miércoles, 28 de enero de 2015

A LA SANTIDAD DEL JUGADOR DE JUEGOS DE AZAR. UN TÍTULO DE LIBERTELLA.


La posesión del lenguaje es un absoluto muy relativo para
Hector Libertella, donde dice arrebol dice árbol donde dice Goyeneche todo termina en fenómeno gramático y “la boca muestra sólo un pentagrama y los dientes son sílabas sueltas.” Y hay un pronto en el que el lector sabe que el autor le engañará. Se jodió el contrato de veredicción.
Y el que engañará ya ni siquiera es autor, ya ni siquiera es paisaje. Como que ha llegado a esa perfección argentina de la que todos hablan: ha dado el pasito sutil casi de tango en medio del estropicio literario. No se podía hacer nada con tamaña obra fragmentaria dirían los editores que él nunca tuvo en cuenta. Tampoco se podía sostener su nombre en una urna. Había ultrapasado a sus contemporáneos al mismo tiempo en que todo le daba igual. La carrera la había ganado pero en el último tramo decidió repetir sus pasos para que los otros llegaran a la meta y ser por fin el último. Igualmente su risa, la de fumador sin dientes, tan alta como una carcajada me hacía entender su nostalgia evanescente. Estábamos en México. Era un México de hablar pausado. Ahora, 33 años después me sorprendo, con este título: A La Santidad Del Jugador De Juegos de Azar, como no podía ser de otro modo. Acaso evocando La Leyenda del Santo Bebedor de Joseph Roth. O acaso no. Pero siempre nos tomaban el pelo los santos y las santidades aunque el cuño fuera alcohólico o erizado de alcoholismo. De allí la sorpresa y el azar. Lamborghini lo sabe en el cielo, él que era un santo material, y Libertella también debe

estar sabiéndolo. Hasta aquí la evocación del dueño de la electricidad del lenguaje: Libertella ya no es Libertella y nunca quiso serlo. Dejó labradas páginas de sentido ciego. Se burlo de todos, de, principalmente Borges. Dijo: Góngora será el destino de todos ellos: ni siquiera aparece
en este libro.
Vladimir Herrera. Cusco 28 de enero 2015. 

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