lunes, 27 de julio de 2020

Enrique Verástegui escribiendo sobre Mate de Cedrón de Vladimir Herrera. Lo que faltaba.


 


Entre las rosas de un libro de Rolando Cardenas, altísimo poeta chileno que Jorge Teillier alcanzó a regalarme, hace ya muchos años, me he encontrado casi de bruces con un recorte del diario Correo fechado en Lima el sábado 19 de octubre de 1974.  El texto, de caracter más bien epigramático sostiene en el envés la existencia de mi primer libro. Mi Mate de Cedrón tan olvidado por mi durante mi estancia europea. No recordaba yo ni nadie que Enrique Verástegui se hubiera fijado en aquel libro primerizo ni que encontrara en él sustancia poética, Pero allí está el recorte tal si fuese entraña de la juventud. Este hallazgo, le llamaré así, me ha transportado a épocas que creía realmente pretéritas.
de súbito recordé que  yo le había presentado a Carmen Ollé en la puerta de La Crónica. Recordé que habíamos sido los únicos redactores de la revista Vistazo que llevaba Rina Barea a quien admirábamos desde todo punto de vista, y más cuando escribía en la pizarra las comisiones de la semana. El capo era Taquito Tamariz, Domingo Tamaríz Lucar, más tarde jefe de redacción de La Crónica y por muchos años jefe de redacción de Caretas.  Todo nos encaminaba al periodismo exaltado y a aquella risita limeña. Pero nos fuimos cada uno a su manera del Perú.
En Barcelona Verástegui publicó en Papeles de Son Armadans, la revista de Camilo José Cela y yo en Camp de l´ Arpa La revista de Juan Ramón Masoliver, creo que el mismo año. Hasta ahí estábamos empatados. Era la época en que nos frecuentaba Roberto Bolaño quien secretamente admiraba a los poetas porque sabía que a él le faltaba un poco para serlo. Era la época de las fiestas tronantes en mi casa de Valle Hebrón con los susodichos mexicanos y chilenos que alguna vez terminaron a chingadazos. Era la época.


Y aquí va el texto del Zambo querido.


Vladimir Herrera, puneño, 24 años, acaba de publicar su primer libro de poemas: Mate de Cedrón (Ediciones Picaflor). Frente a la abundancia de poetas la poesía es escasa lo dijo una vez Porras Barrenechea. Sin embargo, el libro de Herrera viene a ser la excepción que confirma la regla. No es un libro de fácil lectura, no busca lectores ingenuos: se trata de un código que hay que descifrar, está lleno de claves.
Primariamente, el libro está conformado por siete largas secuencias que funcionan (interrelacionadas) a través de una lengua entre reflexiva y súbita, vitalista e Imagista:
1. Se reduce perfectamente un solo poema: "Estilo de trabajo" que aparte de funcionar como poética del libro (y como anticipo a la "poética" de la tercera secuencia), es -en el plano ideológico -una asunción del escepticismo como
consecuencia (y sobre todo como razón de ser personal de su lectura (sensual?) de la historia. Para Herrera, todo es una completa ruina" -¿también el escribir? Entonces, ¿por qué escribir si escribir es lo menos escéptico que existe? Por lo menos es un "compromiso" no entre el "yo" (escritor) y el referente, sino entre el "yo" con su proyección que a última instancia es la escritura: su propio reflejo narcisista, para él, dibujado en esas aguas que son sus ojos detrás de lo cual no existe casi nada: sólo una larga reverberación de vacío(como lo dice en los dos versos finales de Richmond 303)
2. La segunda secuencia la conforma sólo un poema, donde se trata del fraca
so (fracaso?) del "yo" ante las opciones de la sociedad contemporánea: la
guerra, que es muerte, que no es vida. de "Richmond 303"). Pero su escepticismo no se detiene solamente en la guerra, va más allá: tampoco cree en el canto, el amor, la escritura, la lectura. Herrera quiere situarse en un afuera absoluto, pero eso es una proyección ilusoria que (edípicamente)lo ligará, más todavía, con la cultura que él quiere rechazar.
3. Se trata del planteamiento odiseico: el abandono de la madre (Cuzco) por
una opción en cierto modo "decadente",si se quiere "occidental”, aun cuando esto se trate de negar, y se tenga la consciencia lúcida de que es una ruina ("la
arruinada Fuente de as Olvidos") lo
que se trata de alcanzar: es Europa, hacia donde quiere retornar Herrera, no
por cierto al encantamiento que produce el oropel, sino a lo que tiene Europa
occidental (más universal):su gran maquinaria metodológica, y su utopía que es un lugar sin lugar y un tiempo sin tiempo: algo que está dentro de nosotros mismos -no en lo que vemos sino en la forma como lo vemos Herrera lo dice serena y hermosamente:
Mi partida cualquier partida no es
el cambio de un centro -cualquier centro
por otro,
Es El acto - apenas en el que recupero El Rostro,
Los gestos que abarcaron mapas y mares hondos
que No
Una tarde en que el amor fue difícil
Como la carne de los asnos.
("Si tuviera una tarjeta de enibarque,3) quizá, el problema edipiano que se está
planteando, se hace bajo una óptica pura: Edipo retorna a la matriz (un vacío,
el espejo de agua) pero sólo porque sabe que su "vida no comienza ni termina
aquí". No será el apego a la matriz lo que le hará menos ente maquinal (recuérdese que la tecnología no es aún patrimonio de nuestro país), sino por el contrario se acercará a la matriz ("mi- partida"), con un movimiento dialéctico de recuperación del tiempo perdido: Edipo Ulises (y aquí el ejemplo mayor lo tenemos en J.C. Mariátegui) sortea con felicidad todo canto de sirenas (la retorica al uso), dirigiéndose resueltamente hacia el umbral de su destino que es
---tal vez-la transferencia de símbolos:no que produzca un cierto aculturamiento ſconcepto antropológico que no parece del todo coherente), sino que la oposición cultural (y debemos pensar o viajar desde Rousseau hasta Fourier y des
de éste hasta Lévi-Strauss) se relaciona finalmente en una especie de hipos
tasis terrena: recoger en el mismo senode occidente la técnica necesaria y su
proyección más secreta, pero poderosa(el inconsciente), que unido al inconsciente oriental (en cierto modo más en libertad) alcanzan una significación mayor en múltiples sentidos. Por eso Herrera suele  releer a Jorge Manrique:
"sé que todo tiempo es bueno".
4. Este fragmento - que da titulo al libro contiene a su vez una crítica de la poesía y su proyecto de la utopía que-en un plano menos visible, pero siempre ideológico - propone la "destrucción del oficio poético (imagen otra vez de escepticismo), aun cuando esta "destrucción" no se vea sino esbozada en un solo poema (pág. 100) a lo largo de todo el libro. En fin, Mate de Cedrón propone otros muchos niveles de lectura que esta nota no alcanza a cubrir. Empero, una primera lectura como no recordar "Poema", "Chuva de Verao", "Carta a modo de poema"? - para mi, tan llenos de vitalidad, ternura, hermosura) nos muestra ya a un Vladimir Herrera en el pleno ejercicio de su oficio poético.


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