domingo, 9 de diciembre de 2012

LA BATALLA EN TORNO A BROZOVICH, EL CUSQUEÑO. Por Helena Usandizaga.


DE INOCENCIA PURA YO MUERO: LA POESÍA DE RAÚL BROZOVICH


En un territorio solar, de deslumbrante belleza, tras el que está la  sombra  como contrapartida de abismo y muerte, hay una encrucijada de caminos de la que sale aquel único camino escondido que nos lleva al  lugar recóndito, al lugar donde suena una nota  nunca oída, pero diáfana, cristalina, como si uno la soñara cuando baja “los infinitos desfiladeros-/ a tocar el cálido solsticio de la selva”.

Pues la poesía de Brozovich viene de muchos sitios  o, más bien,  todos los sitios están en ella: “el otoño acarreado de París”,  “el hocico de Manhattan/ Chicago y sus carnicerías”, “la sala de oro del emperador/ reflejándose en el agua/ verde del lejano país de TOKIO”; en ella se bebe “café amargo en el maxin”, tanto como se traga “deglutiendo estilo Kafka-saboreando-el colesterol de gigantescos animales prehistóricos”.

Todas las artes confluyen en la sensorialidad que las elabora en el poema: “la música” que “mueve sus alas”,  “la música diáfana como la sonrisa”, “el arpegio celeste de la dulce cigarra”, “el ramo de cerezos/ donde pintó UTAMARU un sueño”, “el rostro de simoneta” que “arroja a la cabeza de sandro botticelli/ almanaques viejos teñidos de cerveza”, “los keros –sus óxidos primordiales”; pero sobre todo la poesía. También en los modos poéticos está el tiempo, los varios tiempos del poeta –vanguardismos, surrealismo, antipoesía, poesía social...- pero sólo para cuajar en la voz personalísima que los recibe, demasiado desgarrada, demasiado lírica, demasiado de poeta en suma, para dar  una poesía de fórmula. Porque Brozovich es artista en todo el sentido de la palabra, algo que no puede decirse de todos los poetas de su ámbito: no sólo es el inspirado, sino además el que experimenta y se forma en contacto con todas las artes de varios lugares y tiempos; este poeta es el que ha leído tanta poesía y ha contemplado tanta pintura que es imposible que escriba sin darse cuenta “a la manera de”: no cabe esta ingenuidad en alguien que vive en la encrucijada, probando, buscando, ensayando para encontrar su propio y único camino secreto; la pureza, sí, pero no la ignorancia.

Parece haber seguido el consejo que le da a Walt Whitman: “caracol silencioso haz de tus oídos una antena/ para auscultar el corazón del mundo/ sé tú mismo”. Pero el corazón del mundo tiene tiempos buenos, “cuando/ el sol toca las playas de la vida”, y tiempos malos, como “la fecha que estrenaron la bomba atómica”. Por eso la voz del poema, la que trasluce ese “tú mismo”, se manifiesta en el tono; tono que se atreve a ser elevado sin caer en la solemnidad, pero que también es irónico o grotesco a veces, porque la belleza del mundo está manchada por el hombre, por su codicia, por su orgullo, por su ferocidad de “bebedor de sangre”, de “falso profeta”, por su capacidad de ser un opresor para su hermano. Por eso esa voz se manifiesta a veces en el poema “masticando su lengua rota”, “dando voces oscuramente penosas”; en ella tanto “el monstruo lanza un estornudo azul” como aparece la “poesía de la garza asustada – brocado de peces –red/ abismal belleza”.

Por eso el poeta sueña; porque “sencillamente nos da asco la pobreza”; y también porque el tiempo, porque el olvido, porque la sombra; “poblada de imágenes muertas/ el sueño”; porque “las aguas densas del olvido/ borran tu rostro”, porque eres “apenas un rostro devorado por el rostro del tiempo”; pero también se asoma al abismo porque “existen números en el abismo/ huesos delicados/ aves solitarias”; belleza abismal para la que el poema no tiene palabras, y así se puede leer este consejo: “mejor”, le dice a Melpómene, “vuelve a la sombra”. Pero esa sombra y ese abismo se han entrevisto en el poema, en esa nota extraña, otra, desconocida, que ha oído el lector; ahora la belleza es la belleza medusea, la del arco iris que hace enloquecer cuando se lo mira.

Por eso vitupera, para comprender y definir: “se llamaba el tuerto almagro caído testículo de la tierra/ código polvoriento y amarillo   papeles y más papeles/ cuero en vez de tinta rostro de odio de portafolio e infolio”...”; por eso recrea y relee el escenario de la historia y sus contradicciones; el Pacto en que el Inca Toparpa y el español Almagro, cuando “el orgullo y la codicia   ojo por ojo   se midieron”,  y provocaron  sólo degradación y muerte, pero dejando la enigmática sonrisa de la historia en el rostro de Toparpa el cusqueño. Por eso promete “no lo dudes/ caerá decapitado el verdugo/ (bestia de cuartel)”.

Y por eso el poeta que todo lo ha visitado y conocido no pretende ser un cosmopolita; por eso en este camino hay lugares y hechos que indican pertenencia, que buscan la raíz donde su raíz para hacerlo  extensible a otros hombres y otras raíces. Poesía que viene de todas partes pero va a una sola, múltiple, que es su centro poético. Y una imagen de ese centro es el lugar que conjuga las alturas y la selva, donde están las “semillas como perlas de sudor –enterradas- los rasgos finos de la/ vicuña de pensativa belleza” y hay también “un viejo amauta –auscultando/ el cielo- niños espantando loros- osos cargando arco/ iris en la espalda- mujeres ornamentales llevando en la cabeza alimentos terrestres”; y hay “una/ extraña mezcla de/ crótalos y sirenas”. Pero también ahí, claro, llega la Historia y sus “patíbulos con respiración de muerte”; también ahora está en este lugar “el código de/ oro convertido/ en la bolsa del pirata”.

Por eso en esa poesía de habitante de la cumbre y la selva solares, de tanteador de la sombra y del abismo, de indignado por todo lo que degrada la belleza del mundo, nos podemos reconocer los más diferentes y diversos.

Raúl Brozovich: tu poesía me hace obedecer tu mandato: “recuerda/ quién eres tú”; sólo en tu poesía “de inocencia pura yo muero”. 
Helena Usandizaga

martes, 4 de diciembre de 2012

HELENA Y LA BARBARIE. ANTOLOGÍA FUTURA.

NOTAS PARA UNA FUTURA ANTOLOGÍA DE POESÍA HISPANOAMERICANA.  

Helena Usandizaga.

1.-
A una temporada de su publicación, no creo que sea innecesario volver sobre una antología (la elaborada por Milán, Sánchez Robayna, Valente y Varela) que suscitó celebraciones, diatribas airadas y unas pocas reflexiones: nunca es innecesario reflexionar sobre la poesía. Entre los comentarios reflexivos, interesa especialmente el  de Jiménez Heffernan (2002): me referiré a él, porque plantea una serie de cuestiones, como el desajuste entre el proyecto y su realización, y de discusiones pendientes, como la validez de ciertas líneas poéticas. La antología se presenta como una obra especial, en buena parte porque el criterio de sus antologadores marca desde el prólogo unas pautas que excluyen cierta cantidad de material al cual consideran, según se deduce (37), carente de innovación o de posibilidad de influir fecundamente.  Blanca Varela, excelente poeta y  lectora, ha explicado además (puede leerse en la crónica de Rojo) que el método de inclusiones y exclusiones se basó en la lectura en voz alta y la aprobación o desaprobación democrática de los poemas, lo cual implica que se puso en práctica el gusto lector de los presentes. La única duda que suscita este sistema es cómo se articularon estas democráticas voluntades, pero no entraremos en ello; tampoco en las rencillas y los posibles intereses e inquinas que según cierta crítica subyacían a la selección de la poesía española. Es lógico y verosímil que haya interferencias “extrapoéticas” en un proceso como éste; pero, en cuanto a las dicotomías a las que se remitía desde España la crítica airada de esta selección, sospecho que no puede aplicarse el mismo criterio a lo hispanoamericano: esto no quiere decir que esa selección la hayan hecho seres arcangélicos sin amistades, deseos ni intereses, pero no elucubraremos sobre ello.




Mi intuición, que veré de confirmar, es que esta antología no representa en el ámbito hispanoamericano algo muy nuevo, pero sí un entramado de lecturas que conforman una unidad (dejamos aparte la posible dosis de injusticia poética); esta unidad que encontramos a lo largo de los poemas, sin embargo, no corresponde a un programa claro, a pesar de lo expuesto en el prólogo, ¿justamente porque pretende teorizar operaciones de diferente índole? En primer lugar, hay que constatar -siempre en el ámbito hispanoamericano- que la selección de poetas nacidos entre 1910 y 1950 no parece especialmente revolucionaria si la comparamos con otras antologías con una cierta pretensión canónica (pienso ahora en las de Cobo Borda, Ortega y Sucre). Como prueba, detectamos la siempre imperturbable ausencia de Mario Benedetti y la presencia no menos imperturbable de José Emilio Pacheco; bromas aparte, también es una tradición que las zonas de los antologadores estén especialmente cuidadas, en este caso Uruguay -y aun toda la zona rioplatense- y Perú. Se percibe, también, un cierto deseo de ecuanimidad que podríamos suponer propio de las antologías canónicas: Sabines y Paz en México; Lihn y Teillier  en Chile; Cisneros e Hinostroza  en Perú, representantes de líneas amistosamente rivales, que coexisten aquí como suelen hacerlo en la escena poética americana. Al lado de las escasas sorpresas en este sentido, debemos a esta selección obras excelentes y poco antologadas, como por ejemplo, entre los argentinos, Hospital Británico de Héctor Viel Temperley (una especial experiencia de lectura: “para leer Hospital Británico hay que perder la cabeza”, dice Tamara Kamenszain: 155) y la peculiar cadencia de Hugo Gola, o la presencia de los peruanos José Watanabe (preciso y sutil) y Américo Ferrari (irónico y paradójico),  cuya poesía parece más adecuada a la sensibilidad de la selección que otras posibles opciones contemporáneas;  la presencia de Sarduy, a quien solemos ver entre los narradores,  deja la pregunta de si realmente otros poetas “neobarrocos” o “neobarrosos” (33) no merecerían estar aquí (Tamara Kamenszain, Mirko Lauer...).  Cierto es que los seleccionadores han afirmado que las ausencias no significan descalificación (menos mal, porque están ausentes países enteros). Sin embargo, si bien  no extraña que no estén, pongamos, Heberto Padilla o Roberto Fernández Retamar, y nos podemos explicar otras muchas ausencias, algunas producen extrañeza, en particular la de Alejandra Pizarnik; quizás ha caído víctima de su leyenda, que en otras ocasiones la encumbra con pareja injusticia, aunque sería interesante saber quién la propuso y cuáles poemas se leyeron de esta poeta sin duda irregular en su indudable excelencia: menos mal, pensamos, que se puede acudir para completar el panorama a otras antologías. Pero en este ejercicio nos damos cuenta con sorpresa de que las exclusiones de poetas reconocidos afectan a cualquier selección: logrando todo un record, la de Sucre suprime a Sabines y a Westphalen, representantes de dos líneas tan opuestas y fundamentales, que, la verdad, la explicación del gusto no resulta verosímil: ¿por qué suprimir a uno y a otro? Pero prometíamos no demorarnos en estas reclamaciones: buscando ausentes, en todas partes nos servirían las palabras de Macedonio Fernández que propone Américo Ferrari (9): “faltan tantos, que si falta uno más, no cabe”. Además, si uno se pone a buscar razones extrapoéticas para unas y otras operaciones tiene muchas posibilidades de acabar confundido. Decir que “en todas partes cuecen habas” sería una conclusión no muy profunda ni explicativa, y ponerse a averiguar por qué se cuecen se llevaría nuestras energías. Sería interesante, en cambio, poder hablar de la crítica americana de poesía: mucho más apasionada, a veces hasta la injusticia; pero a la vez apasionante porque se basa en el gusto lector y no sólo en la información y el conocimiento. Supongo que es lógico que no haya, desde  los suplementos literarios españoles, una crítica poética de los textos hispanoamericanos (¿la hay para la poesía española?) que busque formular algo así como un gusto lector, así fuera éste el más subjetivo; y no creo que pueda calificarse como tal el consternante canon de lo “poéticamente correcto” que van conformando las críticas de Edgardo Dobry en Babelia y antes en ABC.

jueves, 22 de noviembre de 2012

LOS VEINTE AÑOS DE POESÍA DE RAFAEL ESPEJO.


Francisco Brines y Rafael Espejo.

Veinte años de poesía. Nuevos textos sagrados (1989-2009)

Por Rafael Espejo

En las décadas de transición entre dos siglos, que coincide en nuestro país con el período de maduración de la democracia, la editorial Tusquets abre sus puertas para ofrecer un hogar a la poesía española que ha venido marcando nuestra identidad literaria durante el siglo que se acaba y a esa otra que insinúa nuevas maneras para el siglo recién estrenado. Veinte años han pasado desde que se inaugurara la colección Nuevos textos sagrados, y para celebrar el aniversario la editorial saca al mercado una antología para brindar con sus lectores.
Pero no deberíamos decir antología, sino más bien catálogo, escaparate, carta de degustación. Porque los poetas que aquí se incluyen sólo tienen en común que son poetas. Ya se encarga Andrés Soria Olmedo de anunciarlo en el breve pero atinado prólogo a la edición. No busquemos, por tanto, teorías premonitorias ni tesis ilustradas en este volumen, el objetivo es otro: sentarse a paladear cuantos plurales admite la palabra poesía. De otro modo no se sostendría la convivencia en un edificio con vecindario tan variopinto, de costumbres y caracteres tan encontrados: “Si  dejamos aparte las recuperaciones de clásicos (Jiménez, Guillén, Chacel, Piñera, Costafreda) es notable que aunque los autores procedan de todos los estratos generacionales del siglo XX, los libros nuevos que la colección ha acogido pueden considerarse como libros del siglo XXI, si pensamos el siglo XX como “siglo corto” (1914-1989); en no pocos casos, además, los textos entregados a la colección suponen puntos de inflexión en las respectivas carreras de sus autores” (p. 19).
Digamos que el criterio es la calidad y la diversidad de voces. Encontraremos, pues, muestras de poesía vitalista junto a otras de poesía hermética, la irracional junto a la simbolista, la culturalista, la figurativa, la vanguardista, la surrealista, la popular incluso. A este respecto se pronuncia Soria Olmedo parafraseando a T. S Eliot: “En 1953 proponía “tres voces de la poesía”: la del poeta que habla consigo mismo o con nadie, la del poeta que se dirige a un auditorio y la del poeta que crea un personaje dramático en diálogo con otros personajes imaginarios” (p. 21). Pues bien, estas y otras están sobradamente representadas en el interior de Veinte años de poesía.
Agrupados los autores por fecha de nacimiento (y precedido cada cual en el prólogo por una breve nota de análisis biobibliográfico), cuatro son los bloques que encontramos: el primero con Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén, Rosa Chacel, Enrique Molina y Virgilio Piñera; el segundo con Carlos Bousoño, Ida Vitale, Ángel González, José Manuel Caballero Bonald, Alfonso Costafreda, Arnaldo Calveyra, José Corredor-Matheos, Dionisia García, José Ángel Valente, María Victoria Atencia, Antonio Gamoneda, Francisco Brines, Rafael Guillén, Manuel Padormo y Claudio Rodríguez; el tercero por Antonio Martínez Sarrión, Clara Janés, Francisco Ferrer Lerín, Juan Luis Panero, Marcos Ricardo Barnatán, Antonio Colinas, Guillermo Carnero, Juan Gustavo Cobo Borda, Eloy Sánchez Rosillo, Daniel Samoilovich, Olvido García Valdés, Vladimir Herrera, Chantal Maillard, Jaime Siles, Luis Antonio de Villena, Ángel Rupérez y Andrés Trapiello; y el cuarto con Concha García, Luis García Montero, Álvaro Valverde, Felipe Benítez Reyes, Carlos Marzal, José María Micó, Jorge Riechmann, Vicente Gallego, Juan Carlos Marset, Vicente Valero, Diego Doncel, Luisa Castro y Luis Muñoz. En total, 50 poetas de distintos signos que, repito, no están aquí reunidos para dar un testimonio incontestable de la poesía española del último siglo, sino para celebrar un aniversario privado donde, eso sí, sus invitados coinciden sospechosamente con lo mejor de poesía española del último siglo. No puedo, llegados a este punto, reprimirme la cita de un aforismo de Alberti que Martinez Sarrión recordó en una poética y que Andrés Soria recupera aquí como aviso para navegantes: “Poeta, por ser claro, no se es mejor poeta./ Por oscuro, poeta, no lo olvides, tampoco” (p. 23). Así, si la democracia corre el peligro de convertirse en un todo a cien, en esta ocasión no hay cuidado: contamos con la garantía de los nombres antologados y con las voluntades filológicamente desinteresadas –es decir: no más que el gusto por el gusto- de Tusquets y Andrés Soria Olmedo.

martes, 13 de noviembre de 2012

ODISEAS ESTENOPOULOS OTRA VEZ.


PROSTÍBULO DE ALEJANDRO

Plotina abre su brazo de luz.
Su pierna de luz.
La dársena de miel bajo su manto
De lino.
Teje en el viento camina
como una campesina desnuda.
Así el Egeo, el mar de las palabras.
Su manto Su canto
Plotina teje en el viento
El deseo de Alejandro.
Prostíbulo de Alejandro es el deseo.
Puta la tarde y el mejor poema
De los vientos.

(Traducción del griego de Vladimir Herrera)

martes, 23 de octubre de 2012

GAMANIEL CHURATA EN EL FUEGO DE LAS PURIFICACIONES.

Es ley que el dolor suture los harapos...


Gamaliel Churata en el fuego de las purificaciones

(Fragmentos)

Néstor Taboada Terán

    Conocí a Gamaliel Churata en 1941, cuando yo había pasado la barrera de los 10 años sin llegar a los 15. Abandonando mi condición de estudiante de la Academia de Bellas Artes, me encaminé como el Quijote en sus mocedades al semanario Estampa, que dirigía el periodista José Manuel Pando para salvar la patria que se iba a pique.
    Era el comienzo de la Concordancia, un acuerdo patriótico de partidos tradicionales que prohijaba a Enrique Peñaranda Castillo, un general en el ejercicio de la presidencia de la República.
    Escritor de nacimiento y no de vocación, sin entender todavía la literatura marrullera como la ciencia del saber pajpaku, tenía pergeñadas novelas cortas que las llamaba narraciones; escribo desde los 7 años. Una de aquellas narraciones manuscritas, Gamaliel Churata tuvo la bondad de ordenar a Hilda Mundi, destacada periodista del vespertino Tierra, que la mecanografiara, para intervenir en el concurso municipal de Literatura de 1942. La idealización de una aldea transformada en metrópoli, como Nueva York con bandidos y hombres al servicio de la ley. Gamaliel Churata me estimulaba publicando mis colaboraciones juveniles, ciertas veces cuando las encontraba raquíticas e insufribles, me las devolvía solicitando cortésmente que las revisara.
     (…) 1939 fue un año de convulsiones políticas. En las paredes de la ciudad de La Paz aparecieron afiches con la xilografía de un importante grabador: un perro furioso hincando los dientes en el cuerpo de un oso. La declaración de protesta de los intelectuales por la agresión de la Alemania nazi contra la Unión Soviética, encabezada por Gamaliel Churata y Félix Eguino Zaballa. Los gobiernos militares, autocalificados de tutelares, que se sucedían después de la Guerra del Chaco, no dejaban de manifestar sus simpatías por las corrientes del nacional-socialismo de Alemania e Italia, y los firmantes de la declaración fueron perseguidos. Franz Tamayo en La Paz había promovido un incidente con los diplomáticos de Mussolinni por algunas expresiones vertidas en un reportaje publicado en la revista Amauta, mientras que por otro lado, Alcides Arguedas en Roma recibía una distinción por su libro Pueblo Enfermo.
     (…) Gamaliel Churata vivía permanentemente perseguido por gobiernos despóticos y mujeres encendidas, apetecibles señoras peligrosas que nunca se cansan de ofrecer las manzanas del paraíso. Unión y concesión se le apegaban como a un panal de miel. Dios no hizo al hombre para que rechace las bendiciones que pone al alcance de su mano. Poeta, narrador y periodista, Gamaliel Churata pasó la vida amando mujeres con la pasión que le era propia alma, corazón y vida, como dice la marinera, y ciertas veces enterrándolas.
    (…) Gamaliel Churata en su juventud vehemente político y patético enamorado, estaba curado de espantos. En el exilio de La Paz tuvo tiempo de ponerse  serio y engrosar, parecía después el ídolo de una religión oriental. En la casona de la familia Palazuelos, Plaza de Toros del Olimpic, final Pilcomayo, hoy Otero de la Vega, su santuario familiar, residía al lado de su compañera Carmela y sus hijos Teófano y Estrella. Yo vivía cerca, con mi madre y dos hermanas, casas vecinas más abajo. Una morada de arriendo con una pila y una vergelera al estilo  de Yanacachi yungueño, de Doña Concepción Lanza, propietaria de sayañas en Chulumani, con un esposo chileno apodado el baturro y dos jóvenes domésticas de muslos de amapola, que a la muerte de la patrona, le quitaron al viudo su casto sueño y toda la vecindad compartía la pena negra de sus ardores. Más sufrido que Neruda enLos versos del capitán. Una de las domésticas por no ser deshonrada por el viudo alegre se suicidó y la otra aterrada le dejó invadir su lecho, del que no salieron ambos tres días y tres noches. El mar en la botella. Y la caritativa vecindad pasaba por la ventana calditos de pollo con mucha llajua para que no desfallecieran en el sacrificio. El Baturro no era ningún malagradecido y  a la doméstica desflorada le regaló el mejor hijo de un primer matrimonio para uso legítimo. Se casaron con pompa en la parroquia de San Pedro y Gamaliel Churata fue padrino.
    (…) Gamaliel Churata publicó  sabrosas informaciones de primera mano en la página 8 del diario La Calle, transmitidas por los programas informativos de radio “América” de los hermanos Salcedo, precursores del periodismo oral, continuado después por Raúl Salmón.
    (…) Una tarde de Domingo en el Olimpic, auspiciada por la Alcaldía Municipal y el Centro Taurino Boliviano, se inauguró una temporada de corrida de toros, con matadores que arribaron de Lima y bestias de Piura. Cuando el público adquiría boletos para presenciar la fiesta brava se produjo un tumulto, agresiones y disparos de armas de fuego. Un poeta de nombre Francisco Perro y sus seguidores distribuían panfletos condenando la violencia de las corridas, el sufrimiento de los animales, y pedían rechazo, censura y prohibición. El poeta Perro y sus fieles seguidores no eran adherentes de Gesta Bárbara, puesto que los “bárbaros” con ínfulas de niños bien disfrazados de matadores junto con sus manolas, santificaban la fiesta en que se lidiaban toros con rosas de sangre. Los trinquetes remunerados por el Centro Taurino intentaron hacer desistir del humanitarismo que animaban Perro y sus leales adeptos, quienes maltratados, ensangrentados y con amenazas de muerte, en el mismo Olimpic, pidieron el auxilio y amparo de Gamaliel Churata.

ÚLTIMA HORA EN EL CORAZÓN

   Gamaliel Churata era Jefe de Redacción y yo obrero linotipista. Mis compañeros de trabajo Waldo Álvarez, el Flaco Martínez, el Cabezón Miranda, el Maloso Mario Guzmán Azpiazú, el Lucho Quezada y otros. Después de las labores del día, con Gamaliel Churata ascendíamos la pendiente de la calle Almirante Grau con dirección a la zona San Pedro. Tal si fuera el Orkopata de Puno. Churata era un gran conversador, en su emotividad usaba un léxico parecido al de Sofocleto, sus carajazos daban énfasis a sus puntos de vista. Me relataba su vida, se refería a José Carlos Mariátegui, Manuel González Prada, su asilo en el convento de los franciscanos (“los curas son buenos, pero las monjas son de cuidado” decía confidencial, aunque sus hermanas eran monjas) y no se olvidaba del entrañable Potosí, Gesta Bárbara, Carlos Medinaceli, añoraba su barba y la capa andaluza que usaba en su bohemia. Se reía de sí mismo por su parecido a Mefistófeles. Se mofaba del pelo que se dejaron crecer como chivos en la punta de la barba los chuquisaqueños Tristán Marof  y Mamerto Urriolagoitia. Las persecuciones sufridas en el gobierno de Toro no le convencían, “porque nadie le colaboró en sus hazañas socializantes como yo en la prensa…”
    A comienzos de 1943, fundamos Agrupación Juvenil Boliviana con Juan Albarracín Millán, Manuel Ángel Evía, Félix Clavijo, Abel Mendoza, Guillermo Tarifa y otros. Gamaliel Churata aportó con la filosofía que nos animaría: Bolivia libre en un mundo libre. Mucho tiempo después llegaría a saber que era un lema mariateguiano un Perú libre en un mundo libre. Así como la consigna de Mariátegui peruanicemos al Perú utilizada después por Sergio Almaraz como bolivianicemos a Bolivia.
   (…) Gamaliel Churata manifestó su simpatía por José Antonio Arze, uno de los intelectuales más destacados del país y jefe del partido de la Izquierda Revolucionaria, quería tratarlo personalmente y publicar una entrevista. Arze sobrevivió a una tentativa de asesinato ordenada por la logia militar RADEPA que había gobernado al país de 1943 a 1946.
    Concertado el encuentro acompañé a Churata a las 10 de la mañana a la casa donde se hospedaba Arze, Se hallaba todavía en la cama, en una habitación desolada donde le hacían compañía una cantidad de libros apilados y una botella de papaya salvieti. En la conversación surgió el tema del Perú. José Antonio Arze estuvo exiliado en Lima durante la Guerra del Chaco con José  Cuadros Quiroga  y Waldo Álvarez, fundadores, el primero del MNR; y el segundo del PIR, y en el régimen socialista de David Toro, del Ministerio de Trabajo. El diario Última Horapublicó la entrevista con una estupenda ilustración: el poeta chileno Pablo Neruda posando en su casa de Isla Negra junto al pensador boliviano Arze, autor del libro El terrorismo nazifazista en Bolivia, en sus declaraciones solicitaba un proceso igual que el de Nuremberg para los políticos “nazifacistas” que habían sobrevivido al alzamiento popular del 21 de julio de 1946. Gamaliel Churata estaba convencido que José Antonio era un místico.
    (…) Gamaliel Churata prestaba en Bolivia servicios asistenciales con su pluma a todos los hombres de buena voluntad, a los menesterosos del arte de comunicarse por escrito, siempre y cuando  éstos pudiesen remunerar la celebración de sus oficios. En aquellos tiempos no existían los encargados de relaciones públicas. Pasión más sinceridad igual equidad, la llave del periodismo. Indigentes los altos personajes  de la banca, comercio e industria, prefectos, alcaldes, ministros y directores de instituciones autárquicas recurrían a sus auspiciosos servicios y los discursos preparados con un lenguaje sencillo y veraz se esmeraban  en leer correctamente. Y esta historia venía de lejos. En Potosí Armando Alba publicó su primer librito,Voces áulicas, y todo el mundo literario estimó que ahí estaban las huellas prosódicas  de Gamaliel Churata. Y él explicaría después: “Corredores de oreja, forma antiestética de la Celestina, mal de toda aldea, grande o chica, anduvieron propalando que el libro primigenio de Armando Alba lo había yo escrito, lo que habría sido imposible, pues Voces áulicas, es fruto del aula escolar y tiene la gracia tempranera de una adolescencia inconfundible”.
   Este rumor insidioso fue origen de la mala  voluntad que mostraría después, por todo el tiempo, Armando Alba contra Churata.
   Otros escritores caerían también caerían bajo el influjo del “Mal de toda aldea, grande o chica”. No se libraron Diez de Medina, Fellman Velarde, Montaño Daza y otros, en cuyos escritores se creía ver  el estilo del maestro  que alentaba la divisa de no  se preocupe yo se lo escribo su libro o su discurso.
    Gamaliel Churata aprovechó cuanto pudo la experiencia y talento periodístico de José Carlos Mariátegui. Ahí está por ejemplo, trasladada la sección Panorama Móvil de la revista Amauta al vespertino Última Hora, de La Paz.
    (…) Gamaliel Churata llama al Panorama Móvilde Última Hora una “tamaña aberración en el oficio”. Y en 1950 se justificaría a propósito de un concurso  interno “no para rendir parias a la literatura ni a las eminencias filosóficas, sino para dar rienda suelta a la menuda y triste actualidad de todos los días”.
    Gamaliel Churata era un alma creadora. Alma, corazón y vida. Hipersensible, admiraba a Franz Tamayo y vivía apasionado por Carlos Medinaceli, autor de la célebre novela La Chaskañawi. (…) Por eso cuando Carlos Medinaceli arribaba a La Paz lo primero que hacía es asomarse a Última Hora. En Última Hora vivía Gamaliel Churata, el amigo entrañable, el hermano del alma. Carlos Medinaceli  un día me dijo que yo le recordaba al joven Gamaliel Churata, cajista de imprenta en Potosí, con la diferencia de que Gamaliel Churata no usaba overol sino guardapolvo. Y nos reíamos en quechua como en San Javier de Chirca. Carlos Medinaceli murió en La Paz a los 51 años y a instancias de Gamaliel  Churata le sacaron una mascarilla, el vaciado del yeso del cadáver, como hicieron en Lima en 1930 con José Carlos Mariátegui.
    (…) Yo nunca guardaba mis puntos de vista para rumiarlos en la  soledad de ninguna manera, los decía a viva voz, francamente, aunque el mundo después se venga abajo. Gamaliel sonrió indulgente y me previno. “Ten cuidado, en tus opiniones advierto los bigotes de Stalin”. Primera vez que Gamaliel Churata estaba equivocado. No eran de Stalin, peor aún, eran de Zdanov.
(…) Gamaliel Churata fue amigo discreto de la Gesta Bárbara paceña. Nunca reclamó su derecho a sentarse  en el sillón principal  como caudillo histórico, cual autor de Castalia Bárbara. Recién en 1950 cuando se organizó el concurso interno  de Panorama Móvil, apareció derramando su humanismo trascendente. La historia  es el tiempo en la biografía de los hombres. Sabio certamen del que no surgieron descontentos, porque todos sus integrantes colmaron su ego hasta el hartazgo. Se llevaron galardones de los lotes sorteados con el padrinaje de Franz Tamayo, Humberto Palza y Alfredo Alexander. Y en la imprenta de Última Hora  se dictó Trigo, estaño y mar, calificado por Tamayo de “libro apostólico”, en el que me cupo intervenir aportando la composición mecánica de linotipia para la impresión junto  a mis compañeros Alfonso Salazar y otros.
   Gamaliel Churata publicó en Trigo, estaño y mar, un ensayo biográfico de cerca de cincuenta páginas. Periodismo y barbarie, con el epígrafe ¡Oídme escuelas del Cid. Un significativo y medular aporte a la historiografía de la cultura boliviana. Un escrito con nitidez insólita y manifiesta espontaneidad, limpio y diáfano, como una cascada de agua cristalina de las alturas de Orkojahuira. Girando inconteniblemente la muela molinera de Gamaliel Churata va haciendo harina. “La mejor manera de aprender a escribir mal es hacerse periodista, también hacerlo muy atildada y elegantemente es la mejor manera de matar un periódico”. “El periodismo es la arena  del circo para el escritor”. Y “escribir para el periódico es escribir para la vida”. Y la recomendación  especial para la Gesta Bárbara de diez mocetones y una mujer con voz y cuerpo adolescentes. “¡Emplumad, pues, gallos!”
    (…) El tiempo y el viento. El turbio  soplo del viento. El último acto de Gamaliel Churata, de importancia en su vida de Tukuyríkuj, el hombre que lo veía todo, arrullando esperanzas publicó en la imprenta del estado, pagando el importe del papel utilizado al administrador Carlos Altamirano, un ex-dirigente sindical del gremio gráfico. El pez de oro, Kori chawlla. Pensamiento del chawllero pescador del Titicaca. Retablos del Leykhakuy, los adornos mágicos en la ciencia de los brujos, seguido de un guión lexicográfico. El portentoso Pez de oro –negada la edición en la imprenta de la Casa de Moneda de Potosí por el rencoroso director Armando Alba- anuncia otras obras: Invitación al pez, Puma Khapaj, Khon, Orkopata, Cántico, Historia del Tawantinsuyo y Teatro. En prensa: Hararuñas del Chullpatullu. Ganó El pez de oro, pero perdió a Teófano, su hijo, que, como Mariátegui, se hallaba postrado en una silla de ruedas. El sino trágico de una vida y de un tiempo. Murió Teófano y desapareció Carmela. Y Gamaliel no se atrevió a componer una nueva elegía como lo hizo cierta vez por su amada Brunilda que murió imilla…
    (…) La tarde oscura colgando del crepúsculo como un presentimiento. Desacaudalado, física y espiritualmente, Gamaliel Churata en la lentitud cansada de su vida, con el alma triturada, piel y huesos, caminaba por las calles de la hoya paceña buscando dónde guarecerse. Sin gloria y sin dinero. Viejo y achacoso, sin renta, sin jubilación como todos los periodistas, sin seguro médico, sin ayuda de nadie, sólo contra todos. Levantando susceptibilidades a cada paso. Un árbol con frutos de tristeza deshaciéndose a pedazos.
   Nuestra suerte es seguir soñando compañero Mariátegui, escribió alguna vez.
   Gamaliel Churata cargaba en sus espaldas muchas dudas y tempestades, innumerables pasiones y decepciones, engaños y estafas, porque otros se habían apoderado de las llaves del reino, y dejaba por las calles un penoso rastro de amargura. Amargura netamente peruana  como la de Atawallpa, como la de César Vallejo, como la de José Carlos Mariátegui.
   ¡Ay, mi Don Gamaliel, bardo y señor, periodista de periodistas, maestro inmortal, todos los senderos te fueron imposibles!
   Y como un elefante que ha cumplido su ciclo histórico, mortalmente señalado y con fuerzas menguadas, retornó al exilio del Perú en viaje a la perpetuidad y cayó de bruces “ tendido entre las llagas de la noche brumosa”.
    Para los ciegos caminantes podemos asegurar que en El pez de oro mágico está el mensaje del maestro inmortal, en lengua “radicalmente plebeya”, como anotara algún filólogo entusiasta “el intento de creación de un nuevo idioma”. Voz y paisaje que cree en una revolución posible en los pueblos y en los individuos, si ello no importa el regreso a las raíces. Gamaliel Churata impreca, pide, clama, grita.

¡Mi pueblo, milenarios de mi sangre!
¿Si un pueblo hay en tu sangre,
Qué esperas que no florece en ti
La sangre de tu pueblo?

Creador, gobernante, laborero:
El sol hace más noble
La severa presencia de la montaña.
Y sólo en la sangre con pueblo
Hay semillas del Sol…

¡Mi pueblo, mi sangre milenaria:
Yo velaré, erizado de lanzas,
Tu libertad, Primavera de mi corazón!


Néstor Taboada Terán
“Gamaliel Churata en el fuego de las purificaciones”,
en Signo. Cuadernos bolivianos de cultura,
No. 48-49, La Paz, mayo de 1996. 

lunes, 22 de octubre de 2012

PEQUEÑA HISTORIA DE UNA EDICIÓN HISTÓRICA.



EL NACIMIENTO DE EL PEZ DE ORO

Cuando empezamos a pensar en la edición de El pez de oro, de Gamaliel Churata, nunca imaginamos que la publicación de este texto raro iba a estar hecha de una esperanza desesperante. Digo empezamos porque en este proyecto que he tratado de completar siempre ha estado Vladimir Herrera. Como es lógico en un trabajo tan laborioso, no se hizo en dos días: acabé la edición en septiembre de 2010 –ya ni recuerdo cuándo la empezamos-, y ha salido dos años después. Sin ser culpa de nadie: la editorial Cátedra, o mejor dicho la editora Josune García, siempre me trató bien, y nunca me engañó, pero dejaba resquicios para la ilusión: “no podrá programarse antes de un año”, y entonces imaginábamos el libro en la calle en septiembre de 2011, pero cuando llegaba la fecha aún había que esperar, y nos dábamos contra el suelo otra vez.
En los inicios del trabajo la editorial me pidió  que contactara a los herederos de Gamaliel Churata para gestionar los derechos de autor. Pude hablar -después de una búsqueda detectivesca en las diferentes ramas familiares, en la que me ayudaron Max Meier y Riccardo Badini-, con Amarat Peralta, que vive en Miami. Un día lo llamé por teléfono desde Barcelona y a través del Atlántico me llegó su voz cercana y su amabilidad profunda. Me emocioné por hablar con el hijo de Churata, porque en seguida me mostró que lo más importante para él y sus hermanos era que se conociera la obra, porque intuí historias dolorosas, pero tal vez también luminosas, en sus recuerdos.
El pez de oro me llegó de Perú y espero que ahora vuelva a Perú. La inspiración y el impulso han venido también de los amigos peruanos, y de Perú mismo, claro. Las Jornadas organizadas en Arequipa en 2009 por Filonilo Catalina y José Córdova me animaron a seguir adelante. En especial José Luis Velásquez Garambel y Juan Yufra han hecho posible que exista el texto tal como es.
Tanto tardó el libro en salir, que en el entretiempo apareció otra edición, de José Luis Ayala, a fines de 2011. Ahora espero que ésta de Cátedra también se conozca, y que sean fructíferas las decisiones que tomé. Por ejemplo, la de respetar la elección de Churata respecto a las palabras en quechua y aymara, y no anotarlas en el texto, sino añadir un glosario que completa y aclara el del propio Churata. Su “Guión lexicográfico” al final de la obra no es una lista de palabras organizadas como un diccionario: es un texto poético estructurado en destellos de su conocimiento imperfecto pero íntimo de esos lenguajes, de sus lugares y relatos. Por eso no he querido tampoco actualizar esa ortografía, ni cambiar las palabras que Churata escribe erróneamente, sino que he tratado de señalar esos desfases en el prólogo y en el anexo a su guión. El castellano lo he trabajado de modo más canónico, pero tampoco he corregido las transgresiones significativas con las que Churata a veces lo cambia y lo recrea.
Dada la importancia de Cátedra en España y en el ámbito hispanoamericano es seguro que la obra de Churata terminará siendo  centro y horizonte, cifra y fulgor, gozo y sabiduría para sus nuevos lectores.


Helena Usandizaga.

lunes, 15 de octubre de 2012

APÓCRIFO DE MO YAN HALLADO.



POEMA DEL NOVEL MO YAN


El cielo gira con su  aura de jumento

La soledad y el hambre pacen en su mirada lenta

Más buena que el amor el alba

Dispone en el tablero la batalla.



De los balcones miras el sol y la luna

Sobre el lomo de un asno amoroso

Tu risa adolescente horada el viento del oeste

Hablando gira el viento como un arco de retama.



Volverás pero más viejo

A sola tu corona de hambre y soledad

como a un Sombrero de paja

Que el mar la mira.


Traducido del francés por Vladimir Herrera.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Visca Catalunya! Por Ramón Chao.

ME GUSTAN los catalanes porque a lo largo de su historia acogieron e integraron a íberos, fenicios, cartagineses, griegos, romanos, judíos, árabes y toda clase de charnegos y sudacas, sin conocer los problemas que afectan ahora a Francia; es un ejemplo.
Me gustan los catalanes porque ya el 7 de abril de 1249 (uno va hacia Matusalén) el rey Jaime I nombró a cuatro prohombres de Barcelona (los paers) para dirimir los conflictos de la ciudad sin violencias ni reyertas. Esos hombres sabios, que pasaron a cien en 1265, (el Consell de Cent), iniciaron el sistema del gobierno municipal de Barcelona. Gracias a ellos reinó allí la concordia, y antes de empuñar las armas prefirieron siempre emplear la razón.
Me gustan los catalanes porque en toda su historia no han ganado ni una sola guerra, y encima les da por conmemorar como fiesta nacional una de las batallas que perdieron en 1714 a manos de las tropas de Felipe V de Borbón. Cataluña había dejado de ser una nación soberana. Desde entonces, cada 11 de septiembre muchos catalanes y catalanas, como hay que decir ahora, se manifiestan para reclamar sus libertades.
Me gustan las catalanas porque una de ellas, joven y bien plantada por cierto, no vaciló en pegarse a mi espalda durante cuatro días en el asiento trasero de una Vespa cuando recorrí la península en pos de Prisciliano.
Me gustan los catalanes porque tienen de emblema un burro tenaz, trabajador y reflexivo, muy alejado del toro ibérico cuyas bravas y ciegas embestidas lo abocan a la muerte. Estos animales son de una raza registrada, protegida, y prolíferos sementales. Al igual que el cava, se exportan a numerosos países para mejorar la especie autóctona, como a Estados Unidos, donde crearon el Kentucky-catalan donkey . Y allí no piensan, ni mucho menos, en boicotearlos.
Cierto es que en el carácter catalán confluyen las virtudes del asno. Pero los rasgos diferenciales no se limitan a los de este cuadrúpedo. La población catalana se define por una doble característica : el seny y la rauxa . El seny implica sabiduría, juicio mesurado y sentido común. Tenía seny aquel catalán que iba en un compartimiento de un tren al lado de la ventanilla. Tiritaban de frío y los otros pasajeros le pidieron que la subiera: «Es igual», contestó a varias solicitudes, hasta que un mesetero se levantó furioso y alzó la ventanilla... ¡cuyo cristal estaba roto! «Es igual», volvió a repetir el buen hombre con toda su santa cachaza.
Al seny le responde la rauxa , asimilable a la ocurrencia caprichosa, la boutade (frase ingeniosa y absurda). Cuando de joven y surrealista Dalí iba en el metro y veía a un cura con sotana, le decía: «Siéntese, señora». La alianza de estas dos facetas en un solo individuo forma el carácter catalán, que se comunica, se comparte y se aprecia. El otro día al regresar a París en avión desde Barcelona quise ayudarle a un pasajero, dada la exigüidad del espacio, a ponerse el abrigo: «No, por favor, no se moleste, que bastante trabajo me cuesta a mí sólo». Pero lo más refinado lo percibí en el taller del ceramista Artigas. Él y Joan Miró estaban trabajando en el mural del aeropuerto de Barcelona. Le pedí a Miró que le dedicara una lito a mis hijos. Puso: «Para Manu y Antoine afectuosament». Cuando la vio Artigas hizo este parco comentario: «Te lo escribió en catalán para ahorrarse una letra».
Me gusta Cataluña porque allí, según Arcadi Espada, don Quijote recobró la razón, sin duda contagiado por el seny . Me hubiera dado mucha pena que el Ingenioso caballero muriera loco.
Me gusta Cataluña en fin y sobre todo porque uno de mis hijos eligió su capital para vivir en ella por ser una ciudad abierta, tolerante y discreta.

jueves, 4 de octubre de 2012

EL CLUB SAGRADO SEGÚN EUGENIO MAQUEDA


El club sagrado
Andrés Soria Olmedo (ed.), 20 años de poesí­a. Nuevos textos sagrados (1989-2009), Tusquets, Barcelona, 2009.
Las antologías son libros raros, retraídos. Miran desde la estantería con ojos de culpa, como si pidieran perdón por su existencia. Forman un gueto. En mi estantería las veo muy juntas, casi abrazadas, un poco hundidas hacia el fondo, quizás para escapar del recelo con que son miradas por los demás libros. Ésta de la que aquí tratamos es distinta, y no por su volumen, la calidad de su papel, o sus lujosos espacios en blanco (propios de la colección). Lo es porque no ha nacido con el estigma de la culpabilidad.
La antología que nos presenta el profesor Soria Olmedo ha sido editada por Tusquets para celebrar y conmemorar que se cumplen veinte años de la creación de su colección Nuevos textos sagrados, a su vez incluida en Marginales. Por lo tanto, Andrés Soria se ha ahorrado las explicaciones y justificaciones propias de las antologías, que nunca terminan de conseguir explicarse y justificarse. A pesar de eso, lo primero que nos encontramos es una cita de Viaje del Parnaso de Cervantes, con la que el antólogo se cura en salud, quizás como guiño a los demás libros de su especie: Unos, porque los puse me abominan; / otros, porque he dejado de ponellos, / de darme pesadumbre determinan. En esta ocasión no existe tal problema, pues el libro recoge poemas de todos los autores que han publicado en Nuevos textos sagrados durante sus veinte años de vida.
El éxito de la colección dirigida por Antoni Marí es evidente. Recordemos, por ejemplo, que cinco de los diez últimos Premios Nacionales de Poesía se han publicado en ella. No es casualidad. Como dice Andrés Soria en su interesante prólogo (que además es extenso, pues dedica unas líneas a todos y cada uno de los autores antologados): "La propia colección es ya antología o selección de un conjunto más vasto dentro de la producción de cada autor". Y es que el nombre de la colección ya parece indicarnos que se necesita estar consagrado o tener una trayectoria consolidada para entrar en ella. ¿Es el club sagrado de la poesía en nuestro idioma? Es posible. Lo cierto es que (al menos a mí me pasa) cuando encuentro en una librería el lomo dorado del último poemario a la venta, lo compro, y lo hago con la sensación de que no me va a defraudar. Alguna vez me ha ocurrido, sí, esperaba más, pero ha sido en contadas ocasiones. Es necesario decir, por otra parte, que esta manera de editar no sería posible sin la presencia de otras editoriales que en su día apostaron por estos autores cuando aún no eran tan conocidos.
La selección que ha preparado Soria Olmedo nos es presentada en un orden cronológico, teniendo en cuenta únicamente el año de nacimiento de los autores, a los que ha agrupado en secciones. La primera se encuadra en lo que el antólogo llama "la modernidad poética", y los escritores incluidos son: Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén, Rosa Chacel, Enrique Molina y Virgilio Piñera. Los poetas de la segunda "pertenecen básicamente a la generación del cincuenta": Carlos Bousoño, Ida Vitale, Ángel González, José Manuel Caballero Bonald, Alfonso Costafreda, Arnaldo Calveyra, José Corredor-Matheos, Dionisia García, José Ángel Valente, María Victoria Atencia, Antonio Gamoneda, Francisco Brines, Rafael Guillén, Manuel Padorno y Claudio Rodríguez. La tercera sección "arranca con nombres sobre quienes sopló la Musa del 68 y termina en la lábil frontera de la transición", con los siguientes autores: Antonio Martínez Sarrión, Clara Janés, Francisco Ferrer Lerín, Juan Luis Panero, Marcos Ricardo Barnatán, Antonio Colinas, Guillermo Carnero, Juan Gustavo Cobo Borda, Eloy Sánchez Rosillo, Daniel Samoilovich, Olvido García Valdés, Vladimir Herrera, Chantal Maillard, Jaime Siles, Luis Antonio de Villena, Ángel Rupérez y Andrés Trapiello. En la cuarta y última sección se incluye "a quienes pueden identificar su primera madurez con el siglo XXI": Concha García, Luis García Montero, Álvaro Valverde, Felipe Benítez Reyes, Carlos Marzal, José María Micó, Jorge Riechmann, Vicente Gallego, Juan Carlos Marset, Vicente Valero, Diego Doncel, Luisa Castro y Luis Muñoz.
El número de poemas que se recogen por autor es variable y, al ser tantos los antologados, de cada uno de ellos sólo nos llegan unas instantáneas, unos pocos poemas, unos versos que sirven para evocar el libro al que pertenecen y que nos invitan a volver a él. Así pues, las más de quinientas páginas de la antología nos ofrecen una variada y extensa muestra de poesía, que ciertamente merece la pena leer.
Enhorabuena, pues, por estos veinte años y, junto a las demás colecciones y editoriales de poesía, que cumpla muchos más.
Eugenio Maqueda