RECUERDO DE MARCOS ANA
Me acuerdo de cuando asistí al ensayo de una de las primeras obras del grupo de teatro La Cuadra de Sevilla. Fue en París, en una sala pequeña no recuerdo de qué distrito, posiblemente en el Barrio Latino. No era un ensayo abierto: éramos amigos de algunos de los componentes del grupo, y estaban allá también otros amigos españoles Estos amigos vivían en París porque a ojos de las autoridades franquistas estaban metidos en cosas demasiado serias. Otros, como mis amigas y yo, acudíamos como estudiantes de postgrado a los cursos de A. J. Greimas y Oswald Ducrot en la École des Hautes Études en Sciences Sociales; y, cuando nos lo permitían, porque con ellos no estábamos inscritas, a los de Julia Kristeva en Jussieu y Roland Barthes en la propia École.
Por lo heterogéneo del grupo, usualmente no entrábamos en profundidad en los temas políticos, solo a veces, en petit comité. Pero todos sabíamos por dónde iban los tiros. Ese día, en el ensayo, en las filas de atrás, estaba sentado un hombre de porte austero, que, si la memoria no me engaña, llevaba una camisa azul gris que, dadas las circunstancias, resultaba bastante elegante. Nuestros amigos nos advirtieron con delicadeza de que podía ser que lo encontráramos algo raro, ya que había pasado la mayor parte de su vida adulta en la cárcel, y concretamente le resultaba un poco difícil hablar con las mujeres. Y eso que Marcos Ana, porque de él se trataba, hacía ya más de diez años que había salido de prisión.
Nos asaltó un gran respeto y casi reverencia, pero al final la conversación fluyó tranquila. Me parece que en aquellas épocas nos comunicábamos con una especie de cortesía peculiar, hecha de gestos de la clandestinidad y de la soledad emocional que generaba. También recuerdo que las conversaciones oscilaban entre temas candentes y explosiones de humor entre ibérico y cosmopolita, que a veces se prolongaban por horas. De nuevo, si la memoria no me traiciona, la obra que se ensayaba era Quejío, que se representaba en París en esa primavera de 1972. El ensayo trabajaba con sonidos rítmicos de zapateo y golpes con un palo en un bidón y con el cante dramático por martinetes, tarantos y seguiriyas en medio del silencio, y pulverizaba la idea subalternizante del folklore andaluz que había propiciado el franquismo. Tanto Marcos Ana como todos nosotros escuchábamos sobrecogidos ese sonido rítmico y profundo.
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