jueves, 9 de febrero de 2017

NO VOY A PEDIRLE A NADIE QUE ME CREA. ESCRIBE HELENA USANDIZAGA.

NO VOY A PEDIRLE A NADIE QUE ME CREA

Helena Usandizaga

 Cuando le escribí a Juan Pablo Villalobos diciéndole que trataría de ir  a la presentación de su última novela, ganadora del premio Herralde, me respondió feliz, pero me advirtió que era autoficción y hasta parodia de la autoficción. Y que el narrador y protagonista Juan Pablo Villalobos tenía una breve entrevista en la novela con su tutora de tesis, la doctora Elizondo.

Un poco aterrada por el humor de Juan Pablo y su capacidad paródica y sarcástica, me acerqué a la sesión de La Central, en la que en un momento todos empezaron con preguntas que trataban ansiosamente de delimitar lo que era real y lo que no lo era en esa delirante historia que el presentador y el autor habían dejado asomar en su conversación previa, y que algunos habían ya leído. Pero es que así de ansiosos somos los humanos cuando de la mezcla de verdad y ficción se trata. Yo misma comencé a inquietarme cuando le preguntaron si de verdad le habían obligado a cambiar el tema de su tesis, y a sospechar si no sería yo, como su directora auténtica y como la doctora Elizondo ficticia, la que le había conminado a trabajar sobre otra cosa.

Así que cuando me identificó entre el público para que le ayudara a desenroscar el hilo que se había creado entre su tesis real y la de la novela, porque naturalmente alguien quería saber si la había acabado o no, me empecé a defender de manera tan delirante como su narración, asegurando que yo jamás le había obligado a Juan Pablo ni le había prohibido nada, que sólo una vez, en la primera versión de su tesina o trabajo de investigación, le recomendé que quitara aquella reflexión sobre las bacterias y la gastroenteritis de la introducción, no por mí, de verdad, sino por el tribunal, a quien podía no gustar tan transgresora metáfora. Entre Juan Pablo que reía jurando no recordar aquello y el público atónito tuve que acabar asegurando que todo era auténticamente cierto, pero que no iba a pedirle a nadie que me creyera.

Después, al leer la novela, me di cuenta de que la doctora Elizondo es necesaria en ese momento de la trama, pero precisamente porque el protagonista es obligado por otros a cambiar el tema de su tesis y por lo tanto de tutora, y debe comunicárselo a la doctora para poder hacer el trámite. La escena es divertidísima, aunque nunca me habría creído capaz de las miradas de desprecio y despecho que le dirijo al pobre Juan Pablo, el inefable narrador atrapado por el poder, el destino, y una dermatitis que le pica con desesperación.

El caso es que es una mafia mexicana, probablemente de narcotráfico, la que le obliga a cambiar de tema de tesis para que así, en el nuevo espacio teórico, se pueda conocer con una becaria involuntariamente inmersa en zonas de poder de Barcelona.
Con esa mafia le ha conectado en México un primo antes de que Juan Pablo viaje a Barcelona para hacer su doctorado, sólo por brindarle la participación en unos oscuros negocios. De ahí arranca una sucesión de hechos hilarantes y delirantes, pero muy serios en su significado. Si esa mafia le indica si debe o no dejar a su novia, si tiene que cambiar de tema de tesis, y si tiene que acostarse con la becaria, es porque el poder de la corrupción va más allá de lo público: se infiltra en lo privado y lo dirige con el mismo cinismo. Contar todo esto es escritura y también reflexión sobre la escritura.

La novela, que pasa en Barcelona, pero que salta a veces a México y a Italia, no predica uno de esos cosmopolitismos pasados por agua que a veces se venden en la narrativa en lengua española. Los personajes hablan y actúan como corresponde a sus lugares de origen, y a veces como parodias de sus lenguajes –como por ejemplo el primo de Lagos en Guadalajara, el argentino que vive en Gràcia o el Nen de l’Hospitalet- pero el resultado no es el de un localismo limitado, sino de un estallido y choque continuo de lenguajes y de formas de ser de los lugares y de los personajes, que provoca una risa continua que durante toda la novela corre parejas con el miedo y con la sensación de que habitamos un mundo lleno de diferencias pero también de estereotipos y de límites que el poder ha ido construyendo de maneras muy diversas, y que al final, de un modo u otro, arrastrarán a todos los personajes.

Como que no quiero contar la historia para que se pueda leer con la ignorancia de la misma que requiere su disfrute, sólo diré que, como buena directora de tesis, me estaba preocupando por cómo su autor terminaría el libro –y eso que, como todo buen relato, no quería que acabara- y no podía imaginar la manera de hacerlo. Pero siempre el profesor puede confiar en el buen alumno y el lector en el buen escritor, pues le sorprenderán e irán mucho más allá de lo que él mismo hubiera podido hacer o imaginar.

El final es brutal.

Juan Pablo Villalobos, No voy a pedirle a nadie que me crea, Barcelona, Anagrama, 2016.


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