Hay que hacer un ejercicio de estilo para decir de Oscar
Collazos que en un tiempo, en la puerta del Up and Dawn,
una discoteca de Barcelona, blandíamos razones con altos
argumentos y pugilato, y que perseguíamos rubias blancas
de un níveo lino teatral. Las llevábamos a Boccaccio para
perderlas. Les vendíamos nuestra razón de ser bien machos
y bien sudamericanos. Nos ayudaban el pelo crespo de
Oscar, su vozarrón y su pinta de boxeador indemne todavía.
Tres son los colombianos que frecuenté aquellos años:
Collazos, Rafael Humberto Moreno Duran, y el poeta
Miguel de Francisco. Todos tenían problemas con Colombia
y amaban Barcelona por sobre todas las cosas. Fue por esa
época que Collazos emparentó con una escritora de la
burguesía catalana -con piernas de abedul- por lo que un
tiempo dejó de aparecerse por el Astoria. También por esa
época publicó en mi revista Trafalgar Square unas prosas.
Estuvo la noche en que José Bianco, en el Astoria dio a
entender que no nos creía nada por estar drogados Vila-
Matas, Carlos Trías y yo. Lo que no era cierto. Sólo
habíamos bebido.
Discrepábamos acerca de la validez y el uso de la poesía
femenina de Colombia. Nos preocupaba la extraña huida
de Cobo-Borda, su abandono de España. En todo
momento ocultaba su nostalgia de Bahía Solano como
hacen los colombianos en general de Colombia. No así los
peruanos que a cada paso nos ponemos a llorar. Contaba cosas de Belisario Betancur que me agotaban. Pero se lucía
con las anécdotas de Plinio Apuleyo Mendoza, pese a mi
radical izquierdismo. Pesaba sus palabras cuando hablaba
de su muy amado García Marquez. Collazos era todo un
estilo. El estilo absurdo del signo de Virgo.
R.H. Moreno Durand y Miguel de Francisco se le
adelantaron sin yo haberlo advertido. Vaya esta nota como
remedo del tiempo y azuce el largo viaje de ellos.
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