CARLOS OLIVERA ENTRE OTEIZA Y EL BOSCODe todos los eventos de la vida cultural cusqueña el
de la presencia de las escultura de Carlos Olivera ha sido para mi gusto el de
mayor relieve. Pasa que la pereza moral de cusqueños y cusqueñistas, nos lleva
a recluirnos en no se sabe que sucucho de la existencia. Tal es la cosa que nos
cuesta reconocer los valores allí donde se presentan. Para una ciudad de
servicios y sólo servicios le queda grande la exposición del nuevo Olivera.
Digo nuevo porque el anterior fue su padre, Tolo Olivera, pintor de alcurnia
quien, como profesor mío siempre puso en alto la dignidad del arte.
Pero yendo al fondo del asunto digo que tendríamos que
hablar con la máxima aproximación de los problemas estéticos por resolver que
los artistas de esta parte del Perú enfrentan. Uno de ellos es el formato, el
que por pobreza o desesperación se escoge de manera apresurada. No es fácil
vivir entre inmensas montañas ni es fácil mirar el cielo. Imaginemos las
esculturas de Carlos Olivera en una procesión de Corpus. No en vez de los santos
, sino tras ellos con infinitos poetas sosteniendo las andas. Con esto quiero
decir que la escultura cusqueña se ha hecho más dueña de este espacio
finisecular que la pintura.
Y, nos sigue quedando el paisaje a pesar del del anti-urbanismo
atroz que nos rodea. Ante esto las Formas de Olivera responden con toda la esencia
y violencia necesarias y se hace posible otra realidad. M. Badell ha dicho que
la Obra de Olivera se encuentra a mitad de camino entre la de OTEIZA y el
BOSCO. Algo de razón tiene, porque
la de Oteiza responde al viento y a los
acantilados y la del Bosco al paisaje humano de esa eternidad medieval que no
deja de atormentarnos.
Viajen estas líneas como un saludo a un escultor de
alcurnia todavía joven del que esperamos mayores grados de abstracción, esta
entendida como el regreso a la Piedra misma, objeto o nave que solo sabe volar.
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