miércoles, 26 de julio de 2017

Helena Usandizaga lee a Elena Ferrante en verano.



PLACERES DE LA COMPRENSIÓN Y LA IMAGINACIÓN: LA TETRALOGÍA DOS AMIGAS, DE ELENA FERRANTE 
Helena Usandizaga
Esta larga saga narra la historia de las dos amigas Elena y Raffaella, es decir, Lenù y Lila, que crecen en un barrio pobre de Nápoles en los años 50 y que buscan, cada cual a su manera y a menudo sin éxito, pero siempre en interacción, maneras de comprender y asumir la realidad que les ha tocado vivir, a lo largo de esa historia de sus vidas que llega hasta principios del siglo XXI. Esta historia de las luchas de las dos, y de los pocos momentos de dicha que consiguen, es también una historia de Nápoles en todos esos años, y de Italia, y tal vez por extensión de la sociedad occidental.  Además de las lecturas que giran alrededor de lo ya comentado, la tetralogía incluye entre líneas un tema poco frecuente: estas novelas son también la historia de la búsqueda del conocimiento compartido.
La relación de Lenù y Lila no es una relación convencional de amistad, y la autora soslaya la idealización que podría derivarse de una secuencia de apoyo mutuo, de amistad que ayuda y soluciona, aunque por momentos esto se da de manera muy intensa. En este sentido, en el de la desidealización, se abusa a veces de la emergencia de pensamientos inconfesables, de traiciones por omisión y de desafecciones mutuas. Pero, por otro lado, se va estableciendo un equilibrio entre los espacios de sensatez y acogimiento que ambas crean, y en los que pueden vivir ellas y sus hijos. Las dos crecen en el mismo entorno árido y estéril, las dos salen de la miseria a su manera, las dos se niegan a sí mismas y las dos buscan, en el fondo, el emocionante latido del conocimiento, del arte, de la escritura.
Pero, más allá de esto, la relación entre las dos mujeres es la que activa el angustioso, gozoso y productivo escenario del doble, del doppelgänger. Lo más emocionante de la historia son esos momentos en que las dos, tan diferentes y hasta opuestas, se encuentran en el placer de conocer y de crear, o aquellos en los que, a distancia espacial y temporal, comprenden lo que han aprendido la una de la otra, de la vida y del arte; y, en los pocos momentos epifánicos, se dan cuenta de cómo las palabras que se entrelazan, la lectura mutua de sus escritos, el “sonido loco del cerebro de la una resonando dentro del sonido loco del cerebro de la otra” (Un mal nombre, 548) son el haz y el envés de sus acciones y de sus creaciones. A veces lo que una hace es lo que la otra deja de hacer, y a veces en cambio lo que una hace viene de lo que la otra hizo o dijo en un momento del pasado. Lo que Lila se niega a sí misma al embarcarse en un matrimonio convencional, lo que Lenù rechaza al no buscar el amor de Nino, la dimisión de los estudios de Lila, la autocrítica de Lenù, son lastres que sólo en momentos extáticos y epifánicos se abren a la comprensión del pensar, del sentir, del escribir, y siempre enlazan los logros de las dos: el cuento que Lila escribió a los diez años, El hada azul, con la novela de éxito de Lenù; la tetralogía que estamos leyendo, narrada por Elena, y los cuadernos aterradores y deslumbrantes de Lila, que Lenù debía custodiar y que arrojó al Arno. Cuando Lila critica los libros de Lenù, no es por envidia ni por competencia, sino buscando esa simbiosis, porque le dice “¿quién soy yo si tú no eres buena, quién soy yo?” (Las deudas del cuerpo, 308).
Y es que tal vez Lila piensa que Elena escribirá la novela que ella dejó como un manuscrito imposible, como algo que expulsó de sí misma. Lenù, a su vez, teme y desea leer otro texto que está escribiendo Lila al final de la tetralogía; no quiere que la influya ni la paralice, pero en la conversación que acabamos de mencionar le ha dicho: “yo sin ti no soy capaz de nada” (Las deudas del cuerpo, 308). Aunque, cuando escribe esa novela, que de algún modo equivale a la que estamos leyendo, Lenù piensa que la ha escrito desde su propia voz, pero añade: “a menos que, a fuerza de imaginarme qué habría escrito ella y cómo, yo ya no esté en condiciones de distinguir lo mío de lo suyo” (La niña perdida, 533). Más allá de las enemistades temporales y de los rechazos mutuos, Lenù se pregunta cómo habría sido la vida de cada una de haber vivido lo que la otra, y ve cómo ambas vidas se entrelazan “en ese de menos mío que lo es a causa de un de más suyo, en ese de más mío que es la interpretación forzada de un de menos suyo” (Un mal nombre, 397).
La vida y el arte, y las personas que los gozan y sufren, no son así realidades separadas, porque mutuamente se envenenan y se curan; pero esto genera una paradoja. El conocimiento y el arte deberían ser para todos, pero, en la experiencia de Lila y Lenù, pesa la contradicción entre el mundo privilegiado en el que eso se desarrolla de modo natural, adquirido, asimilado, y los esfuerzos de ambas por arrancar chispas de emoción creativa en el mundo pobre que les ha tocado vivir. Y, sobre todo, la saga alude a la soledad a la que las condena la falta de tradición, en el ámbito femenino, del conocimiento compartido: “a veces me daba por imaginar qué habría sido de mi vida y de la de Lila si las dos hubiéramos hecho el examen de admisión el bachillerato elemental y después el bachillerato superior y después todos los estudios hasta la licenciatura, codo con codo, compenetradas, una pareja perfecta que suma energías intelectuales, placeres de la comprensión y la imaginación” (Las deudas del cuerpo, 402). Sobre esta imposible simbiosis y, más en general, sobre la dificultad y el gozo de compartir el conocimiento y el arte, versa también esta larga historia: para mí, esta ha sido la lectura más emocionante, la más productiva y sugerente, de la saga Dos amigas.




[1] La traducción del italiano al español de los cuatro volúmenes se ha publicado en Barcelona, Lumen: La amiga estupenda, 2012; Un mal nombre, 2013; Las deudas del cuerpo, 2014; La niña perdida, 2016.

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