PLACERES DE LA COMPRENSIÓN Y LA IMAGINACIÓN: LA TETRALOGÍA DOS AMIGAS, DE ELENA FERRANTE
Helena Usandizaga
Esta larga saga narra la historia de
las dos amigas Elena y Raffaella, es decir, Lenù y Lila, que crecen en un
barrio pobre de Nápoles en los años 50 y que buscan, cada cual a su manera y a
menudo sin éxito, pero siempre en interacción, maneras de comprender y asumir
la realidad que les ha tocado vivir, a lo largo de esa historia de sus vidas
que llega hasta principios del siglo XXI. Esta historia de las luchas de las
dos, y de los pocos momentos de dicha que consiguen, es también una historia de
Nápoles en todos esos años, y de Italia, y tal vez por extensión de la sociedad
occidental. Además de las lecturas que
giran alrededor de lo ya comentado, la tetralogía incluye entre líneas un tema
poco frecuente: estas novelas son también la historia de la búsqueda del
conocimiento compartido.
La relación de Lenù y Lila no es una
relación convencional de amistad, y la autora soslaya la idealización que
podría derivarse de una secuencia de apoyo mutuo, de amistad que ayuda y
soluciona, aunque por momentos esto se da de manera muy intensa. En este
sentido, en el de la desidealización, se abusa a veces de la emergencia de
pensamientos inconfesables, de traiciones por omisión y de desafecciones
mutuas. Pero, por otro lado, se va estableciendo un equilibrio entre los
espacios de sensatez y acogimiento que ambas crean, y en los que pueden vivir
ellas y sus hijos. Las dos crecen en el mismo entorno árido y estéril, las dos
salen de la miseria a su manera, las dos se niegan a sí mismas y las dos
buscan, en el fondo, el emocionante latido del conocimiento, del arte, de la escritura.
Pero, más allá de esto, la relación
entre las dos mujeres es la que activa el angustioso, gozoso y productivo
escenario del doble, del doppelgänger.
Lo más emocionante de la historia son esos momentos en que las dos, tan
diferentes y hasta opuestas, se encuentran en el placer de conocer y de crear,
o aquellos en los que, a distancia espacial y temporal, comprenden lo que han
aprendido la una de la otra, de la vida y del arte; y, en los pocos momentos
epifánicos, se dan cuenta de cómo las palabras que se entrelazan, la lectura
mutua de sus escritos, el “sonido loco del cerebro de la una resonando dentro
del sonido loco del cerebro de la otra” (Un
mal nombre, 548) son el haz y el envés de sus acciones y de sus creaciones.
A veces lo que una hace es lo que la otra deja de hacer, y a veces en cambio lo
que una hace viene de lo que la otra hizo o dijo en un momento del pasado. Lo
que Lila se niega a sí misma al embarcarse en un matrimonio convencional, lo
que Lenù rechaza al no buscar el amor de Nino, la dimisión de los estudios de
Lila, la autocrítica de Lenù, son lastres que sólo en momentos extáticos y
epifánicos se abren a la comprensión del pensar, del sentir, del escribir, y
siempre enlazan los logros de las dos: el cuento que Lila escribió a los diez
años, El hada azul, con la novela de
éxito de Lenù; la tetralogía que estamos leyendo, narrada por Elena, y los
cuadernos aterradores y deslumbrantes de Lila, que Lenù debía custodiar y que
arrojó al Arno. Cuando Lila critica los libros de Lenù, no es por envidia ni
por competencia, sino buscando esa simbiosis, porque le dice “¿quién soy yo si
tú no eres buena, quién soy yo?” (Las
deudas del cuerpo, 308).
Y es que tal vez Lila piensa que Elena
escribirá la novela que ella dejó como un manuscrito imposible, como algo que
expulsó de sí misma. Lenù, a su vez, teme y desea leer otro texto que está
escribiendo Lila al final de la tetralogía; no quiere que la influya ni la
paralice, pero en la conversación que acabamos de mencionar le ha dicho: “yo
sin ti no soy capaz de nada” (Las deudas
del cuerpo, 308). Aunque, cuando escribe esa novela, que de algún modo
equivale a la que estamos leyendo, Lenù piensa que la ha escrito desde su
propia voz, pero añade: “a menos que, a fuerza de imaginarme qué habría escrito
ella y cómo, yo ya no esté en condiciones de distinguir lo mío de lo suyo” (La niña perdida, 533). Más allá de las
enemistades temporales y de los rechazos mutuos, Lenù se pregunta cómo habría
sido la vida de cada una de haber vivido lo que la otra, y ve cómo ambas vidas
se entrelazan “en ese de menos mío
que lo es a causa de un de más suyo,
en ese de más mío que es la
interpretación forzada de un de menos
suyo” (Un mal nombre, 397).
La vida y el arte, y las personas que
los gozan y sufren, no son así realidades separadas, porque mutuamente se
envenenan y se curan; pero esto genera una paradoja. El conocimiento y el arte
deberían ser para todos, pero, en la experiencia de Lila y Lenù, pesa la
contradicción entre el mundo privilegiado en el que eso se desarrolla de modo
natural, adquirido, asimilado, y los esfuerzos de ambas por arrancar chispas de
emoción creativa en el mundo pobre que les ha tocado vivir. Y, sobre todo, la
saga alude a la soledad a la que las condena la falta de tradición, en el
ámbito femenino, del conocimiento compartido: “a veces me daba por imaginar qué
habría sido de mi vida y de la de Lila si las dos hubiéramos hecho el examen de
admisión el bachillerato elemental y después el bachillerato superior y después
todos los estudios hasta la licenciatura, codo con codo, compenetradas, una
pareja perfecta que suma energías intelectuales, placeres de la comprensión y
la imaginación” (Las deudas del cuerpo,
402). Sobre esta imposible simbiosis y, más en general, sobre la dificultad y el
gozo de compartir el conocimiento y el arte, versa también esta larga historia:
para mí, esta ha sido la lectura más emocionante, la más productiva y sugerente,
de la saga Dos amigas.
[1] La traducción del italiano al español de los cuatro volúmenes se ha
publicado en Barcelona, Lumen: La amiga
estupenda, 2012; Un mal nombre,
2013; Las deudas del cuerpo, 2014; La niña perdida, 2016.
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