Y UNO.
Como toda nostalgia es nostalgia de absoluto, que decía Steiner, la memoria morada y siena bermellón me deja lucir algunas palabras. Los amigos nunca sabrán cuánto se les recuerda o cuan enemigos se han vuelto con el tiempo. A muchos he preferido dejarlos en el Locus amoenus del mito. A Italo Calvino por ejemplo lo dejé apoyado a un árbol y lo fui olvidando lentamente “como a todas las cosas de la vida”. Y eso que lo habré visto y conversado más de una vez.
A Enrique Verástegui lo recuerdo en una fiesta de cumpleaños de Helena Usandizaga, en mi casa, el año de la pera. Estaban Carmencita, Roberto Bolaño, Mario Santiago y demás gente desesperada. Era la Barcelona del tardofranquismo. La borrachera fue fenomenal. Más tarde los visité en Menorca, en el puerto de Mahón en invierno. Enrique y Carmen se habían refugiado allí para ahorrar. Creo que ya tenían a la niña. Creo que yo viajaba con una filósofa de Leipzig. En París también nos veíamos. Ellos vivían a la vuelta de George Mandel 33, el sitio en el que todos los peruanos recalábamos, del que eran artífices Elqui Burgos y el Zambo Tang.
En aquel tiempo me sentía levemente responsable por ellos. Yo los había presentado en la puerta de La Crónica, una tarde en que debía llegar a los pies de quien más tarde fue una famosa actriz, y era mejor dejar a Carmen al cuidado de Enrique. Tenía que llegar antes que cualquiera. Y así fue.
El año 74 vivíamos o camaroneábamos con Enrique y Oscar Málaga en un cuartito del Pasaje Velarde 113, cerca de Wilson. Allí concurrían por la mañana Susana Baca y Jorge Pimentel con pan francés y jamonada. Por la tarde llegaban Pedro Benavides cargado de amistad y Aramayo. En la densidad de la humareda distinguíamos la calle que nos llevaba al Palermo, donde Reinaldo Naranjo nos sacó del vagabundeo para llevarnos a La Crónica. Nada menos que al equipo editorial con el chato Hildebrant y Lucho Delbois. Meses antes trabajamos con Verástegui en la revista Vistazo bajo la dirección de Taquito Tamariz y Rina Barea, éramos los únicos redactores. De ese momento debo decir que nos leíamos tanto los poemas con Málaga y el zambo que terminábamos escribiendo igual. Málaga , un poco mayor que Enrique y yo, venía de otras ligas. Era un beat auténtico, amaba a Mardou Fox. Había conocido a Ginsberg. Era amigo de Walter Curonisi. Chupaba con Juan Gonzalo Rose. Digamos que tenía cómo influenciar en lo que escribíamos Enrique y yo, pardillos. La historia literaria lo mirará mejor. Algunas noches caminábamos por toda la Arequipa hasta la casa de Chabuca Granda en La Paz y era que Cesar Calvo cursaba las invitaciones. En nuestras filas iban Andrés Soto y Paco Guzmán, los chiquillos de Jesús María que le mostraban sus composiciones a Chabuca.
El tonto de José Rosas Ribeiro cuenta en alguna parte que los apristas me habían colgado de los pies en una especie de encuentro en la Villareal. La verdad es que una asociación de estudiantes nos invitó a leer en esa especie de iglesia que tienen en la Colmena. Estábamos en la mesa Juan Ramírez Ruiz, el zambo, y creo que el amigo que toca tambor. Cuando apareció el Búfalo Pacheco y su banda de fascistas arremetiendo con cadenas a los estudiantes. Una chica avispada nos sacó a todos por el foro. Por todo lo cual deduje que a los apristas no les gustaba la poesía.
En mi primer libro les tengo dedicado un poema a e.v. y s.l.m. Uno es Verástegui, de cuando admiraba su poesía y el otro Santiago López Maguiña de cuando era poeta y vivía alejado del sicoanálisis.
Sospecho que la dedicatoria fue tan diminuta que pasó desapercibida. De esa época demoran mis afectos. Pero el lunes llegó.
El propósito de estas anti-memorias era, más bien, desvestir o hacer añicos a una novelita espantosa firmada por Patrick Rosas En la que el personaje principal es E.V. hecha con el único propósito de destruir la imagen del zambo. La cosa es de tan mal gusto que da nauseas. Y pena por los dos hermanos Rosas que a más de odiarse entre sí, se escarapelan con cualquier cosa que signifique talento. No desmenuzaré, pues, ese librito espantoso porque me canso. Aunque no deja de preocuparme el porqué de la memoria de mis contemporáneos: la de Verástegui y Pimentel por ejemplo o la de Carmencita Ollé que parecen haber olvidado todo. Tal vez se trata de dejar que le hable el viento a la luz de Lima. Nieve de la memoria hecha trizas. Cometas de papel que se perdieron en la polvareda de la tarde. Hasta la famosa actriz, la misma que despedía al Donizetti, el barco que me alejaría del Perú por muchos años me mira de lejos tan callada. Acaso ni el Facebook nos une.
V.H.
No hay comentarios:
Publicar un comentario