Imposible escribir algo tan bueno sobre Liber Forti, espejo macho del anarquismo y gran director de Teatro que acaba de pasar a la leyenda. Sólo Gregorio Moran podría darle alcance.
LA VANGUARDIA, SÁBADO, 21 MARZO 2015, P. 26
SABATINAS INTEMPESTIVAS
Gregorio Morán
Que arríen todas las banderas
Que se ha muerto Líber Forti, argentino de Tupiza (Bolivia), boliviano de Tucumán (Argentina), anarquista, teatrero –que es mucho más que actor o director de teatro–, sindicalista revolucionario, conversador inagotable, leyenda latinoamericana que lo vivió casi todo e intensamente, desde la Argentina volcánica de su adolescencia, a la Bolivia de la Central Obrera de Juan Lechín. También sobrevivió a todo y con galanura, al hambre, a la tortura, a la pena, a la pobreza y hasta al amor, porque si algo cabe añadir como estrambote al soneto quevedesco que fue su vida, atrajo a mujeres de tronío, desde su compañera militante de la primera hora, Ana Santiago, hasta la que ahora quedará como viuda imperecedera, Gisela Eufemia Ana Derpic Salazar, abogada de Potosí, que acabará convirtiéndose en legataria del patrimonio de un anarquista histó- rico, que se reduce a una hija – Gladeli–, papeles y palabras. Líber Forti falleció el miércoles –madrugada del 11 de marzo–, apenas unos
Gregorio Morán
Que arríen todas las banderas
Que se ha muerto Líber Forti, argentino de Tupiza (Bolivia), boliviano de Tucumán (Argentina), anarquista, teatrero –que es mucho más que actor o director de teatro–, sindicalista revolucionario, conversador inagotable, leyenda latinoamericana que lo vivió casi todo e intensamente, desde la Argentina volcánica de su adolescencia, a la Bolivia de la Central Obrera de Juan Lechín. También sobrevivió a todo y con galanura, al hambre, a la tortura, a la pena, a la pobreza y hasta al amor, porque si algo cabe añadir como estrambote al soneto quevedesco que fue su vida, atrajo a mujeres de tronío, desde su compañera militante de la primera hora, Ana Santiago, hasta la que ahora quedará como viuda imperecedera, Gisela Eufemia Ana Derpic Salazar, abogada de Potosí, que acabará convirtiéndose en legataria del patrimonio de un anarquista histó- rico, que se reduce a una hija – Gladeli–, papeles y palabras. Líber Forti falleció el miércoles –madrugada del 11 de marzo–, apenas unos
días antes del Día Internacional del Teatro y a esa
edad provecta pero siempre inquietante de los 95
años. Había nacido un 19 de agosto de 1919 y era un
Leo inscrito en el manual del zodiaco. Para llegar a los
95 años hay que saber manejarse muy bien en la vida;
la vejez hasta tan alto grado no consiente
improvisaciones sino valores consolidados. Supo
escoger amigos fieles y damas con posibles. No es un
reproche, tan sólo un apunte al hombre que admiré
por su bravura en medio de un mundo desmoronado.
¿Qué quedaba de la audacia temeraria del viejo
anarquismo argentino? Quizá poco más allá del porte,
el gesto y la bella retórica de un hombre cabal que
respondía al nombre de Germinal Líber Forti Carrizo.
Bastaría ese Germinal, del que Zola hizo una tradición
ácrata, o el Líber que consagraba la raíz italiana de
algunos míticos anarquistas argentinos. Su padre,
Marco Forti, impresor y librero, huyó de la represión
argentina para instalarse en Tupiza, en el sur de
Bolivia, donde se había creado en 1906 la primera
organización anarquista boliviana, la Unión Obrera 1o
de Mayo, editora de La Aurora Social. (Me siento,
mientras escribo esto, como un anticuario que
exhibiera una pieza insólita de la brutal historia de la
entonces denominada clase trabajadora). Como es
obligado el toque de color local –¿a qué viene este,
contándonos historias de sudacas, ausentes de
catalanidad y arraigo casolano?– debo decir que yo
conocí a Líber Forti en Barcelona, donde fuera de un
puñado de admiradores más viejos que la pana y
algún arrumbado de última hora, ni dios le hizo
maldito caso. Y eso que vivía entonces con Nuria
Álvarez, un encanto de mujer con paciencia infinita,
segura y arrogante, pero un tanto perpleja ante aquel
tipo donde se mezclaba el amor a la humanidad y el
egoísmo patológico de todo redentor seguro de sí
mismo. A Líber Forti debo la aventura quizá más
surrealista de mi vida. Embarcarme en una biografía
del desconocido Rafael Barrett (1876-1910) que me
lanzó al Buenos Aires violento del anarquismo, al
Paraguay irredimible y a la ciudad-mundo de
Montevideo, con escalas en Perú y Bolivia, desde La
Paz a su amada Cochabamba. Por mi culpa perdí la
única oportunidad de ser nombrado ciudadano
honorífico de una ciudad donde no había estado
nunca,Tupiza, donde me esperaba desde el alcalde
hasta el común de sus habitantes para concederme tal
honor, y que él mantuvo en tanto secreto que yo no
acerté a ir porque me quedaba lejísimos. Tupiza, con
sus autoridades a la cabeza, se indignó por mi gesto
de no recibir el honor que había organizado Líber
Forti y del que yo desconocía todo. Prometí ir a
disculparme y resarcirme, pero ya creo que será
reencarnado en pájaro andino. No es una historia
personal la de Líber Forti por más que él me animara
a reconstruir la vida y obra de Rafael Barrett, y su
compadre y mecenas Tyron Heinrich, boliviano de
Santa Cruz, me ayudara en el operativo por tierras
ignotas. Aquel librito que le llenó de zozobra y que
titulé Asombro y búsqueda de Rafael Barrett (que
publicaría sin muchas ganas mi amigo Herralde en
Anagrama, allá por el otoño del 2007 con gran éxito
de crítica y público, diríamos con sarcasmo, porque
no recuerdo más que una reseña y era insultante).
Resultó que su intención de hacer un gran homenaje
a quien había sido inspiración del anarquismo
argentino, ayuno de fuste teórico y riquísimo por otra
parte en la acción directa, terminó en un librito
amoroso hacia la figura del protagonista, el olvidado
Rafael Barrett, santanderino de Torrelavega cuando
aún no existía Cantabria, aristócrata tronado, gran
cultura de músico y políglota, y sobre todo una
personalidad intachable de intelectual en la vorágine
entre dos siglos, el XIX y el XX, viajando entre el
provinciano Madrid, el París cosmopolita y el que para
nuestra cultura sería un lejano Londres. Una
experiencia que para mí se resumió en un esbozo
biográfico y una implacable crítica a los oportunistas
que habían manipulado su brillante obra de
periodista de ideas. Pero lo cierto es que Rafael
Barrett era tan anarquista como podría haberlo sido
yo, pero no como Líber Forti, militante de la acracia, y
eso le generó un desasosiego que superó con su
despierta inteligencia y su desprecio hacia los
arribistas, que le exigieron una declaración pública
rechazando mi libro y que se encontraron con el
muro infranqueable de su honestidad intelectual.
Apenas fue un incidente en una vida como la suya
donde había pasado primero por la FORA, la
legendaria organización sindical anarquista argentina,
tras una experiencia como linyera (léase en castellano
liñera), o lo que es lo mismo, los que se subían a los
vagones de ganado y se instalaban en vagabundos
errantes en busca de trabajo y oxígeno, huidizos de
los pistoleros de la patronal por los territorios de la
Pampa. Conservo un apunte de mis interminables
conversaciones con Líber Forti, datada el día 1 de
enero del 2005 en Cochabamba, que he vuelto a leer
emocionado: “No tengo celos por las mujeres. Me los
quitó una prostituta en Tucumán cuando tenía pocos
años, iba de pantalón corto y los cafisos que jugaban a
las cartas después de comer me llamaban El Bachiller.
¡Ciao Bachiller! La conocí porque me encargó llevarle
20 pesos a una hija que tenía en un colegio. Se
sorprendió tanto de que yo cumpliera, que un día me
saludó con otra del oficio de la que me enamoré,
perdidamente, pero me dijo que tenía un cafiso que
estaba enfermo, y como yo viera una guitarra colgada
de la pared –era músico– yo se lo dije como lo sentía,
que no tenía que dejarlo. Estaba enamorado de una
mujer que se acostaba con otro y yo lo comprendía.
Un día no quiso seguir ese juego y se marchó y ni en
la casa de prostitutas supieron más de ella. Yo
tampoco”. En junio del 2012 Líber Forti vino a
España por última vez. Quería ir a Asturias, para él
otra arcaica leyenda revolucionaria, y escuchar al
amigo Jerónimo Granda, cantante de Oviedo, al que
yo reconocí como el principal promotor intelectual
del libro sobre Rafael Barrett. Le acompañó su amigo
y mecenas Tyron Heinrich, que se había convertido en
su alma máter tras quedar seducido al escucharle
conferenciando en un colegio de élite en Santa Cruz,
Bolivia. Fue nuestro último encuentro en vivo. El
siguió luego hasta París para charlar con Elizabeth
Burgos y Regis Debray sobre la eterna experiencia de
Bolivia, del Che, de su derrota, y de esa esperanza en
un mundo diferente. Ahora, que acaba de morir a
edad tan conservadora como son 95 años, quisiera
recordarle con una estrofa del peruano César Vallejo.
Él hubiera preferido que fueran de nuestro León
Felipe, al que trató y que le dedicó elogios
inolvidables, pero el derecho de los supervivientes a
veces se reduce a escoger el epitafio: “Al fin de la
batalla, y muerto el combatiente, vino hacia él un
hombre y le dijo: ‘No mueras, te amo tanto’. Pero el
cadáver ¡ay! siguió muriendo”.
2 comentarios:
Hola,
Estoy interesado en tener contacto con Vladimir Herrera, El editor y Poeta peruano.
Es para tratar sobre un libro que el publico en su día, en la editorial Auqui.
Gracias, Robbin.
Si algo debo, aunque pensándolo bien es mucho, se lo debo a gente extraordinaria como Liber Foti, Vladimir Herrera y tantos otros. Me refiero a interminables andanzas durante más de 40 años, militando, conspirando, ocultándome y aprendiendo a poner el cuerpo, no sólo en las barricadas... Conocí a Liber gracias a Vladi y a Jorge Wilder Cervantes, en el Cusco, cuando las rebeldías tempranas todavía no habían actisolado. Mi recuerdo está grabado en lo más profundo de mi corazón. Es imborrable.
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