ENTRE JESÚS RUIZ
DURAND Y JAKOB WASSERMAN.
Se sabe
que en la distancia corta, en el infighting, es donde se ve la calidad del
artista. Este símil reza mucho cuando ese artista es un plástico. Todo pintor
respira como un boxeador ante su cuadro. Mismo si el artista digitaliza
imágenes, márgenes y conceptos. En la distancia corta se lo juega todo. Pero es
que, además, en el caso de Ruiz Durand florecen esa luz y esa sombra de las que
hablaba Eielson en medio de circunstancias históricas, o mejor dicho de un
pasado futuro siempre presente, en una exposición abierta ni más ni menos que
en el Callao, sitio histórico por excelencia en el que todos los peruanos lo
somos más.
Desde sus
inicios, Ruiz Durand, el artista visual, nunca se separó un tantito así de la
historia, pan de todos los días. Desde su Tupac Amaru hasta estas sus
Profanaciones y Enmendaduras, se intuye la presencia de los que no salieron en el cuadro, de los que
fueron negados por la escasa realidad, pero que estaban allí en los aledaños.
El Rumor o el silencio que habitan el rectángulo narrativo
del último reposo del Inca sólo son comparables a lo descrito por
Wasserman en la traducción de Miriam
Dauster de “El relato más hermoso de
este siglo en lengua alemana”. Lo dijo Thomas Mann. Se trata de Das Gold von Caxamalca, de Jakob
Wassermann, de quien dijo el mismo Mann que era la estrella mundial de la
novela.
Se trata de un relato vibrante y luminoso, y lo digo solapeando porque no
hay otra manera de decirlo, que hace el caballero Domingo de Sora Luce por
entonces a las órdenes de Francisco Pizarro sobre lo que atañe a la prisión y
muerte del último gran Inca Atahualpa. Pero eso es la anécdota porque
Wassermann, llega a verdades más profundas.
Nunca, ningún relato histórico me había hecho imaginar la mirada o el
rostro del Inca, ni sentir el aire de su prisión poblada de sus vasallos y sus
mujeres. Todo frente a lo atroz que en nombre de la fe se iba a cometer.
Se entiende en el relato cómo la codicia puede más que el miedo que sentían
las huestes de Pizarro rodeadas por el ejército innumerable de Atahualpa.
Conmueve el castellano tan bien hablado del Inca y su descubrimiento, en el
trato con sus captores, de que Francisco Pizarro no sabía leer ni escribir. Lo
que disimula con una delicadeza sólo comparable a su espanto al ver cómo se
mataban sus carceleros en disputas por el oro del rescate que iba llegando a
Cajamarca.
Lo que asombra es que Wasserman, de origen judío, hiciera tamaña literatura
basándose en el libro de William Hickling Prescott History of The Conquest of Peru, de
1847, y la publicara en Viena el año 1923. Miriam Dauster dice que en El oro de Cajamarca el acontecimiento
histórico, la trama externa, se convierte en el drama interno del narrador
protagonista que intenta sobrevivir a los ecos que le siguen llegando de
aquella maldad colectiva. Para mí, eso es gran literatura. Wassermann, el judío
negado por la realidad literaria alemana, se vale de la historia para
reconsiderar la vida.
Lo mismo hace Ruiz Durand el huancavelicano, como si de una meditación se tratara,
enfrentando a la historia con su arte. Las dimensiones en Wasserman y en Ruiz
Durand llegan a ser clásicas. La luz del silencio del Inca es la misma que
había imaginado leyendo aquel relato que ni por asomo es conocido por los
escritores de este país.
1 comentario:
Jesus Ruiz Durand: GRAcias poeta, muy sensibles e informados conceptos que enriquecen las lecturas visuales, no leí el libro de Waserman, me gustaría, porque esos momentos encierran muchos misteriosos recovecos históricos y sombras por develar. Voy a darle usos varios a tu texto, te aviso. Salut
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