El Legado y el color en Las Iluminaciones de Polanco.
Cuando Gamaliel Churata publica su magna obra en 1957, hace visible su propósito de hacer actual el legado en el que explora desde los años 20: un legado marginal, no escrito, desconocido, despreciado. El autor puneño desbarata con esto el concepto de clasicismo y de vanguardia, porque uno de sus logros es hacer con lo olvidado algo fundacional y clásico, y reescribir la vanguardia al hacer confluir formas rupturistas con la tradición oral. Así, una obra ya clásica, El pez de oro, se crea adaptando al formato escrito -barroco y vanguardista a la vez- toda una cultura, la andina, que forma parte del legado peruano y universal. Este gesto fundacional de Churata no es el único que abre la puerta a lo clásico: Arguedas sería otro ejemplo, y en este comentario nos interesan especialmente otros dos puneños, Martín Chambi y Víctor Humareda, artistas fundacionales. Todos se incluyen en la perpetuación del legado al darle una forma que lo hace circular en otros contextos.
Pero, ¿qué ocurre si el que explora en el legado lo hace desde Lima, y no plantea explícitamente una autodefinición o una reivindicación sistemática? ¿Está traicionando ese legado o desvirtuando el concepto de lo andino? Sería así sólo si lo banalizara o malentendiera, pero no por el hecho de atreverse a jugar de manera heterodoxa con las fotografías de Martín Chambi. Porque hablamos de legado, no de propiedad local que solo alguien tiene el derecho de entender y comentar. Cuando Picasso pinta Las meninas de Velázquez, da un nuevo giro a ese cuadro que tantas veces será releído dentro de la misma tradición, desde diferentes conceptos pictóricos y con miradas que van más allá de la intimidad y que crean algo que tiene sentido. Relecturas, intertextualidades y homenajes se suceden en la tradición canonizada, ¿por qué no en aquella menos reconocida, pero igualmente importante? Solo una desmedida ansia localista podría prohibir el gesto de Polanco al reconocer y releer la obra de Chambi. No en vano la generación de Polanco se propuso explorar en esos legados marginales, desde la Sarita Colonia de los arenales hasta el Amazonas, pasando por los Andes, y algunos de los mejores logros de este pintor de Lima, de ese lector e iluminador constante de todas las Limas, se inspiran en esos otros espacios de Perú, en esas raíces que son de todos. Ahora Polanco reúne en Lima a Chambi y a otro gran pintor puneño, Humareda, que llega a Lima a los 13 años, y que pinta con colores que están también en los ojos de Polanco al intervenir la obra de Chambi.
En la pintura está también la compleja dimensión social de Chambi y con ella, iluminada por Polanco, ingresa la obra al mercado del arte. Los cuadros, hermosos e intensos, colgarán en las residencias burguesas de quien tenga la suerte de poder comprarlos, si bien Chambi les mostrará en ellos la cara de su guachimán. Pero así de contradictorio e irónico es el valor y el precio del arte.
La estética que se genera en ellos no es ni la del folklore que se hace retórico ni tampoco la estética “chicha” que algunos científicos sociales defienden desde Lima como lo verdaderamente popular y valioso. ¿Y es que ya nadie piensa en el legado? Tal vez lo tengan por obsoleto y ausente de la modernidad. Pero, viendo la obra de Polanco, uno se da cuenta de lo productivo de este gesto, que, hay que decirlo, este pintor ejecuta con un respeto evidente hacia la obra de Chambi. En el catálogo de la exposición, Schwartz (cito de memoria) recuerda otras obras u objetos a lo largo de sus diferentes etapas, y habla de que esas presencias están en la obra de Polanco como algo real, no como un pretexto ni siquiera, tal vez, como una metáfora, y son tratadas con el máximo de los cuidados.
Cuando vemos la plaza de armas del Cusco en el cuadro de Polanco –sí, por la luz la hora ha avanzado algo, ya no es el comienzo del amanecer sino que un poco de sol ilumina a los personajes que el pintor ha sacado de otro cuadro, y los muestra en su humildad o en su autoritarismo fuera de lugar- las fotos de Chambi revelan de otra manera algo que ya contenían; en la pareja del matrimonio de conveniencia posando ante el fotógrafo, los colores, al resaltar surcos y expresiones, palideces e hiperglobulias, acentúan el horror helado de la chica y el cinismo del hombre mayor que la está desposando; el balcón de Herodes, que en la pintura muestra su original color azul cusqueño, recibe en el ángulo de la calle al gigante de Paruro, que ha llegado caminando por la perspectiva que crea el cuadro… Los colores y los collages iluminan, pero no solo en el sentido literal, sino que también dan luz, otra luz que estaba muy adentro, a la obra de Chambi.
La materia de estos artistas que son capaces de mirar y pensar, y que por ello se iluminan y espejean entre sí, son ya parte del legado que se perpetúa en su obra. Las Iluminaciones de Polanco nos llevan por esa emocionante corriente de materia y color que es de los lugares y las culturas donde fue concebida, y también, por suerte, de todos los que las miramos con respeto y entendimiento.
Helena Usandizaga, Hacienda Ranhuaylla, 20 de noviembre 2015.
No hay comentarios:
Publicar un comentario