacionales, el llamado partido republicano, y nadie dice la verdad, se ha vuelto el partido americano fascista. Y un país en el que uno de los dos partidos principales es fascista, está en condiciones muy peligrosas.

Se escucha música en su estudio y Bloom dice: “Mis dos piezas de música favoritas son Musical offering, de Bach, y el G minor Quinteto, de Mozart. Ayer estaba cansado y triste y las escuché. Me curan”. También hay multitud de fotografías: “Fui un gran viajero pero ya no puedo y mi gran lamento es no haber visitado Andalucía. Siempre quise ver Granada y Córdoba”.