El arte kamikaze es aquel nacido de la interpretación de lo
contemporáneo o de la sutileza de la historia del arte cuando por
ejemplo hablamos de cosas de apenas cien años atrás, o ciento
diez años atrás. En un No-lugar del novecientos que florece con
todos sus rayos por ejemplo en la Revolución Rusa. En una
época revolucionaria en la que Matiushin hace la música para
una ópera futurista en idioma transmental, Victoria sobre el sol,
presentada en San Petersburgo, cuatro años antes del triunfo de
la Revolución. Pero me interesa señalar que el vestuario fue
diseñado por ese inmenso pintor que fue Kasimir Malévich.
Todo esto puede parecer historia, pero es vanguardia cuando en
un teatro cuzqueño, en un No-Lugar a las 7.20 te encuentras
con la Victoria sobre el sol, sí, la misma ópera futurista de
Matiushin y Malévich pero aggiornata, re-creada, lanzada al
infinito por un músico, un poeta, varios músicos, varios poetas
que han logrado con economía de medios, trasladarnos y
conmovernos en un No-Lugar cusqueño de esta época de poca
poética dónde nadie sabe a dónde va.
El cuadrado negro de Malévich convertido en péndulo movedizo
proliferando en líneas hechas al mismo tiempo música. O al
fondo una cancioncita boliviana consumando la aspiración
estética. Y todo nuevo, extrañamente nuevo y diferente de lo
propuesto hasta ahora en la escena peruana. Arte kamikaze le
llamo por la convicción con que está hecho y por los efectos
explosivos de su razón estética. Una Opera futurista hecha
ópera audiovisual que va más allá de las religiones y los
automatismos. Gracias a Alán Poma, Ximena Menendez, Lucero
Paucar, Frido Martin, Gonzalo del Águila, Juan Francisco
Ortega, Aldo Cáceda,Rolando Muñoz y Raúl Gomez.
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