LEYENDO IMÁGENES: LA OBRA GRÁFICA DE OSVALDO LAMBORGHINI
Helena Usandizaga
Al entrar en la recientemente clausurada exposición de la obra gráfica de Osvaldo Lamborghini (Barcelona, MACBA, 30 de enero - 1 de junio 2015), la mirada se topa inmediatamente con una inmensa fotografía de Lamborghini en pijama, en su cama–taller de la calle Berna, donde Vladimir Herrera le visitaba a menudo –aunque no siempre estaba ahí Lamborghini; en esa época todavía salía-. A mi memoria vino en seguida el inusual clima de aquellas veladas, de las que algunas pocas compartí; pero inusual por la naturalidad absoluta de la conversación con el encamado o tumbado Lamborghini. Y a mi memoria sensorial llega el olor de aquella habitación; no era un mal olor, pero sí a cerrado, a papeles acumulados: allí Lamborghini leía, escribía, dibujaba, conversaba.
Creo que allí daba el escritor argentino lo más tranquilo de su personalidad, aunque sus opiniones eran agudas y cortaban como cuchillos. Recuerdo también, como dice César Aira que recordamos todos los que conversamos con él, palabras sumamente ingeniosas e inteligentes; pero también alguna observación bondadosa que le hizo a Vladimir sobre las adicciones, al verlo sobresaltado frente a algo que contaba Osvaldo; como un hermano mayor que dice: “no te preocupes, yo te conozco y a ti no te pasará esto terrible que estoy contando”.
¿Qué tienen esos objetos gráficos que fascinan al desprevenido visitante de la exposición? Entre la pornografía y la belleza, entre el escepticismo y el deseo crudo, entre la utopía y el apocalipsis, entre la crueldad y la carcajada... Como la que yo solté, para sobresalto de los visitantes, ante el lema “Delatora alemana (moderna) con filósofo catalán (postmoderno)” que rotula la foto de una pareja en actitud porno-bella-pero-ligeramente-chistosa. Reí por pensar que quizás eran quienes yo pensaba que eran.
¿Por qué recortaba Lamborghini las revistas porno atrasadas que le compraba Hannah, y creaba con ellas, al componerlas y escriturarlas profusamente, escenas divertidas o serias, liberadoras o atroces? ¿Por qué “intervenía” los libros no solo con subrayados o comentarios, como tal vez hacemos todos, sino con tachaduras, pinturas, reescrituras? En uno de los niveles de su acción, es posible ver cómo al hacer esto él inventaba su libertad, y cómo creaba su propio mundo, exterior e interior. Fluía todo con precisión e imaginación, con diversión y pesimismo, con distancia y pensamiento político.
La obra gráfica de Osvaldo Lamborghini es esa construcción de su libertad y de sí mismo, y es a la vez arte, puesto que viene de un ritual de elaboración y creación que, conscientemente o no, aguarda otro de lectura. Como el de esa profesora amiga que encontré en la exposición, contemplando también, y que me dijo: “la he visto tres o cuatro veces porque... me gusta mucho”. Así de simple.
En la vitrina donde está la obra de Lamborghini se puede ver la revista Trafalgar Square, dirigida por Vladimir Herrera, pues ahí se publicó un texto crucial de su época barcelonesa; y no puedo dejar de pensar en la apertura selectiva de esa revista, que conectó con el gran escritor como si nada, como si fuera lo más normal; y ahora, al ver la exposición y leer las varias interpretaciones de su complicada relación con el campo literario, tanto argentino como barcelonés, me doy cuenta de que esa amistad entre Osvaldo y Vladimir fue casi mágica, una palabra que seguramente no le hubiera gustado mucho a Lamborghini, pero que hay que decir para entender algo de esas afinidades electivas.
HELENA USANDIZAGA.
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