José Miguel Varas
por Mauricio Electorat
Año movido este, de grandes pérdidas y "grandes desapariciones". Primero, Gonzalo Rojas. Después, Raúl Ruiz. Y ahora, discretamente, como sin querer molestar, José Miguel Varas nos dice adiós. Rojas, Ruiz, Varas eran, cada uno a su manera, tres exponentes de lo mejor de Chile, lo que permanece y de alguna manera nos constituye como nación: su cultura. Se me dirá el paisaje, las luchas sociales, las revoluciones y contrarrevoluciones, la Historia, sí pero al final, si tuviéramos que rescatar algo que permanezca de este país "que roe la más fragante hoja del atlas" como escribió Breton, nos quedaríamos con los poemas de Gonzalo, con las sorprendentes y divertidas películas de Raúl y, por supuesto, con los cuentos y novelas de José Miguel. Digo, si tuviésemos que rescatar lo rescatable, porque, claro, habrá también quien se incline por la empanada o la chica en cacho, pero, sinceramente, me temo que en materia culinaria, como en otras, somos más bien discretos. En cambio, en un país que no tiene un gran espesor cultural —no somos México, ni Brasil, ni Argentina— surge de pronto un Raúl Ruiz, un Roberto Matta, un Gonzalo Rojas, que hacen un arte nuevo, una pintura, un cine, una poesía que nunca nadie había hecho antes. Originales, iconoclastas, cultos, cosmopolitas... José Miguel Varas pertenece de pleno derecho a este tipo de creadores, chilenos y universales. Alguna vez, Varas dijo que quería hacer una literatura accesible. Con esto estaba diciendo que no postulaba al papel de escritor central al que aspiraban la mayoría de los escritores latinoamericanos de su generación. Ser escritor en el Santiago, en la Lima, en el Buenos Aires de mediados del siglo XX, cuando Varas comienza a publicar, era un oficio que no daba dinero, pero sí prestigio. La aureola de los grandes escritores del siglo XIX aún permanecía anclada en nuestra cultura: se escribía para ser tan influyente como Goethe, Flaubert o Dickens. De hecho, los modelos de escritor vigentes para la llamada "generación del 50" eran Sartre, Moravia, Hemingway, Thomas Mann... Puede que los escritores no influyeran en el curso de las cosas, pero sí nos ayudaban a pensarlas o a imaginarlas. Se escribía, pues, con la aspiración (secreta o no) de transformarse en el Sartre del Perú, como el joven Vargas Llosa, o en el Balzac de México, como Carlos Fuentes. A esa idea del escritor "central" renuncia deliberadamente José Miguel Varas. Y esto se nota, en primer lugar, en su lenguaje. Se dice que, ante todo, un escritor es el lenguaje que se inventa. Pues bien, el de Varas es un lenguaje en el que resuena la lengua hablada de Chile, en sus más diversos registros. En sus relatos habla el gerente y el portero, el periodista y la prostituta, la burguesa y la costurera, pero también "hablan" los locutores, la publicidad y las canciones de la radio, los diarios y hasta los fonemas. José Miguel Varas no quiere ser un escritor central, es decir no quiere fabricarse una lengua alejada de la lengua de su gente. Y con esto entran las voces de todos, abre su prosa a las diversas "palabras" que constituyen una comunidad de hablantes. Decía Mijaíl Bajtín que la novela moderna es polifónica, plurilingüe y plurivocal, acoge toda la enorme diversidad del habla de una comunidad. En Chile, nadie ha hecho eso como Varas. Sus cuentos tienen el realismo directo y penetrante de Chéjov y un sentido del humor único, chilenísimo, dado en buena medida por el habla de sus personajes. Pero también sabe crear atmósferas algo barrocas, casi fantásticas, como en "El correo de Bagdad", una novela extrañamente innovadora, que no ha sido valorada, ni por los lectores ni por la crítica, en su justa medida: como una obra excepcional. Como es excepcional "Milico", su última novela. Esta opción de Varas por la cultura de la calle lo acerca más a Nicanor Parra que a Neruda y a ciertos escritores que navegan como él en las aguas de la contracultura, como Manuel Puig y, curiosamente, Cabrera Infante. Curiosamente porque Varas fue comunista y Cabrera, anti. Pero sobre todo, son escritores de lo oral, carnavalesco, urbano, polifónico. Por último, tras el humor y la fiesta de las "palabras" de unos y otros, hay en Varas, como en todo gran escritor, una mirada moral, como la que tenía Leonardo Sciascia, con el que guarda más de una semejanza, como la historia de la Italia contemporánea guarda más de una semejanza con la de Chile. Se ha ido uno de los grandes... diría, de los más grandes.
M.E.
M.E.
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