jueves, 5 de marzo de 2020

VA CON LOS CIEN AÑOS DE VÍCTOR HUMAREDA.



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Humareda a los 13 años de edad con los bolsillos cargados de pan sarna salió caminando hacia Juliaca .  Con tres monedas, un pliego de papel celofán y una tijera dejó su Lampa natal bajo la mirada del Coachico  y el Pilinco. Apus. Para entonces la señora Gallegos, madre de Victor ya había tenido dos hijas, Carmen y René con mi abuelo Don Juan Herrera Camacho. La señora Gallegos vivía en un lugar principal y espacioso en la misma plaza Grau de Lampa. Por mi padre se que Victor que era contemporáneo suyo había sido su compañero de juegos y que sus hermanas le tenían predilección.  Porque resulta que en ese pueblo de los años veinte mi abuelo tenía otra familia en la calle J.M. Ríos con siete hijos crecidos entre ellos mi padre,  el amigo de Victor. No quiero imaginar la conversación de aquellos niños  en aquel río de juegos y murmullos y el motivo de escándalo que mi abuelo había impuesto en ese pueblo. Además mi abuela era hija del Cura Palma y vaya usted a saber qué significaba eso en aquel momento. Todos los poetas en el Perú tenemos un bisabuelo cura, decía Vallejo. Y como con el tiempo lo que no se dice o no se repite va dejando de existir y, conociendo a los lampeños, debo decir que aquella poligamia, la de mi abuelo,  sucedió en  una estancia feliz. El  infiernillo lo dejaremos para mis amigos sicoanalistas suponiendo que en esta historia hay mucho pan que rebanar. Lo cierto es que Víctor desde siempre había querido irse de Lampa. Me lo contó cuando lo conocí en Barranco en casa de Delfín llevado a la fuerza por Elqui Burgos. El había tenido por lo menos dos intentos y un largo plan de fuga. Su madre, como en un sueño de Buñuel, siempre lo pillaba antes de llegar a Arequipa.

En Lima frecuentábamos los menús de segundo piso de la calle Rufino Torrico a dónde se había trasladado la pléyade  de jóvenes pintores de Bellas Artes incluidos el Zambo Tang, Jesús Ruiz Durand y nuestra musa La Chola Carmela. Aquellos talleres trasnochados nos hacían el día. Probablemente en esa época Víctor pintaba al alimón con algunos porque no tenía taller. Sé que hay cuadros hechos con Ruiz Durand. Por ahí quedaron todas las servilletas de menú que Humareda dibujaba a lápiz describiendo  a las chicas que había conocido la noche anterior en  la Nené que todavía existe. Alguna vez con Veguita nos llevó a mi, y a Fernando Ampuero a conocer aquel maravilloso templo  que cual nave lunar alegraba nuestros ojos. Decía Víctor que el prefería aquellos amores mercenarios antes que una mujer o familia que le quitara tiempo para pintar. Era un artista absoluto. En París se quedó sin plata en la Rué Saint Denis, la calle de las putas por donde pasan obligadamente los reyes de Francia rumbo al cementerio.

Contrariamente a lo que se dice por ahí Humareda no conocía el alcohol a pesar de su talante bohemio. Pero le gustaban las dulcerías de la Plaza Manco Capac. Sobre todo los camotillos y los higos en caramelo. Por ahí caminaba hablándome de la dulzura de Marilyn Monroe mientras enrumbábamos por Humboltd  hacia el Hotel Lima, su auténtico taller. Donde vi por primera vez un retrato de la señora Gallegos al lado de su cama como un fetiche.

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