Estamos echados sobre el césped
y no tienen piedad de nuestra dicha.
Nos espiaron ensañados. En sus ojos
no había curiosidad ni complacencia.
Envidia, sólo envidia con ira.
Nadie quiso cubrirnos ni con una
mirada de pudor. Pero
¿qué saben ellos de esto?
Querían, lo supongo, avergonzar mi amor,
el tuyo, el poco amor del mundo.
Y no pudieron con nosotros.
Jadeantes, al fin de nuestra lucha,
ahí estaban, representando el odio
que con tanto trabajo habíamos
logrado arrancar de nuestro pecho.
(Estamos solos contra ellos
pero ellos están más solos
que nosotros. A ellos no los
une ni el odio, a nosotros
hasta su odio nos reúne.)
Quizá llegaron cuando yo era tu yo
y yo era tuyo. Nunca lo sabremos.
Jadeantes, saboreando,lamiendo
nuestra dicha nos encontraron. Echados
sobre el césped nos acorralaron
como fieras. Y, ahí, a sus ojos furiosos
aterrorizados, hicimos de nuevo
nuestro fuego ya sin recato
pero imperturbable-y ellos viéndonos,
viéndonos, ignorantes y viéndonos.
ERNESTO MEJÍA SÁNCHEZ
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