Siempre resulta golpeante encontrarnos con la Barcelona de los años setenta, sobre todo si la memoria está escrita por alguien que conocimos hasta el punto de hacerle una broma pesada el día de los inocentes en el Boliche de La Diagonal: Sergio Vila-Sanjuán, quien se refiere en este artículo por un momento a otro amigo de entonces, el poeta peruano Américo Yábar, hoy convertido en uno de los brujos mayores de esta parte de los Andes. Vila-Sanjuán también hace mención en este artículo a los peruanos Elsa Arana Freire, ya desaparecida, y Juan del Solar, el gran traductor de Canetti y según los entendidos el mejor traductor literario del alemán al castellano, que ahora vive en Lima sin ver a nadie. Debo reconocer que por aquel entonces yo le tenía manía a Donoso por haber hecho un seminario en París sobre su obra Coronación del que salí escaldado. Pero recuerdo el coche blanco de Yábar que se encendía en clave con un disco de teléfono, y en el que llevaba a Donoso sin mirar la carretera y al perro que Donoso temió más en su vida: se llamaba Maluquer. También recuerdo la noche del día de los inocentes apretándole el cuello a Sergio, a quien pido mil disculpas desde entonces. V.H.
Sergio Vila San JuánAmérico Yábar
En una entrevista con la periodista chilena María Cristina Jurado, publicada en la revista Ya en noviembre del 2010, Pilar Donoso hizo un balance tremendo de lo que había representado para ella escribir el libro Correr el tupido velo, en torno a la vida íntima de sus padres adoptivos Maria Pilar Serrano y José Donoso, a partir de la lectura de los cuadernos depositados en Princeton por el autor de El obsceno pájaro de la noche."Me provocó a mí y a toda mi familia un terremoto emocional mayor, un cataclismo. Me costó la soledad. Me separé (de su primo Cristobal Donoso) después de veinte años de buen matrimonio, y mis tres hijos se fueron con su padre. Tuvimos una mala separación".
Su familia, añadía "era imposible que me entendieran. Solo sufrían. Este libro me removió con una intensidad que me obligó a replantearme absolutamente todo". Pero escribirlo también le dio la fuerza "para buscar en España a mi verdadero padre, quien me dio en adopción". Consiguió llegar a los archivos del internado madrileño que le acogió en 1967, y allí, en su "certificado de nacimiento fiel", leyó las palabras clave: origen desconocido. "Ese día cambió mi vida porque supe que había llegado al final de mi identidad, a mi línea de tope. Que jamás voy a saber, genéticamente, ni de quienes soy hija".
Sitges, 1975
Conocí a Pilar Donoso en Sitges, en otoño de 1975. Vivía con sus padres en una casita con un pequeño jardín, situado detrás del Calípolis, el (entonces) principal hotel de esta localidad de la costa catalana. Sus padres la llamaban Pilarcita y en sus conversaciones era una referencia constante.
A José Donoso le gustaba vivir fuera de las grandes ciudades. En esos años de fines de la decada de los 60 y primeros 70 le interesaba estar cerca de Barcelona, centro editorial que acogía a varias de las grandes figuras del boom literario hispanoamericano, como sus amigos Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez. Le interesaba estar cerca pero no en medio, y por eso se alojó primero en Vallvidrera -un pueblecito en una de las montañas que dominan Barcelona- luego en Calaceite -entonces a cuatro o cinco horas de coche- y por último en Sitges -a una hora de coche pero separada de Barcelona por una carretera de curvas infernal.
A José Donoso le gustaba vivir fuera de las grandes ciudades. En esos años de fines de la decada de los 60 y primeros 70 le interesaba estar cerca de Barcelona, centro editorial que acogía a varias de las grandes figuras del boom literario hispanoamericano, como sus amigos Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez. Le interesaba estar cerca pero no en medio, y por eso se alojó primero en Vallvidrera -un pueblecito en una de las montañas que dominan Barcelona- luego en Calaceite -entonces a cuatro o cinco horas de coche- y por último en Sitges -a una hora de coche pero separada de Barcelona por una carretera de curvas infernal.
Pese a la belleza de la localidad, con su larga playa y sus construcciones modernistas, y también pese a que en Sitges vivían amigos como el traductor Juan José del Solar o la periodista Elsa Arana, Donoso se aburría en el humedo invierno suburense, y por eso abrió un Taller Literario -totalmente gratuito- al que acudíamos una vez por semana un grupo de gente variopinta, y que duró un par de años. Fue, que yo sepa, la primera experiencia de un Writer´s workshop desarrollada en el ámbito latinoamericano, que Donoso basó en el que había impartido en la Universidad de Iowa, pionero a su vez en EE.UU. Su experiencia en las universidades norteamericanas, donde la élite literaria del país se gana la vida enseñando a escribir a los estudiantes y los "writers workshops" tienen rango institucional, le había animado a poner en marcha esas reuniones donde se comentaban, bajo su tutela, las narraciones que los asistentes aportaban.
Historias del Taller
Aunque Donoso estaba muy centrado en la redacción de la novela Casa de campo, que tenía por uno de sus proyectos más ambiciosos, aquel otoño en que murió Francisco Franco vio cómo su salón suburense comenzaba a congregar, una tarde a la semana, a una fauna muy de la época. Parte colonia latinoamericana (a la que pertenecían los ya citados Juan J. del Solar y Elsa Arana, junto a otros personajes menos duraderos), parte letraheridos locales, como mi querido amigo el pintor y escritor peruano-catalán Xavier Prat, prematuramente desaparecido, que fue quien me llevó allí. Y con él Tere Sisó, el leridano Eduard, el químico Francesc (llegado a través de otro escritor chileno, su novio Mauricio Wacquez; ambos morirían juntos, victimas del sida, en el donosiano escenario de Caleceite. A Mauricio aún no se le ha rendido el tributo que su energía y su actividad cultural, desplegada durante más de un decenio en Barcelona, se merecen). Los integrantes del Taller llamaban a su inspirador, a sus espaldas, "el maestro".
Donoso solía pronunciarse con amabilidad y cautela, casi mayeutico. Pedía a los asistentes que contaran cuántas veces habían introducido en sus textos un "que" o un adverbio en "ente". El detalle le obsesionaba. A un escritor de paso que leyó un largo fragmento de la novela que preparaba sobre el Chile del siglo XVI, en la que los protagonistas no paraban de subir y bajar las escaleras de una casa, le reprochó que hiciera "ciencia-ficción", ya que "en el Chile de esa época las construcciones eran de una sola planta".
En ocasiones señaladas las reuniones se celebraban fuera de casa del maestro, y entonces solían derivar en unas juergas bastante apoteósicas. Si estaba relajado y animado, Donoso gustaba de subirse chaqueta y camisa y mostrar el costurón que le había dejado una de sus operaciones de estómago.
En ocasiones señaladas las reuniones se celebraban fuera de casa del maestro, y entonces solían derivar en unas juergas bastante apoteósicas. Si estaba relajado y animado, Donoso gustaba de subirse chaqueta y camisa y mostrar el costurón que le había dejado una de sus operaciones de estómago.
Al Taller acudía devotamente un personaje extraordinario, el poeta peruano Américo Yabar, quien había tenido que dejar su país por misteriosos problemas con las autoridades. Yabar organizaba a veces folklóricos rituales de culto incaico a la luz de la luna en su jardín de Esplugues. Podía hablar durante horas y conmoverse hasta las lágrimas en mitad de una conversación rutinaria. Había publicado un singular poemario bajo el título de Sesofagia umbría.
En cierta ocasión el vate andino conducía en su destartalado Seat cupé 850 al maestro a Barcelona, a través de las curvas del Garraf. Donoso iba en el asiento de atrás y el entusiasmado Yabar se volvía para hablarle con tanta frecuencia que prácticamente dejó de mirar la carretera. Un Donoso lívido tuvo que pedirle que se detuviera para sentarse a su lado. Hace algunos años, cuando Internet empezaba a ser una herramienta fiable, Xavier Prat rastreó su pista, y encontró que Yabar se había reciclado como profesor de chamanismo en una universidad de Nuevo México.
Las reuniones del Taller se prolongaron un par de años y después murieron de muerte natural. Donoso dejó primero Sitges y después el país; la estancia catalana resulta muy visible en su obra, tanto en el ensayo autobiográfico Historia personal del boom (que es de lo mejor de su producción) como en sus Tres novelitas burguesas o en la novela El jardín al lado. Tras su marcha perdí el contacto con el autor y su familia, salvo esporádicas visitas que realizaban a Barcelona por cuestiones de promoción editorial y un encuentro casual en Venecia. Sin embargo el recuerdo de este Taller y de mi relación de juventud con el autor de "El obsceno pájaro de la noche" quedó en mi memoria como algo muy vivo.
Correr el tupido velo
Cuando supe que la publicación en Chile de un libro de Pilar Donoso sobre su padre había provocado amplia polvareda me moví rápidamente para hacerme con un ejemplar, que conseguí por gentileza del editor de Alfaguara Gerardo Marín. Y tras pasar un fin de semana leyendo Correr el tupido velo, me pregunté hasta qué punto era un libro escándalo, según se había voceado en Chile.
Pilar Donoso, Pilarcita, nacida en Madrid en 1967, fue adoptada con pocos meses por Pilar y José Donoso, el "quinto mosquetero" del boom latinoamericano. Con sus padres, en los trece años siguientes, conocería una quincena de casas en distintas localidades españolas antes del regreso al país natal del escritor, que lo consideró mucho tiempo, tras Neruda, su segunda gloria literaria contemporánea, puesto que ahora le disputa póstumamente Bolaño.
Cuando se casaron, Donoso era un talentudo y refinado solterón de 37 años con varios libros publicados y cargado de manías ("ya era un viejo"), y María Pilar una señora arrolladora poco más joven, que había corrido mucho mundo con sus padres -lo reflejó en sus excelentes memorias Los de entonces - aunque sentimentalmente titubeante (el libro lo plantea con crudeza, "se casó virgen"). Donoso, sometido a psicoanálisis durante toda su vida adulta, registró su diario íntimo en una sesentena de cuadernos que fueron a parar a las universidades de Princeton -donde estudió- y Iowa -donde enseñó. Éste es el material en el que Pilar Donoso se sumergió, confrontándolo con la propia memoria.
¿Qué retrato emerge? En una primera instancia parece una versión latina de ¿Quién teme a Virginia Woolf? Los Donoso se llevan fatal, discuten sin parar y él machaca la autoestima de su esposa, que en justa correspondencia se entrega sin disimulos al trago y los ansiolíticos. Literariamente Donoso sufre bloqueos, celos -fantasea con llevarse un premio Planeta que acaba en manos de Marsé-, dudas constantes, al tiempo que página a página va levantando una obra de calidad incontestable, aunque -ay- menos comercial que la de Vargas Llosa o por supuesto la de Gabo. La inquietud económica nunca les abandona, pero no por ello renuncian a un refinamiento sin el que la vida parece muy gris: "Hay que ahorrar en lo necesario para gastar en lujos", apunta en frase memorable.
Entre angustias y úlceras, en Vallvidrera, Sitges o Madrid, van surgiendo trabajosamente El obsceno pájaro de la noche, Casa de campo o El jardín de al lado. La supuesta homosexualidad del autor, mencionada en ocasiones, queda más como un recuerdo de juventud que como una práctica de sus años maduros (salvo que la autora se reservara datos). Donoso, que sentía devoción por Henry James y Los papeles de Aspern , dejó todas las pistas para asegurarse el recuerdo en una clave que le gustaba, la del artista que supedita su vida a su arte. "¿Libro escándalo? Más bien un conmovedor ejercicio de devoción filial y un alegato en favor del matrimonio conflictivo". escribí en La Vanguardia, a propósito de Correr el tupido velo.
Y en conversaciones con los responsables españoles de Alfaguara, que se planteaban si el libro encontraría su público en España, les animé para que lo publicaran aquí, convencido de que, si no un éxito de ventas, como mínimo levantaría un amplio eco mediático y se convertiría en obra de referencia, como así ha sido. . Junto con la autobiografía materna Los de entonces, y la Historia personal del boom, de su padre, forma un gran testimonio familiar a tres voces y tres enfoques -social, literario, psicológico- sin precedentes en nuestra literatura.
Con motivo de la presentación del libro en Barcelona, Carmen Balcells organizó una comida en su agencia literaria en honor de Pilarcita Donoso, a la que acudí junto con Carme Riera, Ana María Moix e Ignacio Echevarría, entre otros. Después de tantos años Pilarcita me pareció una mujer aguda, con sentido del humor, que lideró con discreción e inteligencia la conversación de aquella comida, haciendo honor a aquellos grandes actores de la escena social que fueron sus padres. Recordamos aquel día los tiempos de Sitges y dejamos en el aire la posibilidad de hacer un viaje a Calaceite para reconstruir el "itinerario Donoso" en aquella población. Fue un contacto breve pero no me pareció una mujer triste ni depresiva. De ahí la impresión y la profunda pena que me ha generado la noticia de su muerte. La entrevista que cito al principio de este artículo y que he conocido ahora, brinda, supongo, algunas de sus claves.
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