“Entramos al Cuzco de noche”: con estas palabras comienza, en la novela
de José María Arguedas Los ríos profundos,
un viaje iniciático a lo más profundo del Cusco, allá donde el protagonista de
la historia, el casi adolescente Ernesto, comprenderá la fuerza soterrada de la
cultura andina dentro de la que ha transcurrido su infancia, absorberá las
fuerzas que vibran en los muros y las calles del Cusco, y tomará partido por
ese mundo oprimido que también es el suyo. “Habíamos llegado a la casa del
Viejo. Estaba en la calle del muro inca”, dice más adelante el narrador, que es
el propio Ernesto.
La casa del Viejo: esa casona colonial del pariente avaro y amargo es la
casa Orihuela, en la calle Palacio, 110. Los protagonistas de la novela llegan
a ella tras caminar por el Cusco, y el niño, tras el rechazo del pariente, que
los aloja en el patio más pobre, sale a la calle Hatun Rumiyoq a ver el muro
inca que ha soñado durante todo el viaje con su padre. No sólo por ese trayecto
infalible de los protagonistas que, como lo hiciera Umberto Eco para la
distancia entre el hospital y la abadía en sus Apostillas a El nombre de la rosa, puede seguirse paso por paso,
contando los metros que separan una calle de otra, se puede localizar la casa.
Ocurre también que en la propia casa Orihuela, hará unos veinte años,
encontramos sus habitantes -entre los papeles que guardaba doña Hilda Delgado
Orihuela- unos documentos insólitos en los que el propietario de la casa, Juan
de Mata Orihuela, discutía el mantenimiento de la capilla y apelaba al
testimonio del abogado José María Arguedas. La coincidencia del nombre es
demasiado sorprendente, si bien el abogado no podía ser el escritor, que se
llamaba así pero no era abogado; ni el padre del escritor, que sí era abogado
pero se llamaba Víctor Manuel Arguedas Arellano. Pero eso sí: algo más que lo
puramente ficcional tuvieron que ver los Arguedas con la casa Orihuela de
Cusco.
Cuando Ernesto contempla el muro, éste no es estático: hierve
poderosamente como los ríos en verano, esos ríos turbios a los que, según
recuerda Arguedas, los indios llaman yawar
mayu, río de sangre. Esos ríos están todavía en el muro; son los “"yawar rumi", piedra de sangre, o "puk'tik
yawar rumi", piedra de sangre hirviente”: son las lágrimas de sangre ("yawar
wek'e"), que aún
llora el muro. Son los ríos de sangre que también son la fuerza de la casa
Orihuela, mucho más fuertes que la prepotencia, que el dinero o que el mal mismo
que últimamente la amenazan.
Helena Usandizaga.
1 comentario:
Qué bueno.
Abrazos de Enrique desde Barcelona.
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